Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

29. CÁPSULA DE HABITABILLIDAD Nº 23.483

CÁPSULA DE HABITABILLIDAD Nº 23.483

ORBITANDO EN MARTE DESDE 2457
HORA DE LA DES CRIOGENIZACIÓN 21:00

Me duelen los huesos, siempre me siento igual después de la des- criogenización, cansada y entumecida. En realidad soy una anciana, aunque mi aspecto siga siendo el de alguien de treinta y pico. Elegí este año no sé muy bien por qué, aunque qué más da, el futuro sigue siendo lo mismo, oscuridad y soledad, décadas orbitando alrededor de Marte. Nos prometieron la eternidad y lo cumplieron pero nadie nos habló de esta sensación de incomunicación, de ingravidez y oscuridad sin fin.
Después de la invasión de los reptilianos qué otra cosa podíamos hacer sino aceptar su oferta de vida extraterrestre, “la aventura del futuro” nos vendieron y caímos como moscas, todo para robarnos el agua; océanos y ríos secos, dejaron nuestro planeta más yermo que la de Lorca.
Y aquí estoy yo, en mi cápsula de habitabilidad de diseño austero y blanco inmaculado, aburrido, en el espacio todo es aburrido, pero sobretodo la comida es aburrida, píldoras insípidas y pasta de proteínas y vitaminas con sabor “a lo lejos” de algo que podría recordar a algo dulce e indeterminado. Sin comer bien uno no tiene ganas de nada.

28. Y los sueños, sueños son

Mientras mi hermana mayor soñaba con una gran  familia, la pequeña declaraba, con una seriedad cómica para su edad, que quería ser:  payasa o astronauta

Lo primero lo consiguió muchas veces, seguramente más de las pretendidas, pero lo de astronauta se puso francamente difícil, una vez que quedó patente su  pánico a las alturas.

10 años tenía, cuando el hombre llegó a la luna y mientras nuestra abuela aseguraba que todo era una trola, ella miraba hacia la luna con fascinación creciente.

Terminó como controladora de vuelo, que fue la profesión más cercana al cielo que pudo conseguir, sin despegar un pie del suelo.

Un día, cuando ya todas peinábamos canas, desapareció.

Buscamos por tierra, mar y aire pero sólo pudimos seguir su pista hasta el edificio España. Allí, el ascensorista nos aseguró que la subió hasta la última planta y supuso que había descendido por la escalera.

Jamás bajó. No encontramos ningún rastro: no había denuncia de accidente alguno, ni carta de despedida… nada.

Desde entonces, cuando la echo de menos, miro a la luna y tengo la certeza inexplicable de que me observa desde allí. Luego, me acuesto tranquila, a lidiar con mis propios sueños.

27. La otra cara de las estrellas (Estíbaliz Dilla)

Carlos pasea sus días de jubilado astronauta por la ciudad sintiendo a cada paso la fuerza gravitatoria. Cuando ve un niño intenta sonreír, pero es incapaz. En ese instante le invade la tristeza, un pequeño precio que ha de pagar a cambio de una sensación de alivio para toda la eternidad.
Por las noches no deja de soñar que está a bordo de la nave Smile II de la que fue tripulante a lo largo y ancho de la Vía Láctea. Entonces es cuando aprovecha la oportunidad de hacer lo que mejor se le daba: Emitir sonrisas.

Cuando diagnosticaron aquella terrible epidemia que se propagaba de una galaxia a otra aniquilando estrellas, la NASA no tuvo más remedio que propulsarle al espacio para recargar la iridiscencia del firmamento y evitar colapsos interestelares y formaciones de agujeros negros; y fue así que pasó más de treinta años orbitando por las constelaciones irradiando luz y alimentando la bóveda sideral.
Fue un trabajo de héroes que aplacó las ondas gravitacionales de exponencial negatividad que exhalaba la Tierra, creadas por la inquina humana que atentaban contra el cosmos.

Ahora cobra una pensión de magnitud galáctica que intenta paliar su heredada enfermedad profesional.

GRACIAS, STARMAN (Modes Lobato Marcos)

(Relato fuera de concurso)

 

Desde niño oí decir que los ángeles eran seres que entregaban luz e ilusión a la monótona vida de los hombres.

Hace tres años, encontré uno.

Cayó a la Tierra, accidentalmente o no, rozó mi corazón y, desde ese instante, dedicó su existencia a convertir la mía (y la de muchas otras  personas) en más plena, más llevadera, más…

Más feliz.

Y, en aquellos momentos en los que un manto de oscuridad parecía abrazar mi alma, él y sus ideas abrieron puertas a la esperanza,

Quizá nunca lo supo, pero entonces me ayudó. Me ayudó mucho.

Por eso hoy, aquí, ahora, quiero darle las gracias.

Él le restará importancia y seguirá con su humildad por bandera, ajeno al bien que, gratuitamente, aporta.

Pero a mí ya no me engaña.

Por fin he descubierto que JAMS no significa Juan Antonio Morán Sanromán.

En realidad, el nombre de ese ser estelar es Júpiter Mercurio Saturno.

«¿Y la A?», os preguntaréis.

Bueno…¿Acaso no dije al principio que tres años atrás encontré un Ángel?

26. CHALLENGER

Siempre deseé pasear por el espacio exterior. Ver, desde el negro infinito, el azul de esa pequeña esfera en la que vivimos. De niño  me ponía, a modo de casco, una caja de cartón en la cabeza, unida por  tubos flexibles a una vieja mochila, el mono de trabajo de mi padre y los guantes del jardín y las botas de agua de mi madre. Caminaba por la cara oculta de la luna dando pasos largos y pausados, a cámara lenta, alumbrando la penumbra del pajar con la  linterna de los días en los que fallaba la luz. O saltaba los charcos del camino como si la gravedad no existiera. Hacía migas de galletas y chocolate y las ponía en bolsitas para la hora de merendar. Pues eso, que jugaba a ser astronauta. Nunca pensé que lo conseguiría o, al menos, algo muy similar. El día en que la conocí y conseguí darle un beso, floté. El cielo se cuajó de estrellas, tan cerca de mis manos que hasta creí tocarlas, y, así, en gravedad cero, el bofetón que cruzó mi cara fue como la explosión del Challenger o, más bien, la implosión de mi corazón en el pecho.

25. Gigante (Lorenzo Rubio)

Anda refugiándose entre las montañas de la Antártida. Subsiste alimentándose de cetáceos y ataviado con pieles de osos polares, lobos marinos y otras especies. Rodeado de miseria, no se rinde a la desidia y busca distracciones, como cuando extiende en toda su plenitud sus piernas y, combatiendo la falta de oxígeno del espacio sideral, se asoma e intenta capturar con sus manos alguna nave que viaje por la galaxia para jugar con ella como hacía de niño con su Águila Imperial de juguete. Él nunca olvida la infancia: su época de felicidad; cuando aún era una persona normal y todos le adoraban por su desparpajo. Pero ahora, en ocasiones, la angustia le supera y, dando zancadas kilométricas, cruza el océano y regresa a su ciudad natal. Allí se acerca a casa, se agacha y observa emocionado a su familia; pero, inmediatamente, sus padres cierran las ventanas, los aviones de caza sobrevuelan el perímetro y él se ve obligado a huir hacia el gélido exilio para guarecerse de tanta crueldad que le cayó encima el día que, por una desconocida enfermedad, comenzó a crecer y crecer sin fin, y dejaron de llamarlo por su nombre para tildarlo de monstruo.

24. Cosas de locos.

– Ya he realizado todas las pruebas necesarias Alfredo. He estado durante meses en una sala para afrontarme a la gravedad. Me han hecho todo tipo de pruebas y análisis, he probado alimentos que no he visto en mi vida, y después de todo esto, ya estoy apto para formar parte de la tripulación de la nave. Ha sido un camino largo y duro, Alfredo – Le explicaba mientras se ponía el traje de astronauta.

-¿Y cómo has hecho para que te acepten? – Le preguntaba Alfredo con los ojos como platos, dando vueltas sobre sí mismo y tatareando una de sus canciones favoritas.

En el momento que Pedro se disponía a contestar, entraron en la sala dos hombres uniformados de blanco con semblante serio. Se acercaron donde se encontraban Pedro y Alfredo.

– ¡Hora de la medicación! – Exclamó uno de ellos mientras abría un bote de pastillas.

Alfredo se dirigió al que sujetaba a Pedro con sus brazos. – ¡Yo también quiero ir al espacio!, ¡quiero salir de aquí!,  ¡yo no estoy loco! – Gritaba, mientras Pedro y el resto de pacientes en la sala lo miraban más cuerdos que nunca.

23. VIAJE ASTRAL (M.Belén Mateos)

Tras meses sin una sola aventura, me propuso un inquietante viaje a la luna. Lo adornó con tecnicismos y explicaciones que se escapaban a mi entendimiento; con afirmaciones atípicas, sugerentes y nada descabelladas, que me hicieron percibir un halo de luz blanca en la oscuridad de nuestro horizonte.

Me preparó el desayuno con nutrientes y cápsulas concentradas con sabor a nada, una rosa y una vía láctea envuelta en palabras. Me besó ardorosamente en los labios dejando una estela de cometa en  mis comisuras, empalagadas de meteoritos de saliva, a modo de cráteres formando ese espacio infinito de nuestra galaxia.

Bajé la persiana, deshice la cama y me dejé llevar por un lunático que adoraba a Selene y a sus pequeños defectos humanos.

Una explosión de sensaciones en mi astronomía, un estado de exquisita ingravidez, ese viaje por las turbulentas constelaciones del sudor entre las sábanas…

 

22. ESTRELLAS

En el Mar de la Tranquilidad, ¿eh? Pues va a viajar por el espacio y nos contará si ha visto enterita la Luna, y cualquier otra estrella o constelación, La Osa, Aldebarán…, dijo y me propinó en el culo una patada a conciencia y reglazos con «La Juliana» (trozo quebrado por el tiempo de algún pupitre) en la cara, en las manos, en la espalda. En medio del dolor, ¡vi estrellas de todas clases!, sentí un cohete que me subía de medio cuerpo hasta los brazos ; di un brinco y le aticé en la pera, como había visto hacer en combates de boxeo. Y el profe cayó redondo. Las palmas de mis compañeros echaban humo.  El director no se hizo esperar y me tumbó de una andanada cósmica, no sin antes quitarse el anillo, no fuera a ser que el signo representativo del sagrado sacramento… Mi padre se acercó al día siguiente y mandó a don Carlos a tomar por donde amargan los marcianos. Aquel colegio, ¿lo clausuraron? No, qué va. Y nos fuimos. Padre a matrizar flejes y pletinas.  A alucinar, los tres, en la galaxia que representaba Suiza frente al terruño.  Otro cielo, otro planeta aún a mis 61.

21. Adán

Estaba inquieto tanto que, por enésima vez, me asome por la ventanilla del transbordador. Había ahorrado lo suficiente para hacer realidad mi viaje al espacio. Claro, quería algo diferente, pues a pesar de tanta insistencia por parte de mis amigos, no quise visitar la desértica luna ni tampoco los coloridos anillos de júpiter. Deseaba llegar más lejos. A donde ninguna persona hubiese estado en el universo. En la agencia me propusieron realizar un viaje hacía un planeta recién descubierto, el cual, si no mal recuerdo, tenía las mismas condiciones atmosféricas de la tierra. Un paraíso en medio de la nada esperando por mí, me dijeron entusiasmados. No lo pensé mucho, así que me embarqué a los pocos días. La ubicación exacta la desconozco. Estoy confiado en el sistema de navegación de la nave. Desde que salimos del sistema solar hemos estado viajando en una oscuridad infinita, brevemente alumbrada por fugaces e incandescentes meteoritos. No falta mucho, me informan los androides con su voz metálica. De vez en cuando recibo mensajes desde la tierra, están felices porque pronto me convertiré en el primer Adán de un planeta desconocido.

20. EN SUS OJOS HALLARÁS GALAXIAS

En el último momento antes de estrellarme contra la superficie del planeta, consigo enderezar la nave y estabilizar el rumbo. Mis dos perseguidores no han tenido la misma suerte. Sus cazas de combate arden envueltos en magma incandescente. Los sensores neuronales  de proximidad me advierten de que se aproximan más. La pantalla holográfica muestra  múltiples enemigos rodeándome rápidamente.

¡Antes muerto que dejar que me atrapen!

Utilizo las últimas reservas de energía de la nave para transferir toda la potencia a los propulsores de Krill, seleccionando Hipervelocidad estelar y acciono los mandos.

Escapo de allí perseguido de cerca por los haces luminosos de los disparos láser que no consiguen alcanzarme. Atravieso tormentas de rayos multicolores mientras  las montañas pasan fugaces como flashes ante mí.

Me introduzco por una gruta  reduciendo la velocidad,  se trata,  como intuía, de una base subterránea enemiga.  No hay vuelta atrás.  Abro fuego con todo mi armamento en un ataque suicida, pero de improviso, la puerta de la habitación se abre  y en lugar de entrar mi madre llamándome para cenar,  aparece la cuidadora del  centro de ancianos  para devolverme al presente.

¿Qué no daría yo por volver a ser aquél niño que jugaba con su consola?

19. LA VALLA

Creímos que huir de la Tierra iba a ser lo mas difícil, ¡que ingenuos fuimos!. La situación era insostenible, el cielo se cubría de nubes tóxicas, el calor infernal nos asfixiaba y el agua empezaba a escasear. Desesperados por conseguir un futuro para nuestro hijo Eon, Gaea y yo reunimos todos nuestros ahorros y conseguimos plaza en uno de las últimas naves clandestinas que consiguieron huir. El viaje hasta el planeta Aristarco fue peor que la mas horrible pesadilla. Hacinados, sin apenas comida ni agua, los bebés y ancianos fueron los primeros en caer. Eon, mi travieso, mi guerrero, mi fuerte hijo, luchó hasta el final, pero finalmente su cuerpecito exánime quedó flotando en el espacio, expulsado por una inmisericorde escotilla. Gaea, mi dulce amor, simplemente se rindió y le siguió días después. Cuando la nave al fin se posó, solo sobrevivíamos los mas fuertes, aunque muertos por dentro. Ahora, vigilados por los cybersoldados, agrupados como ganado tras esta valla, nos dicen que no somos bienvenidos, que este no es nuestro mundo, que no nos quieren aquí. No necesitamos ni hablarlo, solo hemos cruzado las miradas. Esta noche moriremos o viviremos, pero ninguna valla va a detenernos ya.

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