Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

81. Un astronauta enamorado

Tu sonrisa mañanera sirvió de combustible.
Un café, con periódico y sin azúcar como a mí me gusta, fue la rampa de lanzamiento. «10.9.8…»
Observarte mientras te arreglas, escucharte opinar sobre algo que no recuerdo. «7,6, 5…»
Un beso en los labios, una palabra que sale del cariño. «4,3, 2…»
Esa frase que no puedo repetir ahora. «1… 0».
Despegamos hacia las estrellas, siento ya la falta de gravedad, juego con los espacios, los silencios, me meto en ese lugar donde todo puede pasar…
Es un viaje de ida y vuelta, eso lo sabemos .Por eso resulta tan diferente cada vez que volvemos, juntos, y por eso cada vez descubrimos rincones donde no habíamos estado antes.
Y así,este astronauta enamorado lleva toda la mañana en el trabajo pensando en ti.

80. Sin fronteras (Mar González)

En el principio de los tiempos, el viento inventó los viajes. Cuando solo había tierra, recorrió sus contornos. Después, se dejó abrazar por las olas y se impregnó de los aromas de las flores. Antes de descubrir a los hombres, ya había rodeado el sol, volado sobre los cráteres lunares y diseñado rutas entre las estrellas.

El viento era libre y disfrutaba propagando el canto de las aves, el aullido de lo lobos o haciendo crujir a su paso las ramas de los árboles. A los sonidos de la naturaleza se fueron sumando, cada vez con mas fuerza, las voces, los ruidos humanos que inundaban el planeta y con ellos, también, la música.

Más de una vez, alguna ráfaga de viento juguetona, se ha llevado lejos, más allá de las nubes, la melodía de un oboe, el ritmo étnico de los tambores o los acordes rasgados de una guitarra. En algún momento, en algún lugar indeterminado del espacio, viento y música se han fundio con otros aires, con otros sones llegados de quién sabe donde.

79. Expedición Fénix

La luz oscilante de las dos estrellas convergía en un punto que parecía cada vez más lejano. Llevaban varias jornadas siguiendo aquel rastro y aumentando progresivamente la velocidad. Pequeños cometas y masas irregulares de gas, sobrepasaban la nave atraídos por aquel foco blanco y brillante.

Cuando la fuerza gravitatoria empezó a afectar al control del Enterprise, el comandante ordenó desconectar todos los reactores. Paralizados, observaron como aquella gigantesca boca engullía toda la luz y materia a su alcance.

Sabían que al entrar acabarían aplastados y desintegrados; pero también, que sus partículas emergerían en otra región del universo, recomponiendo al azar nuevas formas de vida con los millones de células de sus cuerpos ahora contaminados.

Atrás dejaron una civilización arrasada por la radiación. Ahora, se miraban expectantes unos a otros. Después de la dura travesía, ninguno tenía fuerzas para abrir un nuevo debate, para mostrar dudas al plan trazado hacía ya tanto tiempo en medio del pánico.

Los quince supervivientes asintieron al unísono, enlazaron sus manos y dirigieron la nave hacia el agujero negro.

78. Un viaje especial

Dice madre que los inviernos en la choza son duros, pero una vez has pasado el primero, el cuerpo aguanta los que te echen. Lo sabe, porque se quedó hace diez años para parirnos un cuatro de enero a mi hermano y a mí. Yo nací «debilucho» y me quedé con ella, pero a Javi se lo quedaron los señoritos, que nunca tuvieron hijos. En agradecimiento, nos trasladaron a vivir a la casucha con chimenea del valle y, una vez al año, acercan a madre al pueblo, nos compran pan blanco y, como yo no voy a la escuela, me traen libros pasados del señorito Javier y revistas viejas con dibujos de viajes por la galaxia. En las noches de verano aprendí los nombres de todas las estrellas, dicen que soy listo y podría ir al espacio como unos astronautas que fueron hace poco.

Mañana toca bajar, para mí subir, los señores estrenan coche, parece una nave espacial, con luces de colores y muchos botones, por primera vez me dejan ir.

Días atrás empezó el deshielo, pero por si vamos lejos, me pondré las botas nuevas de padre, para dejar huella, como Armstrong en la luna.

Malu.

77. Jornada de puertas abiertas

Como aquel domingo no tenía nada mejor que hacer, acudí a la jornada de puertas abiertas promovida por una institución en decadencia que deseaba captar nuevos socios. Su reclamo para conocer la vida real y el legítimo Cielo, según prometían, despertó tanta curiosidad como expectación. Se llegó a completar el transbordador espacial Faith I, aunque dejaron claro que, para el viaje definitivo, si alguno se animaba a realizarlo, debería impulsarse con su propia fe.

Todo el que necesitó adquirir un visado temporal pudo confesarse, y el hombre que custodiaba el acceso con sus llaves nos franqueó el paso al mítico Edén. La visita guiada por este jardín idílico hizo que entrase en éxtasis, que me invadiese una placidez divina, un sosiego ni siquiera comparable al que dejan las siestas de las vacaciones veraniegas. Entonces solo quise residir en ese reino de paz y armonía eternas, algo impensable cuando explicaron las Diez Normas Básicas exigidas para obtener una plaza permanente.

Así que burlé el protocolo de seguridad y dejé mi alma allí, pero al regresar a la Tierra con mi cuerpo, libre de remordimientos, acabé por descubrir el auténtico paraíso terrenal. El que de verdad ahora no deseo que termine. Nunca.

76. Las perseidas del tiempo (Antonio Bolant)

Titán era un satélite nutrido de hidrocarburos, pero inhóspito; quizá por eso la ambición no escatimó en armamento cuando la guerra de colonias estalló y acabó por despedazarlo.

Suspendido sobre la tierra, mientras reparaba el sector 8 de la estación espacial carcelaria, Jesús fue sorprendido por una avanzadilla de pequeños meteoroides procedentes del destruido satélite que sesgaron su cordón umbilical con la nave y lo hundieron en el vacío. Sobrecogido e impotente, presenció la llegada de más fragmentos como un cortejo fúnebre de otro colosalmente mayor dirigiéndose irremediablemente contra el destino de sus congéneres.

La formidable onda expansiva apagó la frenética respiración del último hombre y catapultó sus restos hacia un cosmos que los dispersó como polvo de estrellas. Sólo algunas lágrimas, como seminales perseidas saladas, consiguieron viajar entre dimensiones y sortear las singularidades del espacio-tiempo hasta toparse con un planeta tan joven que ni los ojos que las vertieron habrían podido reconocer.

El ADN alojado en aquel llanto regresó a la cuna del océano y armonizó el caos de una incipiente bioquímica incapaz de nacer por sí sola. De nuevo, la vida se fue dando vida en la matriz de la tierra. Quizás esta vez fuera la definitiva.

75. Evolución de un sistema binario

Nunca le prometí la Luna, pero le regalé un sistema binario. Dos estrellas que orbitan alrededor de un mismo centro. Con un certificado de autenticidad, donde se hacía constar que los objetos con las coordenadas R.A 21h30m41.4s y DEC 51°36m15.8s ahora tenían nuestros nombres. Con un mapa celeste que marcaba su posición en el firmamento.

Eso fue después de enseñarle que los anillos de Saturno son de hielo. Después de trazar demoradamente perfiles de constelaciones sobre su piel. Después de besarla bajo las lluvias de Perseidas y  Leónidas. Antes de que me confesase que ya no soportaba la astronomía. Antes de que las alianzas convirtieran nuestros anulares en pequeños Saturnos. Antes de que su trayectoria se cruzase con la de un cuerpo de magnitud superior que la atrajo sin remedio y que, él sí, le prometió la Luna.

Quizá el sistema binario se haya extinguido, pero su luz aún llega a la soledad de mis noches, como un guiño cómplice al tiempo que ella y yo viajamos juntos por el espacio.  Y todavía murmuro el nombre de su estrella, la que le regalé en vez de hacerle una promesa absurda que nadie puede cumplir.

74. CUIDADO CON LAS ESTRELLAS CUANDO PIERDEN SU LUZ

No era buen estudiante ni aficionado a las ciencias. En realidad, fue en la ESO cuando mostró un interés desmesurado por la Biología. Para ser sinceros, lo que le atraía era la profe. Sus bellos ojos verdes brillaban como luceros y con solo mirarle experimentaba una excitación magnética.
Convenció a sus padres para que le regalaran un telescopio y todas las noches subía a la azotea para contemplar a la más brillante de las estrellas, la del quinto de la Calle del Sol que lo elevaba al quinto Cielo.
Durante el curso, el adolescente se fue transformando en un esbelto joven que atrajo la atención de la más guapa de clase. Ahora en el firmamento nocturno apareció otra estrella con una luz más intensa e intermitente, como luciérnaga, y que lo atraía irresistiblemente. Mientras, la gran estrella se fue apagando paulatinamente hasta convertirse en un punto negro.
Una noche observó como la luz de la joven estrella era arrastrada hacia ese punto. Al alargar el objetivo él mismo se vio arrastrado también. Ya iba a caer en el gran agujero negro cuando dio un salto en la cama y despertó. Afortunadamente todo fue un sueño.

73. Un sueño hecho realidad

La noche se había iluminado, majestuosa e ingrávida, con el espectáculo inusual del lanzamiento del cohete espacial.
El joven, que llevaba toda su vida preparándose para ese momento, temió que la emoción le superase y que no pudiera poner en práctica todo lo que había aprendido.
Sin embargo, se sorprendió a si mismo realizando de forma mecánica y perfecta todo el procedimiento.
Y cuando quiso darse cuenta ya estaban orbitando la Tierra, y observando a través de aquella pequeña ventana la imagen más bella e increíble del planeta azul.
¡Qué pequeño y frágil se veía desde allí arriba!
En los diez días que duraba su misión realizó experimentos y puso al día el mantenimiento de la Estación Espacial Internacional.
Pero sus escasos ratos de ocio los dedicó inexorablemente a tomar fotos y vídeos de su hermoso hogar, seguro de que jamás lo vería desde un lugar tan privilegiado.
No había duda, ¡solo por contemplar esas imágenes había valido la pena vivir esa magnífica aventura!

72. EL ÚLTIMO VUELO DE ANTOINE (BELÉN SÁENZ)

Esperé a ver la puesta de sol, a oír cascabeles en las estrellas. Entonces hice despegar el monoplano con un leve remolino en la inmensidad del Sáhara. En el retrovisor la arena anegaba a la serpiente amarilla y, a mi lado, en el asiento del copiloto, estaba la caja tal como se la dibujé. La tarde anterior, el Principito me había dicho: “Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad”. Lo que sí es verdad es que las personas mayores somos extrañas, quizás por eso no he querido levantar la tapa ni imaginar qué hay dentro. Con el corazón oprimido, decididamente amaestrado por aquel muchachito rubio, surqué el fino aire de la atmósfera, me embutí en algodonosas nubes y adelanté raudos cometas hasta aterrizar en el asteroide B‑612. Lo primero que hice fue proteger a la rosa bajo el fanal. Dejé la caja junto a ella. Luego me ocupé de deshollinar los volcanes y arrancar algunos baobabs. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero aquí estoy. Vivo. También dibujo y escribo. Supongo que allá abajo buscan mi avión, pero no lo encontrarán. No hay que creerse todo lo que el mar devuelve. Lo esencial es invisible para los ojos.

71. Un gran día (E. Cuesta)

Veloces caballos hollaban la estepa rusa para difundir la noticia. La patria lanzaba un hombre al espacio y debían ser testigos de la hazaña. La mayoría de los hombres levantaron los hombros; no iban a sacar más comida del hielo por ello, y las mujeres se santiguaron, rezando al cielo para que no cayera encima de sus cabezas. La mañana del 12 de Abril de 1961 amaneció clara y todos los ojos se congregaron pendientes del cielo. Arrebujados en sus capuchas, llevaban varias horas con el cuello dolorido, cuando el viento arreció. Enseguida, gruesos copos de nieve lo convirtieron en un vendaval blanco que hizo imposible la visibilidad en medio metro alrededor. En silencio, obedeciendo a una señal interior, todos se refugiaron en sus tiendas. Todos, menos Irina y Sergei.

Mientras Yuri Gagarin saludaba desde la órbita terrestre, Sergei exploraba el monte de Venus, e Irina descubría la Luna en los ojos de él. Cuando regresaron, medio congelados, ambos señalaron ese día en el calendario. En el poblado nunca supieron la verdadera razón.

70. EN ÓRBITA (Sergi Cambrils)

Una pequeña araña se posa en mi mano mientras me fumo un cigarro de esos en la terraza. Al verla no me asusto, al contrario; ojalá su mordedura me diera poderes sobrehumanos. El sentido arácnido y la habilidad para trepar por las paredes están bien, pero yo soy más ambicioso, y, puestos a pedir, preferiría volar como un pájaro. Contemplo el cielo; me relajo viendo la blancura de las nubes en torno al sol, y pienso que si ese gran poder me fuera dado, podría despegar como un cohete en dirección al espacio. Lo haría bien: me ceñiría un traje ajustado, con capa, efectuaría una cuenta atrás en la plazoleta del barrio y me despediría como toca de la gente que quiero. Les diría que me voy un tiempo, que necesito estar en otra órbita y salir de esta gravedad que me ahoga; que el cuerpo me pide explorar otras galaxias y caminar por los anillos de Saturno o los cráteres de la Luna. No miraría atrás, aunque me costaría dejar a mi perro Lolo y a una novia que tengo.

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