Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

138. Helena

Llegó como cualquier día, contando los pasos, pero había dado uno más de lo normal; y era extraño. Se detuvo ante la puerta esperando hasta el segundo exacto para entrar. El personal se encontraba especialmente excitado: habían anunciado por la radio la aparición de otra víctima de lo que parecía ser un nuevo asesino en serie. Bajó hasta el depósito algo agitado. La policía lo confirmaba poco después al traer una mujer sin un solo cabello en todo el cuerpo, sin párpados, con la boca cosida, con el nombre grabado justo por debajo del ombligo y una estilográfica Montblanc clavada en el corazón. Aparentemente era obra del mismo individuo: los cortes de los ojos eras limpios y precisos, había rasurado a la joven con delicadeza, cuidándose de no causarle ninguna herida, la costura de los labios era de puntadas regulares y con hilo de seda, y los trazos de las letras eran angulosos y estilizados, realizados con algún objeto romo y fino que rasgaba la piel; probablemente la pluma. Tras el exhaustivo examen, los tres forenses confirmaron que era el tercer crimen ritual de la misma persona, pero únicamente él sabía que «El escribano» habría escrito el nombre sin hache.

137. FRECUENCIA EMOCIONAL

Cuando detecto su frecuencia alterna  cerca, mis válvulas se iluminan. Mi condensador se excita, mi transformador se dispara, mi oscilador fluctúa, mi altavoz vibra y todo mi chasis tiembla. Mis diodos rebotan, los filamentos  se me derriten, las placas se me fusionan  y  las bobinas se me electrizan.

Y en cuanto su mano ajusta la aguja de mi dial me convierto en un superheterodino y solo puedo emitir a mil  kilociclos por segundo: Je t.aime….

 

136. EL PARTE

Al abuelo, siempre  que yo recuerdo, le oía decir que desde la guerra, la abuela no había vuelto a engordar. Aquellas noches en vilo. Aproximándose el ruido de los motores.  Acelerones, gritos, insultos, llantos, que parecían producirse en el mismo zaguán. Culatazos en la puertas que amedrentaban aún más. Todo volvía a disiparse en la lejanía. A la vez, se atenuaba la angustia. El silencio continuaba roto con el sollozo angustioso de las mujeres de los que se llevaba el camión. » Tu abuela se pasaba las noches llorando «. Al abuelo, no llegaron a subirle a ninguno de esos camiones. Siguió siendo consecuente con sus ideas. Prefería ir a misa los domingos, así no le tachaban de rojo. Pero salía por un lateral de la iglesia, que no daba a la plaza del pueblo. De esa manera, libraba el tener que cantar con el brazo en alto. Siempre perduró su costumbre diaria de leer » el papel «, de escuchar » el parte «. Por la noche sintonizaba » Radio Pirinaica «. Pegado al aparato, agudizando el oído. Con el tiempo la televisión, sobresaltó a los abuelos. Creyendo que retornaban a tiempos pasados. Fue al ver a aquel guardia civil pistola en mano: » Quietos todo el mundo «.

135. ONDA CORTA

El salón de la casa era tan cálido como austero, un templo familiar que se iluminaba durante el mediodía y se quedaba a oscuras cuando el sol rozaba el horizonte. La mesa camilla con su faldón, su brasero y sus sillas, estaban orientadas a una estantería que sujetaba un transistor enorme. Aquello no era un mueble ni un electrodoméstico, era el altar de mi abuelo, un objeto de culto que solo manejaba él después del paseo vespertino.

El mismo día que murió, la radio pasó a ser un trasto inútil para los demás, pero bastante decorativo y entrañable, así que permaneció en su sitio. Siempre me llamaron la atención esos números que venían identificados por las siglas LW, entre la FM y la AM. El abuelo decía que eran emisiones del extranjero y para los marineros. Y cuando nos lo contaba, los demás pensábamos que vaya tontería eso del mar, sobre todo allí en Fresno, un pueblo en medio de las llanuras castellanas. Aunque sobre las emisiones lejanas, algo de razón tendría porque en verano los fusibles se encienden y entonces el abuelo nos habla, en la víspera de su cumpleaños, por cualquier frecuencia de esas.

134. EN MEMORIA DEL TÍO LEAL

Hoy se cumplen dos décadas de la muerte del tío Leal. Ocurrió unos días antes de Nochebuena. Yo tenía catorce años. Suficientes para comprender que el llanto de sus hermanos, incluido el de mi madre, era fingido. Contadas fueron las veces que alguien le visitó en el pueblo. Allí le dejaron morir abandonado y solo.
Durante el velatorio una frase se repitió en varias ocasiones.
“Pobre, mírale ahí, nada, no quiero nada, solo la radio que conservaba de madre, cuántas novelas escuchamos juntos en la cocina”
Así que tras su entierro, todos corrieron a su casa y se abalanzaron sobre la radio: pelea, lucha. ¡Menuda batalla! Hasta que mi madre se hizo con ella y como si se tratara de un marrano de matanza, con un cuchillo la destripó y sacó un sobre de su interior.
Aquella navidad cenamos opíparamente, bueno, ellos, yo no probé bocado. Hoy pienso con tristeza que la muerte de mi tío se tradujo solo en una gran mesa repleta de manjares, sin embargo recuerdo que esa noche, mis lágrimas se derramaron por lo duro que me resultó el hecho de que nadie respetara su memoria. Al tío Leal jamás le gustó el marisco.

133. AROMAS ENLATADOS

En mi cocina no se saborean los platos por el olfato. Eso sólo pasaba en la de la abuela, donde a mí me encantaba encerrar los aromas en viejos frascos de cristal y ponerles una gruesa etiqueta con el olor que iba cazando al vuelo, al remover ella los pucheros. Jamás me dijo que aquella afición era algo inútil, de eso se encargaban mis hermanas, mientras se reían, dando por sentado que algún tipo de locura me poseía.
La abuela se hartaba de reír viéndome correr por la cocina con el frasco en una mano y la tapa en la otra queriendo atrapar aromas, como quien caza mariposas. Le encantaba sentarse cerca de la radio, en mi habitación, y escuchar su novela preferida mientras limpiaba con mimo cada pieza de la estantería. ¡Los tenía todos!… aroma de cocido, de potaje de verduras, de sopa de ajo, de flan con nata y canela, de arroz con leche…..
Cuando murió, parte de mi infancia se fue con ella. Yo, nunca aprendí a cocinar… vivo de sus aromas enlatados.

132. Vae victis

Al primer aviso de la alocución inminente, la familia abandona el frescor del patio para congregarse alrededor del aparato. Hasta las tatas  Patro y Carmela acuden a escuchar al general retorciendo, aterrorizadas, las puntas de su delantales.

−Buenas noches, señores −saluda Queipo a través de Unión Radio Sevilla−, mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto…− . Antes de que continúe el rosario de bravuconadas y amenazas, Pilar se levanta con el rostro desencajado. «Es muy joven para comprender ciertas cosas», piensa su madre viéndola marchar.

La muchacha sube al sobrao recalentado  que nadie visita en verano. Hace una semana lo encontró en la azotea.

−Yo no he jecho na malo, no me denuncie. Cuando dejen de buscarme, me iré pa Málaga  −suplicó enloquecido.

Cada noche, con la respiración agitada, Pilar levanta la tapa del arcón y le entrega deprisa lo que ha podido escamotear ese día: algo de gazpacho, pedazos de pan, los albérchigos del postre que guardó en un bolsillo; y,  cada noche, aquel hombre orgulloso que soñaba en los mítines con una sociedad sin amos ni religión besa su mano al tiempo que susurra:  −Dios se lo pague, señorita

131. All you need is love

Sería tedioso relatar como acabé aquella noche encerrado en el garaje, con el motor del coche en marcha, baste decir que en cada camino que emprendí en mi vida, tomé siempre la dirección equivocada, hasta llegar al final de un inmenso túnel, donde decidí que había llegado el momento de sumergirme en un misericorde olvido. Mientras los gases hacían efecto, busqué en el dial de la radio una canción memorable, un himno final que me acompañara en el trance, y de pronto, la voz de Lennon inundó mi alma, “all you need is love, love”. Repetí el estribillo como en trance, mientras las lágrimas me surcaban las mejillas. Todo lo que necesitas es amor, tan sencillo, tan complicado, tan olvidado… Por mi mente pasaron raudos miles de recuerdos, todo el amor que había recibido en mi vida, toda la gente que me quiso, todo lo que recibí sin devolver nada a cambio. Apagué el motor y lloré durante horas, y tras esa catarsis supe que estaba en deuda con la vida. Ahora deambulo por los caminos, equivocados o no, sin nada en los bolsillos, cargado con un único equipaje: “love, love, love”…y por fin he logrado ser feliz.

130. LA RADIO SIGUE SONANDO

Un resplandor repentino enciende la noche. El calor es abrasador, pero no consigue mitigar el frío glacial que encoje tu corazón, rebelde, joven, rebelándose ante lo inevitable.

Mientras tu vida se derrama en regueros púrpuras mezclándose con las aguas del arroyo sobre el que has aterrizado, piensas que te gustaría haberle dado un último  beso antes de despediros.

— ¡Maldito orgullo!  —gritas mirando al cielo estrellado.

Evocas en tu mente lo ocurrido: Te ves a ti mismo conduciendo por la carretera del barranco  con una sola mano y con un cigarrillo en la otra. La música suena a todo volumen,  pero la canción no termina de gustarte. Bajas la mirada un momento para cambiar la emisora  y al levantar los ojos de nuevo, ahí está la curva.

¡Demasiado rápido!

**

Por fin, las llamas del fuego iniciado por el cigarrillo han alcanzado el depósito de gasolina. Piensas esperanzado que ha terminando tu lenta agonía.

Al son de tu emisora favorita, tu carne calcinada se desprende de tus huesos, y dejas de ver, pero aún así no pierdes la conciencia.

En tus últimos pensamientos, maldices estar todavía vivo.

La radio sigue sonando hasta que los altavoces, al igual que tú, se derriten.

129. La radioepopeya de las cinco

–¿Qué es esto, H?

–Los tres últimos capítulos, señor director: Aquiles mata a Héctor, se celebra el funeral de Patroclo, Príamo rescata el cuerpo de su hijo y fin de la historia.

–Los radioyentes están enganchados, H. No podemos acabar ahora.

–Podría continuar hasta la muerte de Aquiles y la caída de Troya…

–¿Y eso para cuánto nos daría, para cinco o seis capítulos más? ¿Tiene que morir Aquiles?

–La radioepopeya se basa en la mitología.

–Bueno. Bueno… Estoy pensando. ¿Qué hacen los griegos cuando acaba la guerra?

–Regresan a casa.

–¿Helena se va con Menelao?

–Sí. Viven felices.

–La felicidad espanta a los radioyentes.

–Agamenón es asesinado al poco de llegar a Micenas.

–No nos sirve.

–Odiseo tarda diez años en regresar a Ítaca.

–Interesante… Siempre me gustó Odiseo. ¿Qué le sucede durante el viaje?

–No recuerdo bien. Creo que se encuentra con un cíclope, burla a las sirenas, es secuestrado por Circe, visita el Hades, vive con Calipso…

–¡Magnífico! ¡Grandioso! H, quiero que se ponga a trabajar en el nuevo libreto.

–Bien, señor director.

–Tenga listo el primer capítulo para la semana que viene. Saldrá en antena a finales de mes.

128. Déjame

Corría el 82 cuando yo me encaminaba despacio al temible vestíbulo de los 40. Era el año de Naranjito, del Totus Tuus, de la muerte de Chanquete, de Felipe González, pero sin duda, no era mi año.

Había vivido con 3 hombres y me había desvivido por otros tantos.  El último me dejó sus preservativos en la mesilla de noche, su sonrisa en el felpudo y como últimos regalos, un embarazo de tan sólo una falta y una canción de Los Secretos, en la radio que me servía de despertador.

DEJAME, cantaba la emisora y el capullo del locutor ensalzaba las letras de aquel grupo mientras la lluvia caía intensa por el espejo ante el que me prometí, tiempo atrás, no volverme a enamorar.

De un manotazo, acallé la radio y me di la vuelta en la cama. El hueco de su ausencia, de la de los otros, de todos ellos, se cubrió de seda y un pellizco en el vientre, me recordó que tenía más de mil razones que valían la pena.

127. CEREMONIA IMPERFECTA

Erguido lo mismo que un árbol altísimo, apoyado de espaldas contra la pared, prietas las esposas, demasiado prietas, le limpiaron los oídos meticulosamente y depositaron en sus ojos abundantes gotas de colirio. Le introdujeron también una bola con pinchos en la boca y sellaron sus labios con esparadrapo. Labraban los perros. Algún culetazo se perdió contra su estómago como disecado, proveniente de una mano fácil. Se dio la orden adicional de cargar con parsimonia los fusiles y de tomarse su tiempo, a la hora de abrir fuego, a la docena de hombres situados a escasos palmos de tan larga y ganchuda nariz. Faltaba sintonizar, en el dial del aparato de radio, la frecuencia donde tendrían que aparecer sus versos. Sonaron, y aun en voz cargada de inarmónicas tonalidades, como declamados por un tartamudo, fueron saludados por la brisa. Eran, sin paliativos, estrofas redondas, bellas y revolucionarias elevándose muy por encima del humo gris de las chimeneas. Contra todo pronóstico, calentaba el sol mientras les dirigía la mirada… como si no los viera a ninguno. Tras el tiro de gracia, un reguero de sangre dejó escrito en el suelo: «Menos mal, parece que el tiempo no acompaña».

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