Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

03 – ¡Huelga!

Desde la entrada en vigor del nuevo plan de ahorro energético, la situación en las profundidades se ha vuelto insostenible. Tal medida, aun contando con el beneplácito de la mayoría, ha generado reticencias en algunos sectores que, viendo desestimados todos y cada uno de los escritos presentados ante la Comisión Oceánica y amparándose en el Real Decreto Legislativo 256/12, de 26 de mayo, por el que se regula el uso de las energías renovables en la franja abisal, no dudarán en llevar sus reivindicaciones hasta el extremo y cesar, si fuera necesario, en el cumplimiento de sus obligaciones.
Digan lo que digan, los Melanocetus johnsonii están convencidos de que las bombillas LFC que deben incorporar obligatoriamente a sus antenas antes del veinticinco del corriente no alumbran con la misma intensidad que la bioluminiscencia bacteriana que utilizaron hasta la fecha.
Y eso que todavía nadie les ha comunicado que Neptuno acaba de adherirse a la “Hora del Planeta”.

02 – Omaha

 

“Qué alegría me dais. Si es  niño, le llamaréis como a tu padre,  ¿verdad, Robert?  ¡Deseaba tanto un nieto!”

“Cógelo, hijo, era de tu abuelo.  Ya eres un hombre y necesitas un reloj,  ahora es tuyo. Prométeme que cuidarás  de tu madre hasta que yo regrese.”

“Tenías razón,  Joan, la temperatura del agua es perfecta. ¿No estás cansada de nadar?  Regresemos, cariño.  Mira que  pequeños se ven todos en la arena. Cuando lleguemos a la playa, pediremos unos cócteles y nos los tomaremos tumbados  bajo una sombrilla. Sí, será como estar en el Paraíso.”

−¡Basta de ensoñaciones, soldados! Cuando se abran las compuertas, todos al agua. Al saltar, tened cuidado con el equipamiento. No os paréis al alcanzar la playa. Seguid corriendo. Hay que tomar la cima del acantilado, como sea. Y pensad en los que dejáis en casa.

 

 

01 – LOS TESOROS DEL «REVANGE» (JAMS)

El propio capitán Teach se reservó un turno de guardia como solía hacer cuando las dificultades abrumaban a la tripulación. Sus hombres le adoraban más aún en los momentos difíciles.

Después de cinco semanas sin tocar tierra las provisiones escaseaban. Terminadas las legumbres y tras tirar media carga de galletas de pan, infectadas de gorgojos, hasta las ratas habían desaparecido. El agua de uno de los depósitos se había podrido, y en el otro era turbia y salobre. La última idea en las perolas había sido ablandar pedazos de cinturón y cinchas de cuero cociéndolos durante horas con pescado.

Fue su travesía más larga. Salían al encuentro de The Rose, una corbeta inglesa que jamás les esperaría tan lejos de destino. Esa era su ventaja esta vez. Transportaba un cargamento de plata, pero, sobre todo, esperaban que tuviera los víveres y alcohol suficientes para regresar felizmente a Bahamas.

Las nubes de la última tormenta se difuminaban. Barbanegra ocupó su puesto de vigilancia en una poltrona del castillete de proa. Improvisaba interpretaciones de su destino en el cielo estrellado porque desconocía el significado de sus signos. Miraba el horizonte plateado del oceáno con la única seguridad de que aquella luna llena planeaba algo.

142. Vale por un día de la madre

¡Siempre estás en la luna, hijo! Lo que mi madre no sabe es que donde estoy yo es en Saturno. No le dije lo del vuelo porque sabía que se iba a llevar un disgusto. Ella vive feliz creyendo que estoy en la Costa del Sol haciendo un máster en coctelería. Es que lo de astronauta, desde un principio, no le hizo ninguna gracia. Pensaba que si me embarcaba en un viaje tan largo iba a estar mucho tiempo sin verme. Sin embargo, lo de no visitarme en Benalmádena es porque el trayecto se le hace pesado. Y yo, con la excusa de lo carísimo que es el curso y las prácticas que supuestamente tengo que hacer después, en todo el año no tengo que volver a casa. Así que le llamo vía satélite una vez al mes y siempre le digo que estoy esperando que me visite para llevarla a Puerto Banús. −Cómo voy a ir hasta ahí, hijo, con lo lejísimos que está; ya vendrás tú en Navidad…− me dice tan contenta. Ella sí que está en la luna, sí.

141. «Edén»

Venid conmigo.
En los confines de la creación hay una dimensión en la que todo acontece, bueno, o tiene la posibilidad de acontecer. Yo lo llamo El Jardín de Juegos.
Es un lugar privilegiado ya que tiene infinitas ventanas con la cualidad de ser observadas y atravesadas.
Mirando pierdo la noción de eternidad.
Sin embargo, ocurre algo contradictorio que me saca de mi abstracción, hay una ventana cerrada que representa una incertidumbre en el sistema.
Viajo a través de la entropía y mi ser sufre, se transforma hasta que consigue adaptarse. Vivir la pureza y el orden es muy sencillo, una felicidad amable se instala en la conciencia mientras sincronizo las mismas experiencias una y otra vez, como en un bucle.
Hasta aquí, hasta ahora.

Soy una parte de la perturbación y mi comprensión es mayor.
Vuelvo al Edén a experimentar y todas las ventanas están abiertas.
Mi movimiento está iluminado cuando atravieso ese vacío que me conduce a un espacio donde el caos es permanente, ya conocido.

Elijo ser bruma.
Venid conmigo…

140. Navegante de las estrellas (Elysa Brioa)

Cuando era un niño se pasaba horas mirando las estrellas, siempre que podía se escapaba al prado que había detrás de su casa y tumbado sobre la hierba soñaba con viajar en naves espaciales tan veloces como el pensamiento. Explorar otros mundos, asomarse a un agujero de gusano o asistir a la muerte de una gigante roja eran los sueños que lo mantenían cuerdo. Fue la certeza de que algún día surcaría el espacio lo que salvaguardó su esperanza, esa que lo blindaba cuando todos se reían del él. Nada ni nadie consiguió nunca que dejara de soñar con navegar entre las estrellas. La realidad, con su lógica aplastante, fue la única capaz de intentar devolverlo a La Tierra, resultó un esfuerzo inútil.
Ahora viaja entre nebulosas sin fin, persiguiendo la hipnótica estela de su desbordante imaginación. Mientras intenta sin éxito escapar de la camisa de fuerza.

139. REENCUENTRO

Desde la cápsula espacial contempló el universo acunándolo, y casi a su alcance ella.

La reconoció. Brillaba solo para él. Como entonces.

Avanzaba paso a paso hacia ella. Unas manos fuertes lo extrajeron con cuidado del artefacto con el que se movía y lo elevaron al vacío. De la emoción cayó de su boca el chupete  y su mano acarició la estrella plateada que coronaba el árbol de Navidad.

138. C.I. 181

Yo querría haber sido futbolista. O bombero, que también me gustaba. Pero en la escuela ya nos elegían a los mejores, a los más dotados, desde muy pequeños. Estar un punto por encima de ciento ochenta en cuanto a coeficiente intelectual, te llevaba repentinamente a la élite de los alumnos. Resolvíamos ecuaciones nucleares y prefigurábamos los capullos para poder viajar entre los atajos de gusanos. Pero todo eso no me dará tiempo a explicarlo aquí.

De nuestra clase solo quedamos tres compañeros. Carlota, Raúl y yo. Ella organizó la infraestructura de redes interestelares. Él prefiguró las conexiones y nodos alternativos para ahorrar tiempo en los transportes. Los dos se quedaron ciegos y sordos por el sobreesfuerzo intelectual que supusieron sus descubrimientos. Y yo fui el piloto en esos saltos temporales. Mi primer viaje en años luz lo hice a los quince, aunque con tanto lanzamiento temporal, adelante y atrás, ahora tengo doce otra vez. A ver si llego con tiempo de avisarlos para que cuiden su salud.

Total, ahí fuera en el espacio todo está muy oscuro.

137. La misión (Juancho)

Muchas noches salíamos a ver las estrellas y me señalaba una, pequeña y oscura, de la que decía que provenía. Me contaba cosas de allí: que el agua era de colores; que había aires de diferentes sabores, pero que él prefería el de sabor a regaliz porque era dulce e intenso, como el beso de una hembra enamorada. Entonces se enredaban nuestras lenguas de aquella manera tan especial, que hasta entonces yo nunca había conocido, paladeaba con los ojos cerrados y decía:

—¡Uhm! Justo así.

Pronunciaba su nombre impronunciable con dulzura. Se le llenaba la boca de aquellas sílabas imposibles cargadas de añoranza.

—¡Xhzk7akw66ox!

Yo también intentaba pronunciarlas sin conseguir darles el tono majestuoso de su dicción.

—¡Satxous!

Y él se reía de mí con la complacencia del triunfador.

—En Xhzk7akw66ox no existe la traición ni la mentira —seguía contándome— ni las guerras ni el hambre. Solo el amor se levanta poderoso por encima de todos los valores.

Y en amor, no podía negarse, era un experto.

Por eso me lo contaba todo y, cuando partía a otras ciudades a seguir difundiendo su embajada, yo fingía la alegría de quien se sabe parte de una gran cruzada.

136. LA LUNA DE TITÁN

Su lado no tan oculto pasó gran parte de aquella vida en una noche sin luna adormilándose entre trago y trago. Volviendo al mundo real veía que sus ecuaciones – ex mujer, denuncias por malos tratos, hijos que no conocía – no daban como resultado el rumbo de vuelta a casa, sino veinte años vagando por la soledad letal de un universo oscuro y asfixiante. Un inmenso vacío que impedía escuchar los gritos desesperados de auxilio. Especialmente los propios.

Dos vueltas más a la misma manzana. Con trastabillada precesión se había vuelto a parar ante el bar, sintiendo la fuerza inconmensurable que le atraía hacia el interior de aquel agujero negro. Un tiempo y un espacio paralelos en los que huir con aquella nave  irreparable donde era imposible atender todas las alarmas.

Sobresaltándole la tiritona se caló el sucio anorak de mala manera, aislándose de las miradas radiactivas de gente que no reparaba en él. Dispuesto a no querer asomarse a más abismos, lento, renqueando, venciendo las leyes de su propia física se fue de allí usando la vergüenza propia como único combustible, mascullando que aquello no significaría una mierda para la humanidad pero era un paso de gigante para él.

135. El cohete del Sputnik (Marta Trutxuelo)

—… perdido contacto con el satélite… —anuncia la voz anodina del televisor.
—En tus tiempos ¿había satélites, abuelo? —pregunta el pequeño.
—¡Claro! El Sputnik, el primer satélite ruso. ¿Sabes? —el abuelo le susurra: —yo… vi el cohete que lo puso en órbita.
—¿Sí? —exclama el niño.
El abuelo silencia su entusiasmo colocándole un dedo sobre la boca y con un guiño le indica que le siga.
—Mira, aquí tengo los recortes de los periódicos de 1957. La gente que vio un objeto luminoso en el cielo…
—Sería alguna estrella fugaz —menosprecia el niño.
—No, jovencito… Eran trabajadores del campo, conocían bien las estrellas… No mentían… se organizó una batida de búsqueda, y allí fui…
—¡Es verdad! —afirma el nieto al reconocer en la noticia a su abuelo, entonces un joven moreno y delgado. —Pero, aquí pone: “El cohete del Sputnik pasó de largo por Guipúzcoa”.
—¿Seguro? Entonces, ¿cómo explicas esto? —matiza el abuelo mientras extrae un sobre.
—¡Hala! —exclama el niño ante la imagen en blanco y negro. —¡Un cohete! Y ¡éste eres tú!
–«Si hubieran publicado mis fotos… La del cohete está bien, pero el satélite me quedó casi mejor… ay… mis primeros retoques fotográficos… ¡y sin Photoshop!», musita melancólico.

 

134. Motín a bordo (Barlon/Fuente)

Las pisadas atruenan el corredor. Las balizas de emergencia consiguen ponerlos a todos aún más nerviosos. Un haz de protones brilla y derriba al contramaestre. «Por Ben y el nieto que nos va a dar». Un giro a la derecha, una puerta. No abre. No abre. ¡¡Al fin!! Giro a la izquierda. «Por James que está a punto de licenciarse». El suboficial Hotchinss resbala y causa baja. Solo. Al fondo el ascensor, la única oportunidad de tomar la lanzadera. Se gira de golpe y realiza tres disparos. Sigue corriendo. Un golpe sónico lo derriba contra un mamparo. Las costillas arden. Se levanta trastabillando. «Tengo que conseguirlo por Helen. Prometí volver». No oye nada. Intenta huir pero siete hombres lo rodean con rapidez.

Desde la bodega de carga el universo parece un gran lodazal sobre el que cayese una enorme granizada. Se ve más silencioso que nunca. Lo suben y arrojan a una barcaza sin propulsor con raciones para dos días. Lo abandonan a la deriva.

37 horas después los restos del Capitán Carter se desintegran formando una aurora boreal en un planeta cualquiera del sistema Galeón.

Un cuaderno de bitácora deambula por el cosmos. Su última entrada: Te quiero, Helen.

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