Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

55. Imágenes especulares…

– ¡Joder, joder,…casi nos la pegamos¡… – dijo como un exabrupto el comandante.

La tripulación aún contenía el aliento, asustados pero emocionados.

- ¡Hemos llegado!, ¡primera fase de la misión completada! – añadió.

En mi cabeza mil cosas, una única me taladraba. Imaginarla siempre me paralizaba y horrorizaba, casi más que embarcarme en aquel viaje espacial. Ya había vislumbrado verdad camino a Marte, agujeros de gusano, predichos en las ecuaciones de la relatividad general. Esto era tomar un atajo espacio-temporal, solo una remota posibilidad teórica, pero ahora realidad, ¿qué me quedaba por descubrir?

La base sita en Noctis Labyrinthus, espectacular región de valles, mesetas y bellas fracturas, en el borde occidental de Valles Marineris, el mayor cañón del sistema solar. Instalados, comenzamos largas, agotadoras y reveladoras expediciones, todo me parecía extrañamente familiar. Pasaron días, no sé cuantos, hasta aquel donde caí al suelo, temblando, aterrado. Ante mis pupilas mi peor pesadilla se hacía realidad. Siempre estuvo ahí la prueba irrefutable, bajo mis pies, entre mis dedos y sin percatarme. La hipótesis mudaba de piel, y ya teoría yacía entre aquellas arenas calientes, rojizas, y ahora lo sé, muertas…

– ¿Qué hemos hecho? – pregunté sin esperar respuesta.

54. LÁGRIMAS EN EL ESPACIO

Un astronauta ha llevado a cabo un experimento: ha llorado. La conclusión de su estudio es que las lágrimas no se derraman en el espacio, se empeñan en arremolinarse bajo sus ojos debido a la falta de gravedad.
Un hombre ha llorado por el bien de la ciencia. No sabemos qué recuerdos ha invocado, no hay nada por lo que llorar en el espacio que no haya sido traído de la Tierra.
Las lágrimas son parte de nuestro mundo como los ríos o el océano, materia acuosa segregada por unas glándulas. Los humanos somos materia. Somos parte de la biosfera junto a otros billones de seres, visibles e invisibles, deambulando sobre la costra enfriada y reseca de un planeta incandescente.
Y, sin embargo, es tan corriente como raro. Las lágrimas son los efluvios salobres del alma, una escoria del espíritu, un mojado punto de intersección entre el cuerpo y la mente, como la línea del horizonte que delimita mar y cielo. ¿Acaso somos tan sólo materia?
El astronauta contempla nuestro planeta color azul-milagro por la escotilla de la nave y su llanto es aberrantemente extraño.

53. Previsión

El farero espacial, alertado por la señal acústica, enciende la luna. Un haz de luz invade el habitáculo haciendo visible un universo de motas de polvo, entre las que destacan un par de ellas del tamaño de un insecto. De un certero golpe con el matamoscas las estampa contra la pared.

Al ir a comprobar los daños murmura desilusionado:

—¡Bah, es sólo basura espacial! Estos bichos se piensan que el espacio es un vertedero. ¡Y aún tienen previsto hacer un viaje a Marte! En fin…

Se sienta con cierta resignación en su cuadro de mandos, abre un cajón y saca la agenda. Con su rotulador de luz de agujero negro escribe en letras grandes:

“Comprar un nuevo matamoscas para el próximo siglo.”

52. Encuentro espacial

En nuestra historia los viajes en el tiempo fueron antes.

Con ellos le conocí siendo un bebe tranquilo; pero después fueron llegaron a mis retinas otras imágenes: aquella tarde de pantalones cortos, un balón y sonrisas, el cumpleaños con las velas recién apagadas y un deseo por cumplir, el posado junto al castillo de arena con su hermano pequeño, negros ambos, el primer traje para asistir a la boda de una prima, el estirón, el universitario de pelo largo, la comida que con que celebró su primer empleo…

Y todos estos viajes, saltando de un año a otro en un segundo, fueron dirigidos por el dedo índice de la mano derecha de la tía Emilia, una prima lejana de mi madre que me había visto obligada a visitar, que había insistido en mostrarme algunos álbumes de fotos familiares.

Después llegó el sonido inequívoco de la puerta de la casa, de unos pasos que se acercan, hasta que él apareció en el presente, momento en que yo inicié uno de los más importantes viajes en el espacio que he hecho en mi vida, un viaje corto, tripulado, consciente y deseado, tras el cual extendí mi mano y me presenté.

51. LUNÁTICO

Aquel artefacto estaba apoyado en la pared de un bloque de los suburbios. Como un ciprés miraba al cielo esperando contestación a su osadía: llegar a la Luna. Fabricado rudimentariamente en estructura de bambú, fuselaje de sacos fertiberia  y punta de goma recauchutada. 

Los vecinos se reían del ingeniero de tan singular nave espacial. Me dijeron que le llamaban Espiguita. Mi curiosidad me llevó a conocerle y, una tarde,  me relató su proyecto espacial:

-Sueño con llegar a la Luna para colonizarla. Estoy plantando «macetitas»  con muchos vegetales, quiero hacer de aquello un lugar habitable. Lo tengo todo planeado, mi cohete no sufrirá daños en la caída porque lleva la punta de goma. Estoy liado con el motor, es muy complicado, le he pedido ayuda a los americanos pero no quieren porque les hago la competencia.

Un buen día a nuestro agronauta se lo llevaron dos individuos de blanco a una residencia de enfermos mentales.

Fui a verle y con mirada visionaria me dijo:

Tenía yo razón.   Los americanos me han secuestrado y se llevaron mi idea para hacerla ellos. 

Espiguita partió una noche de agosto al espacio sideral con un billete de ida inyectado en vena por un enfermero.

50. SUEÑOS EN LA FRONTERA (TON PEDRAZ)

Asciende coqueta, palideciendo sobre el filo de la montaña. Donde nacimos no hay montañas, ni hace tanto frío. Aquí se me congela el corazón.

 

No sé por qué algunos soldados refuerzan la alambrada, mientras miran hacia otro lado. Es como si les molestase vernos.

 

Nos prometió viajar juntos hasta ella, y que nadie podrá detenernos. Debe ser cierto, pues cada noche luce más hermosa a nuestro alcance.

 

Aquí estoy contenta, sin “el hombre de las bombas”. Aunque, después de tanto tiempo lejos de casa, siga oliendo a miseria, y no se me calme este dolor insoportable en los pies.

 

Mi hermano pequeño se emboba cuando la espiamos, trenzados bajo la manta, ensimismados por descubrir los secretos de su cara oculta durante nuestra batida sideral. Fantaseando le relato cómo cruzaremos de la mano el firmamento, a base de brincos, acuchillando las nubes, atajando de fulgor en fulgor, engullendo años luz de cosmos desde cada parpadeo.

 

Su resplandor amortigua el aullido de los perros. Cada vez acuden más.

 

Anoche elegimos nuestra estrella predilecta, y pretendemos quedarnos a vivir entre su luz. A ver cómo le decimos a papá que no necesitamos continuar hasta la Luna, que ya estamos cansados de tanto viajar.

49. De otra galaxia (Patricia Collazo)

Astronauta, respondo cuando los médicos me preguntan qué quiero ser de mayor.

Me revuelven el pelo, sonríen, pero nunca contestan cuánto falta.

Un poco más, dicen. O ten paciencia, campeón.

En cuanto se van le repito la pregunta a mamá.

¿Cuánto falta?, eso no importa, asegura ella. Mientras esperamos lo pasaremos genial.

Alguien compatible, eso esperamos. Yo creo que compatible significa que viene de otra galaxia. De Compatilaxia, para ser más exactos.  Por eso quiero ser astronauta, para ir a buscarlo yo mismo y listo.

A veces, parece que el compatible ha llegado y ha aparcado su nave a las puertas del hospital. Mamá sonríe casi de verdad, la abuela nos abraza y vuelven a pincharme el brazo, pero no me importa.

Lástima que después el compatible no pasa las pruebas. Quién sabe qué le preguntarán. Seguro que multiplicaciones por dos cifras, las que todavía no enseñó la profe Laura.

-Má, ya sé que  yo soy de segundo…. Pero… ¿y si buscan un compatible de tercero, no pasará mejor las pruebas? – pregunto.

Ella sonríe. No me revuelve el pelo. Sólo dice que si quiero ser astronauta tendré que estudiar mucho y que repasemos las tablas otra vez.

48. CARPE DIEM

En mi último viaje espacial, mientras navegaba por la Venusian Air Bypass Highway, me vi forzado a hacer una súbita maniobra de emergencia para evitar colisionar con un cosmobús de la Galactic Tourism Company, que se había desviado de su trayectoria. Tras haber pasado quince meses en coma en el Interplanetary Star Hospital a causa de las lesiones sufridas durante la sacudida provocada por la gigantesca turbulencia generada por el cruce de ambas astronaves a tan corta distancia y velocidades mega-ultrasónicas, hoy me han trasladado a un complejo de reposo construido bajo una cúpula de polvo de estrellas. Apenas instalarme en mi compartimento, advierto que, pared por medio, tengo a Elizabeth por vecina (¡Dios, Elizabeth!), sola, sin su marido. Nunca es tarde, afirmo; me animo y la visito. Qué sorpresa, me dice. Yo le digo tú has sido el sueño imposible de mi vida, el destino al fin ha querido congregarnos, y ya nunca podrás dudar de mis promesas de amor eterno. Ella, tímida, calla primero, luego titubea… y: Ay, Fidel, pero cómo eres, dice al cabo, con unción. Y tú sigues siendo tan hermosa, Liz, le digo yo, viendo cómo un aura rosada y trémula emana de su cráneo.

47. La astronauta

He alcanzado los confines del Sistema Solar. He visitado desde Marte a Plutón, incluyendo varios satélites de Júpiter. El próximo destino está cercano a Neptuno. Junto a él se han descubierto un par de agujeros de gusano. Un hecho tan insólito como anhelado. A pesar de que el hombre ha conseguido alcanzar velocidades cercanas a la de la luz, las galaxias están muy alejadas. Yo capitanearé la expedición que se dirigirá a la  M51A. Me ofrecí voluntaria. Si no viajo en la otredad cósmica siento que me ahogo. Añoro los vórtices de Venus, los anillos de Saturno, el Valle de Marineris, los Géiseres de Encélado… He visto amaneceres con tonalidades de colores que desconocía y ríos de metano en Titán. En el silencio, he desmigado sonidos de música seráfica, casi imperceptible. Y lo curioso es que, perdida en la inmensidad del espacio, jamás me sentí sola. Aunque, desde hace unos meses, me obsesiona la idea de morir arrastrada por un agujero negro –me horroriza-. En cuanto pongo un pie en tierra, me planteo no moverme jamás: despierto en una cama de hospital, contrariada, pensando que debo romper con quien me transportó a aquellos maravillosos lugares. Curiosamente, la llaman heroína.

46. El «orgullo» de una nación

Tenían por delante seis meses en los que compartirían el minúsculo espacio de la primera estación espacial rusa. Yuri Supko y Andrii Ugrumov fueron los elegidos. El primero ingeniero aeroespacial graduado con honores en la universidad de Moscú; y el segundo el mejor físico nuclear de Leningrado.
Nunca se habían visto antes hasta el día del lanzamiento y en la cápsula pronto empezaron a surgir roces. Era pequeña para dos egos tan grandes. Al principio tuvieron discusiones nimias, sobre aspectos técnicos, pero con el paso del tiempo y el aumento de la claustrofobia se fueron enconando y la escalada de violencia verbal fue imparable.
Un día todo saltó por los aires. Un choque involuntario dentro del habitáculo prendió la llama y se enzarzaron en una patética pelea a puñetazos, levitando. Por la ausencia de gravedad no podían golpearse, así que empezaron a morderse. Dos hombres, rodeados del infinito silencio del espacio, batiéndose en una frenética batalla a dentelladas que nadie sabe como acabó.
Por lo que he podido indagar después, se cuenta que Moscú intentó contactar con ellos, y aunque no lo dicen a las claras, lo único que trasmitieron durante días fueron gemidos, susurros y risas ahogadas.

44. Estrofas inoperantes

Mi viaje a Umbriel, el satélite con menor albedo de Urano, “el espíritu crepuscular de la melancolía” de Alexander Pope, no fue apacible a pesar de toda la poesía con la que yo lo había envuelto, porque cuando a un inmenso trayecto se suma una compañía ingrata, todo se enrarece inexorablemente.

Yo ya sabía que ellos subieron a la nave acoplados, pero no me importaba, yo traía mis libros para los ratos de asueto, y lo suyo no era para mi mas que un satélite añadido de rima disonante que podía obviar.

Pero en ingravidez hay cosas que no son distintas a tierra firme, y cuando Nikolái se desconectó de Gertrude y quiso ocupar el lugar de mis lecturas, parecía que no avanzábamos hacía nuestro objetivo.

Ella estaba colérica con él, pero también conmigo, sin saber que yo estaba más que asqueada con sus intentos de ensamblaje hasta que la convencí con palabras tiernas, y algunas falsas caricias, de que yo no era ni mucho menos su rival y que la misión principal se podía llevar a cabo solo entre dos.

La vuelta, técnicamente hablando, era cosa mía, así que decidí hacerla en la placidez de la soledad amable.

43. Psicodelia

En lugar de acatar las leyes de la inercia y continuar con su movimiento uniforme, el satélite avanzaba a trompicones. Encendía y apagaba los sensores en un baile frenético de lucecitas de colores. Se apartaba a cada momento de su órbita, como haciendo amagos de descarrilar, indeciso y torpe en su misión.

A la NASA llegaban imágenes de una superficie terrestre psicodélica: bordes continentales desdibujados, masas de tierra con bosques color perla que se derretían sobre océanos rojos, y los áridos desiertos -antes marrones- de un azul prístino. Una imagen abstracta y desenfocada, una pintura casi metafísica de un mundo fluido y sensual, que sacudía del sopor a los orondos técnicos de la agencia espacial y auguraba un futuro diferente.

En esos días, el tímido ingeniero que lo diseñó recibía -alucinado- importantes premios por su novedosa aportación a la confluencia entre las artes y las ciencias.

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