Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

97. JUGANDO CON EL MAÑANA

– Nunca serás famoso si pretendes llegar con esa arcaica nave espacial que has diseñado al planeta lejano Tauris.

– Pues mira niña, si crees que con esa pinta te llevarás el premio Star de Medicina Astral estás lista.

Así jugaban menospreciándose los dos hermanos, sin considerar bondad o habilidad alguna el uno al otro, viviendo en la gran nave espacial que simula una ciudad protegida por un enorme caparazón que la aísla del exterior.

Yo, su viejo abuelo, postrado en mi destartalada cama, lo único que había podido salvar antes del cataclismo que dejó la Tierra como un desierto y contaminada, los escuchaba recordando cuando era niño pensando en qué quería ser de mayor.

96. Luno (Asunción Buendía)

Había nacido una noche de luna llena. Su madre fascinada como estaba por ese blanco farolillo celeste, siguió su poderoso influjo y le vino a llamar Luno. Desde ese día le leyó todas las noches cuántos libros y publicaciones caían en sus manos que tuvieran que ver con ese satélite.

El día 22 de julio de 1969 Luno cumplía 8 años, como regalo acompañó a su padre a la capital con motivo de una feria ganadera en la que las ovejas de su comarca estaban representadas y ninguna como las suyas ofrecían tan rico pelaje lanudo.

Luno observaba el bullicio de granjeros y bestias.

Desentonando entre todos ellos, unos señores trajeados con grandes aparatos al hombro, se anunciaron como periodistas del NODO.

Pensando que el chaval, como buen paleto ignorante, haría las delicias del público televisivo con su angelical “gañanería” un reportero le acercó al morro algo parecido a una alcachofa de buen tamaño preguntándole si sabía que ciertos astronautas americanos habían llegado a la luna.

—Naturalmente— respondió Luno con total seguridad—El Apolo 11, impulsado por el cohete Saturno V, alunizó ayer en el mar de la Tranquilidad, su comandante Neil Armstrong fue el primero en pisar su superficie.

 

95. La abuela Paula

Hay noches que la abuela Paula, cuando cree que no la miro, remanga los puños de la bata hasta los codos y extiende al frente sus dedos arrugados como si acariciase el aire. Luego suspira y cuando me pone el pijama con sus manos ciegas me dice que la luna es una chiquilla caprichosa. Cuenta que es obstinada y poderosa, la luna. Y, que a pesar de no ser maga, su luz es capaz de hechizar a quien la contempla.
Algunas tardes cabecea con tristeza y me confiesa que la nuestra es una familia de navegantes con alma de croupier. Dice que la única culpable no es la luna aunque sea capaz de cualquier cosa con tal de ganar una partida a aquellos incautos que deciden apostar con ella.
Y los días en que el aire se vuelve tan pesado que se me atasca en la garganta, la abuela Paula me cuenta un secreto para hacerme sonreír. Hoy me ha dicho que el firmamento es un mensaje en clave escrito en Braille y que algún día, cuando lo descifre, ella también viajará al espacio para rescatar a papá y traerlo de vuelta.

94. Lágrimas de San Lorenzo (Luisa Rodríguez)

Recorre la constelación de Perseo con el mismo alborozo infantil que le henchía cuando chapoteaba en cualquier charco diseñado por el aguacero. Pierde la noción del tiempo y del espacio, y se aferra al deseo que ha conseguido colgarse de la cola del cometa. Su anhelo se cumple al convertirla en una de esas estrellas que cruza el firmamento sin que nadie le indique la trayectoria que debe seguir, ni cuándo aparecer o en qué lugar apagarse. Hermosa, pero fugaz.

Una ligera presión en la mano la trae de regreso a la Tierra, al descampado donde están tumbados con la única compañía de una orquesta de grillos. Es un gesto tierno y cómplice. Intuye que la está mirando, pero no vuelve la cabeza. Siente el calor húmedo de una lágrima que resbala por su sien. Pero cómo explicarle que no es de felicidad, que lo que fue, ya no es.

93. Encuentro (El Moli)

Perdí la conciencia del tiempo transcurrido, no me interesa, ya que mi destino es incierto. Vagaré por el espacio hasta el fin de mis días sin llegar a ningún destino.

Lo había perdido todo, por eso acepté la misión; mi futuro era el mismo que aquí en el espacio. Soledad física y afectiva. Nada me ataba para quedarme. El silencio es atronador, solo el siseo de los equipos y alguna transmisión desde el control; preguntan que veo desde la escotilla. La tierra sólo es un punto azul que pronto dejaré de ver y ese enorme cometa que cada vez está más cerca y coincide con mi órbita.

Eso nadie me lo dijo…

92. EN TRÁNSITO POR JÚPITER.

El espacio es frío. El espacio es infinito y está vacío.

Viajar por el espacio es muy aburrido.

Siempre la obscuridad y la rutina. Siempre revisar las comunicaciones, ejecutar comandos, comprobar el funcionamiento de los procesos, transmitir situación, seguir esquemas, cumplir protocolos, rellenar informes, realizar test, hacer ejercicio, cuidar el aseo y naturalmente, siempre mirar si hay alguna comunicación personal.

En el espacio se está muy sola.

Actividad no planificada:

Leo en la pantalla el mensaje de correo 07/450 de siete de abril, verificado por el responsable de recursos humanos de la compañía propietaria de la nave (compruebo que es el aséptico modelo 33).

Salta el doble “check” azul.

Resumen de la acción prescrita:

En el diario de abordo escribo “haciendo uso de lo contemplado en la ley, el armador dice verse en la obligación de prescindir de mis servicios. Se me da un plazo de 72 horas para abandonar las instalaciones de la compañía”.

Análisis del entorno:

Quedan seiscientos días para que la nave llegue a destino.

En muy pocas ocasiones vale la pena mirar fuera. Ahora es uno de esos momentos. Ver un gigante gaseoso es un espectáculo formidable que quita el aliento.

El vacío es muerte.

91. Nacimiento

A punto de explotar. Encerrado en mí mismo. Como una pelota. Como una piedra sin vida.

Mis fluidos se desbordan y agrietan mi rocosa piel que ya no puede contenerlos más.

Siento el quebrantarse de los diferentes pliegues que me componen. Si pudiera, gritaría. Pero no sé. No tengo voz. No tengo más fuerza que la de ceder. Esperar a que todo fluya.

Todo arde en mi interior. Como los ríos de lava que descienden por la falda del volcán.

Ardo con el temor de no saber qué pasará. Que ocurrirá conmigo. Con todo lo que soy.

EXPLOSIÓN

Dibujo cuerpos celestes sin vida en la penumbra oscuridad que resta tras mi dolor. Escribo formas con sus distancias. Líneas que serán recordadas que permanecerán en el tiempo. Y en el espacio.

Recreo con mi fragmentado cuerpo caminos que dan vueltas sobre si mismos. Como autopistas que dan hogar a mis pedregosos pedazos que las recorren sin sentido. Sin saber.

Construyo focos de calor. Los mismos que me convirtieron en lo que ahora soy. Los mismos que me destruyeron pero que permiten ver la belleza de lo que soy ahora. Su luz. Su vida.

El universo que guardaba en mi interior.

90. ORBITAS DIVERGENTES

Viajábamos sobre la curva espacio tiempo y girábamos alrededor de nuestro eje imaginario. Yo era simple, un asteroide de órbita única; ella era una estrella enana. Tenía la facultad de poder cambiar de órbita voluntariamente. A veces las elegía cerradas, circulares o elípticas, pero cuando se le antojaba, las cambiaba por otras abiertas con trayectorias hiperbólicas o parabólicas.

Muchas veces los caprichos gravitacionales nos aproximaban. Entonces reíamos a carcajadas, lo pasábamos genial, nos insultábamos mirándonos a la corteza: ¡¡asteripollas!!, ¡¡mameluco cósmico!!, ¡¡mentecato orbital!!!!, pero era sin malicia, solo para desorbitarnos de risa.

Un día las leyes cósmicas dieron un giro inesperado y se descabalaron las órbitas. A mí me sentó fatal, porque pensé que lo había hecho voluntariamente, que ya no quería coincidir en el espacio ni en el tiempo conmigo. Le mandé un mensaje en un meteoroide recriminador y ella me respondió lanzándome un manojo de estrellas fugaces cabreadas.

No sé el tiempo que llevamos sin coincidir, aquí todo es relativo. Solo sé que ella cambió de trayectoria y ahora explora nuevos mundos. En mi tristeza, solo espero que alguna vez pase lo suficientemente cerca como para poder gritarle de nuevo: ¡¡mameluca cósmica!!, ¡¡Asteripollas!!, Estrellita Castro!!!!

89. ¡FAREWELL, VIEJA ESFERA!

«Lo compartiremos todo, compañera. El amor, nuestras pieles y nuestros corazones, el viento solar que nos propulse, las adiabáticas e ingrávidas relaciones sexuales y personales que nos proponga tanto Houston como nuestra libido rampante, las liberadas pequeñas esferas de nuestra saliva cuando al salir, tú de la bodega, yo de control, nuestras lenguas recuerden que los besos se comen, como a dulces cucharadas, los trajes, nuestros miasmas, nuestro afán suicida y aventurero que nos ha hecho embarcar en esta misión, los recuerdos terrestres de un pasado que poco a poco acelerará nuestro futuro hecho de sucesivos, relativos e inmaculados presentes, nuestra mutua resolución de viajar hacia lo incierto sin posibilidad de retorno, nuestra evolución en un entorno desconocido donde tendremos que ir descubriendo nuevas y fascinantes condiciones físicas y químicas, incluso compartiremos la muerte en el preciso mismo segundo en el que ya esté completa nuestra iniciática y extensa misión, todo, lo compartiremos todo. ¡Farewell, vieja esfera!»

88. ANDROIDES: SUPERIORES EN CASI TODO (Petra Acero)

¡Pobres humanos! Ahí están, murmurando, intentando que mis oídos no capten sus palabras. ¡No entienden de telepatía!
Tres cuervos desorientados acodados a una mesa de finales del XXI (revival del rococó francés, periodo Isabelino: patas cabriolé, marquetería ecológica con apliques de bronce reciclado e incrustaciones de metacrilato biodegradable), sin decidirse a formular la pregunta. Hasta que el de la nariz floja se impacienta:
—Señoritaaa —arrastra el género como si fuera un pregonero (en mi último viaje, todavía había pregoneros que, con sus rimas y cornetas, provocaban expectación y… sonrisas)—. Señoritaaa —gorjea estirando el cuello—. ¡Cíñase a la pregunta!… ¿Inter-ga-lác-ti-co o inter-ur-ba-no?

Comadrejas nerviosas de actitudes cambiantes. Tan sentimentales, tan humanos. Elijo el tono y timbre adecuados a la edad que represento. Bajo la mirada y, como cachorro desvalido, me dirijo a las tres togas:
—¡Interurbano, Señorías! Quise decir: viaje inter-ur-ba-no.

Entonces, sus ojos, hasta entonces agujeros negros, comienzan a titilar como minúsculos soles, iluminando sus rostros. A continuación se recuestan y, cobijados en los respaldos de sus sillones: resoplan, mueven afirmativamente la cabeza y, ¡por fin!, aparece ese movimiento de labios (cóncavo y ascendente) que nosotros no hemos conseguido imitar… Un calor involuntario inunda mi revestimiento.

87. Laberintos

Sus dos hermanas habían dejado el pueblo y estudiaban en la universidad. Ella se hizo náufraga del tiempo la mañana del accidente. Vivía rodeada de flores, pájaros y árboles. Su padre la nombró guardiana de los campos y la conminaba a arrancar las malas hierbas, pero ella no creía que las amapolas hicieran daño alguno, y las dejaba estar. Pasaba las tardes enteras por los caminos. Perseguía mariposas, para observar el color de sus alas, se olvidaba de las horas. Marisol y Venus volvían en verano cargadas de libros repletos de imágenes. Aprendió el sistema solar y se quedaba muchas veces ensimismada frente a la luna mientras buscaba en su superficie huellas, paisajes, montañas y ríos. Descubrió en los manuales los agujeros negros. Imaginó que eran ventanas que la conducirían al lugar en el que se hallaba su madre. Escudriñaba el cielo por las noches e interpretaba cada pliegue como una de esas brechas. Supo que el mundo estaba lleno de galerías y canales secretos conectados. Y no paró hasta encontrar un atajo. El pozo cercano a las eras, con profundidad desconocida, de aguas densas, de oscuro azabache.

86. Año 2064

Todo estaba preparado, habían saltado las alarmas.

La tercera guerra mundial estaba siendo la más devastadora de la Historia, los nuevos artificios habían demostrado ser miles de veces más eficaces que las bombas atómicas que, no obstante, desarrolladas por una treintena de países estaban sembrando el mundo de destrucción.

Junto a esa hecatombe y probablemente propiciada por ella, se sucedían los terremotos y los mares subían de nivel y anegaban buena parte del mundo, mientras en otras zonas el desierto avanzaba por días.

La inteligencia artificial de la nave espacial se puso en marcha, se encendieron los motores y, tal como había sido programada, activó el programa de salvamento y se acercó lentamente al monte Ararat, hacia donde, gracias a microchips específicamente preparados, se dirigía una pareja de cada especie animal.

Una vez acogidas todas las especies conocidas, llegó el momento de que accedieran  parejas humanas previamente seleccionadas, a las que también se les había puesto un microchip y reservado un sitio, pero la inteligencia artificial de la nave se había desarrollado y, previniendo un nuevo desastre, cerró las puertas. antes de que llegaran.

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