Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

47. La astronauta

He alcanzado los confines del Sistema Solar. He visitado desde Marte a Plutón, incluyendo varios satélites de Júpiter. El próximo destino está cercano a Neptuno. Junto a él se han descubierto un par de agujeros de gusano. Un hecho tan insólito como anhelado. A pesar de que el hombre ha conseguido alcanzar velocidades cercanas a la de la luz, las galaxias están muy alejadas. Yo capitanearé la expedición que se dirigirá a la  M51A. Me ofrecí voluntaria. Si no viajo en la otredad cósmica siento que me ahogo. Añoro los vórtices de Venus, los anillos de Saturno, el Valle de Marineris, los Géiseres de Encélado… He visto amaneceres con tonalidades de colores que desconocía y ríos de metano en Titán. En el silencio, he desmigado sonidos de música seráfica, casi imperceptible. Y lo curioso es que, perdida en la inmensidad del espacio, jamás me sentí sola. Aunque, desde hace unos meses, me obsesiona la idea de morir arrastrada por un agujero negro –me horroriza-. En cuanto pongo un pie en tierra, me planteo no moverme jamás: despierto en una cama de hospital, contrariada, pensando que debo romper con quien me transportó a aquellos maravillosos lugares. Curiosamente, la llaman heroína.

46. El «orgullo» de una nación

Tenían por delante seis meses en los que compartirían el minúsculo espacio de la primera estación espacial rusa. Yuri Supko y Andrii Ugrumov fueron los elegidos. El primero ingeniero aeroespacial graduado con honores en la universidad de Moscú; y el segundo el mejor físico nuclear de Leningrado.
Nunca se habían visto antes hasta el día del lanzamiento y en la cápsula pronto empezaron a surgir roces. Era pequeña para dos egos tan grandes. Al principio tuvieron discusiones nimias, sobre aspectos técnicos, pero con el paso del tiempo y el aumento de la claustrofobia se fueron enconando y la escalada de violencia verbal fue imparable.
Un día todo saltó por los aires. Un choque involuntario dentro del habitáculo prendió la llama y se enzarzaron en una patética pelea a puñetazos, levitando. Por la ausencia de gravedad no podían golpearse, así que empezaron a morderse. Dos hombres, rodeados del infinito silencio del espacio, batiéndose en una frenética batalla a dentelladas que nadie sabe como acabó.
Por lo que he podido indagar después, se cuenta que Moscú intentó contactar con ellos, y aunque no lo dicen a las claras, lo único que trasmitieron durante días fueron gemidos, susurros y risas ahogadas.

44. Estrofas inoperantes

Mi viaje a Umbriel, el satélite con menor albedo de Urano, “el espíritu crepuscular de la melancolía” de Alexander Pope, no fue apacible a pesar de toda la poesía con la que yo lo había envuelto, porque cuando a un inmenso trayecto se suma una compañía ingrata, todo se enrarece inexorablemente.

Yo ya sabía que ellos subieron a la nave acoplados, pero no me importaba, yo traía mis libros para los ratos de asueto, y lo suyo no era para mi mas que un satélite añadido de rima disonante que podía obviar.

Pero en ingravidez hay cosas que no son distintas a tierra firme, y cuando Nikolái se desconectó de Gertrude y quiso ocupar el lugar de mis lecturas, parecía que no avanzábamos hacía nuestro objetivo.

Ella estaba colérica con él, pero también conmigo, sin saber que yo estaba más que asqueada con sus intentos de ensamblaje hasta que la convencí con palabras tiernas, y algunas falsas caricias, de que yo no era ni mucho menos su rival y que la misión principal se podía llevar a cabo solo entre dos.

La vuelta, técnicamente hablando, era cosa mía, así que decidí hacerla en la placidez de la soledad amable.

43. Psicodelia

En lugar de acatar las leyes de la inercia y continuar con su movimiento uniforme, el satélite avanzaba a trompicones. Encendía y apagaba los sensores en un baile frenético de lucecitas de colores. Se apartaba a cada momento de su órbita, como haciendo amagos de descarrilar, indeciso y torpe en su misión.

A la NASA llegaban imágenes de una superficie terrestre psicodélica: bordes continentales desdibujados, masas de tierra con bosques color perla que se derretían sobre océanos rojos, y los áridos desiertos -antes marrones- de un azul prístino. Una imagen abstracta y desenfocada, una pintura casi metafísica de un mundo fluido y sensual, que sacudía del sopor a los orondos técnicos de la agencia espacial y auguraba un futuro diferente.

En esos días, el tímido ingeniero que lo diseñó recibía -alucinado- importantes premios por su novedosa aportación a la confluencia entre las artes y las ciencias.

41. Gliese 667Cc (Enrique Mochón Romera)

El oficial Walker aprovechó su turno para revisar el cargamento. Aparte de servirle para desentumecer los huesos, aquello le resultaba tan grato como visitar un museo. Empezó como siempre por las semillas, envasadas todas en bolsas transparentes, etiquetadas y acompañadas por un fichero con la información de cada especie. Walker se recreaba leyendo acerca de las plantas a las que darían lugar, y luego se extasiaba mirando aquellas láminas de dibujos detallados y preciosistas, por los que pasaba las yemas de los dedos intentando en vano asir la realidad que representaban.
También estaba la “granja”, con su inmenso archivo zoológico en letargo; y las cajas con utensilios: ábacos, astrolabios, teodolitos, balanzas, plomadas, arados…, tan arcaicos que apenas los conocía; las enciclopedias, en el compendio más completo imaginable; la botica, complementada por una espléndida farmacopea… Pero esta vez no tuvo fuerzas para seguir: las especiales características de aquel viaje le estaban agotando mente y cuerpo. Salió del almacén. Cerró la trampilla y se quedó unos momentos inmóvil, escuchando el absoluto silencio. A su espalda, salvo el suyo, todos los nichos de hibernación permanecían cerrados. Frente a él, tras el cristal, Escorpión refulgía levitando en la nada, cada vez más cerca.

40. FUGACIDAD (Cristina Requejo)

Flotar controlando nuestra propia trayectoria, gravedad cero, libertad de espacio y movimiento. Volábamos.

Fue un regalo perfecto. Ni el viaje a Bali, ni el anillo de diamantes, habían superado la emoción que viví en aquel simulador.

Tras la experiencia, salimos a cenar. Después, follamos. Fingí dos orgasmos. Dos. Uno no bastaba para ocultar mi falta de deseo. «Fingir» es un verbo que conjugo desde hace varios años, contigo, con tu familia, en el trabajo.  Me levanté; necesitaba salir del agujero negro en el que se había convertido nuestra cama. Tú, dormías. Yo ya no volaba.

En el baño, frente al espejo, la realidad que vi en la constelación de pecas de mi cara, me avergonzó. Me sentí una traidora ante la evidencia de que mi vida, nuestra vida, transcurría dentro de otro simulador, a años luz de Pléyades y nebulosas, y cerca, muy cerca de la mediocridad.

39. No termina nunca esta misión (Esperanza Tirado Jiménez)

Año 3016. Cuaderno de bitácora.

Marzo

Las reparaciones en el sector E de la nave han finalizado con éxito. La descompresión fue realizada correctamente. Los cuatro integrantes de la misión se encuentran sanos y salvos.

Las gominolas liofilizadas saben raras. Ya van quedando pocas, lástima.

Abril

Algo flota en el ambiente que ha minado los ánimos de los tripulantes. Supongo que leer El Quijote en cadena por enésima vez ya no ayuda a subir la moral.

Unos cuantos han formado un coro. ‘What a wonderful world’ se escucha machaconamente por cada rincón. La morriña nos invade.

Junio

Las noticias de La Tierra son desesperanzadoras. El Alto Mando de la NASA nos informa de lo ocurrido en el desierto del Kalahari. Los esquimales han avanzado, conquistando la zona y apropiándose de la distribución del agua. El Caos.

Agosto

Seguimos dando vueltas en torno a la órbita terrestre. Pedimos turno hace días, pero del control siempre recibimos una respuesta automática pregrabada.

Rotaremos hasta nueva orden. O hasta terminar el combustible. Entonces habrá que plantearse un aterrizaje de emergencia.

Desde aquí solo se ve una bola borrosa y grisácea. Después de tantos meses fuera de casa quizá ya no haya quien nos reciba.

38. Que me espere sentado

Soleada mañana, bonitos trajes, delicada misión. Tocha al volante y Robledo, Bledo, al lado. Encontrar a la mujer del jefe se nos antojaba como buscar una estrella en el firmamento. Un brunch en la cafetería Apolo XI fue la primera pista. La segunda, el tique del Alta Velocidad con parada en Supernova, grandes almacenes con precios a años luz de la competencia. La nube de asteroides uniformados que la rodeaban delataron su presencia. Señora, el jefe… Señores, al jefe… Tocha y Bledo impelieron los asteroides uniformados al espacio profundo y a la mujer del jefe adentro del ascensor. Una vocecilla dijo: puerta se cierra… La entrepierna de Bledo acusó el golpe. Guapa, rubia y contundente, se dijo constreñido por el dolor. Las narices de Tocha salpicaron de granate sus impolutas camisas. Uno ochenta y noventa kilos, le calculó intentando contener la hemorragia. Yo me quedé más tieso que la bandera americana en la Luna…  Señora, el jefe… La vocecilla: puerta, se abre… Posó el pie en Últimas Novedades como si conquistara Marte, se toqueteó el flequillo ante un expositor, y los asteroides uniformados se sintieron atraídos nuevamente por su extrema gravedad. Sentado, Carlete, dile que me espere sentado…

37. Recuperando el brillo plateado que iluminaba la oscuridad (Pablo Núñez)

Los astrónomos de una lejana base observaron que las noches quedaban desbaratadas por un brillo grisáceo. Investigando, hallaron un misterioso jeroglífico en una playa desierta. Descubrieron que el acertijo señalaba unas coordenadas marítimas y enviaron a numerosos buzos para que explorasen el lugar. Encontraron, en las profundidades oceánicas, a la verdadera luna y constataron que la que colgaba del cielo era una estrella con afán de protagonismo que había empujado a la reina de la noche, por el lado oscuro, arrojándola al fondo del mar.

Recopilando toda la información, estudiaron cómo quitar a la intrusa que enrarecía la luz nocturna y diseñaron una enorme nave que alojase en su hogar a la musa de los escritores noctámbulos. Después de innumerables esfuerzos consiguieron que la estrella impostora, gracias a un satélite zalamero que la logró conquistar, volviera de vuelta a su órbita.

En cambio, subir a la luna traía de cabeza a los ingenieros aeroespaciales: en ninguna nave cabía. El sol, hastiado de la soledad de tantas noches oscuras, antes del ocaso abrazó con sus rayos a su eterna pareja y, con sumo cuidado, tras darle un beso apasionado en el momento del reencuentro, la colocó en el trono del firmamento.

36. LA NOCHE

Javier volvió de sus viajes por el espacio, visitando galaxias, constelaciones, planetas cuya atmósfera nadie podía imaginar, pero volvió a sentirse más sólo que nunca. Al principio la gente, su país, su pequeño universo en la Tierra, le agradeció su heroicidad, ser el primer hombre que visitaba y conquistaba nuevos mundos que colonizar, nuevas estrategias de vida para un mundo en continua decadencia y supervivencia. Pero al lado no había nadie cercano. Todo fue alabanza fría y desapegada. Quizá había sido elegido por aquella condición solitaria y taciturna pero al final, le quedaba un logro muy importante que realizar: tener personas cercanas que le acompañaran en un viaje tan difícil para él como la vida cotidiana.

De madrugada, cuando las luces de las casas estaban apagadas, disfrutaba de salidas a su cerro solitario porque estaba más cerca de las estrellas, antiguas compañeras de viaje que compartían con él los heroicos momentos que nadie vio.

De repente, una tormenta iluminó el cielo y vio varios seres errantes por el camino tortuoso. Les ayudó a sobrevivir y comprendió que la vida seguía en una supervivencia continua. No podía esperar un fin, sino vivir y comprender la aventura interminable hasta el final.

35. LOS OJOS DE UN NIÑO (Paloma Hidalgo Díez)

Los periodistas que iban a filmar a toda la familia esperando al gran héroe que volvía, nos dejaron diez minutos para aprendernos lo que debíamos decir sobre él. Al parecer, a nuestros compatriotas, no iba a resultarles muy agradable escuchar lo mucho que le odiábamos mi hermano y yo, por haber dejado de ser el taxista con el que jugábamos todos los días. Después comenzaron a grabar. En todas las televisiones se recibían en directo imágenes de nuestro pelo rubio bien repeinado, y de los pantaloncitos cortos a juego con los vivos de las camisas blancas que llevábamos. También de mis labios, por ser el pequeño, mientras explicaba al mundo que me alegraba mucho de que mi papá fuera astronauta y de que pudiera salir a jugar con la luna y las estrellas todas las noches. Pero ni un solo primer plano de nuestras miradas. Papá siempre nos pedía que le mirásemos a los ojos. Decía, aunque quieran, los ojos de un niño no saben mentir. Papá tenía razón. Cuando, minutos después, el transbordador se desintegraba al efectuar su entrada en la atmósfera, nuestros iris, tan azules como el cielo, llenaban la pantalla de dolor, angustia, e incredulidad.

34. Del amor, del IVA y del cambio climático.(Arantza Portabales Santomé)

Coincidimos en el teatro. Éramos los únicos que rompían la simetría de parejas que reinaba en la cola. Nos juntamos casi por inercia e iniciamos una conversación trivial. Hablamos del tiempo y de lo caras que estaban las entradas. Del IVA cultural. Nos reímos al coincidir en butacas contiguas. Y luego lo normal. Café, más charla, más cambio climático, más Montoro. Y el hotel.
¡Qué bien mentía!
Me dijo que me amaba. Bajito, susurrándomelo en la oreja izquierda mientras en la derecha se revolvían, inquietos, los gemidos broncos que coronaron su orgasmo. Y que ojalá me hubiera conocido antes de apuntarse a esa absurda expedición, sin retorno, a Marte. Que adoraba mi cuerpo barnizado de sudor y oscuridad.
Ayer lo vi en el telediario de Telecinco. Sonreía a las cámaras enfundado en su traje espacial, como de muñeco de Michelin.
Cómo me gustaría acompañarlo a ese mundo sin Polos derretidos. Sin Ministros de Hacienda. Sin habitaciones de hotel llenas de mentiras que se quedan a vivir en tu oreja izquierda, mientras que la derecha agoniza con el rugir de los motores que elevan su cohete hasta hacerlo desaparecer, sin piedad y sin remedio, en el horizonte de Cabo Cañaveral.

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