Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

48. Recuerdos que no viran a sepia…

7:00 A.M., la radio, como cada día, encendida dando las noticias, como susurrándolas diría yo, y el mercado desperezándose. Era tenue todavía la luz del alba pero ya todo estaba en marcha. Sólo otro ruido, el de las persianas aún por abrir, cortaban estruendosas el silencio como un desagradable pero rutinario despertador.

Uno de ellos el de mi viejo frutero, iniciaba así su liturgia matutina, primero encender su polvorienta radio, después descargar la fruta fresca para colocarla en los mostradores. Aquello era un ritual como digo, cargado de monotonía pero de una belleza sublime, como una acuarela lo recuerdo, con aquellos colores y olores.

Y poco después, el bullicio se abría camino, se hacia cada vez más audible. Comenzaba como leve zumbido a lo lejos, para ir subiendo poco a poco, hasta llegar a ser un mar de sonidos diluidos los unos en los otros.

Agazapado, casi imperceptible, allí seguía ese primario susurro, el de aquel aparatucho que seguía acompañando, incansable. Nadie le echaba cuentas ya, o si, quien sabe, pero allí siempre estaba. Y perdurará entre tantos otros ruidos, los cotidianos, los nuevos y los que vendrán seguro, pero siempre la radio encendida, latiendo, con vida.

47. RADIO LONDRES (Ginette Gilart)

Pon pon pon ponnnn, en código morse tres puntos y una raya representan la V de victoria. También son las primeras notas de la sinfonía nº5 de Beethoven y con ellas empezaba el programa de la BBC. Aquel mes de junio de 1940 los cinco amigos nos reunimos en mi casa para escuchar la emisora prohibida, sobre las 20: 00 horas el propio general de Gaulle, desde el exilio en Londres, incitaría a la rebelión: “la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”. A partir de ese día y durante años la radio sería nuestra compañera, amiga y apoyo moral dándonos noticias del exterior y estimulándonos a seguir luchando.
A través de ella nos enteramos del desembarco de los aliados en Normandía. Luego prepararíamos la liberación de París. Pero no todos conseguimos llegar a desfilar por los Campos Elíseos celebrando la victoria, de los cinco amigos sólo quedamos Fernando, el español, y yo.
Con el tiempo Fernando regresaría a España. Yo seguí viviendo en la misma casa, con la misma radio que escucho a diario haciendo especial hincapié en el programa de las 20:00 horas.

46. Radio Ga-Ga

En casa de mis padres lo más parecido a una mascota que tuvimos mis hermanos y yo fue la radio. Encendida desde la primera hora del día en que abría los ojos, mis tímpanos sintonizaban esa música de fondo eterna en casa. No importaba si había gente para escucharla o no, siempre estaba puesta. Recuerdo que antes de ir al colegio oía aquella saga entrañable tan nuestra “La Saga de los Porretas”. Y aquellas tardes contadas por mi madre con Elena Francis.
Ahora los programas han cambiado pero mi madre sigue fiel a las frecuencias que le dan noticias, alegrías, tristezas, los fines de semana deportivos, los lunes de los “grandes relatos” como dice ella. Yo a veces intento “Ser” entre todos ellos pero de momento no he tenido suerte; la única vez que mi voz ha salido en las ondas fue para pedir una marquesina de autobús porque estaba hasta el moño de mojarme en la parada cuando iba al trabajo. Que aparato tan hermoso que te deja soñar poniendo caras guapas a esas voces tan bonitas. La televisión siempre tuvo la virtud de tirar por tierra aquellas ensoñaciones.

45. Sin despedida (Blanca Oteiza)

Cuando era niña, un hombre llamó a la puerta casi a la hora de la cena. Mi madre regresó a la cocina con llanto en el rostro y encendió la radio. Yo no quise preguntar nada. Aquella noche se enfrió la sopa en el puchero y nos acostamos pronto, aunque escuché sus sollozos hasta quedarme dormida.
A la mañana siguiente, la radio nos acompañó de nuevo mientras el vaso de leche se vaciaba, como los ojos de mi madre que seguía enmudecida.
Unos días más tarde llegó mi tía del pueblo con la maleta hecha para una larga temporada. Una noche desde mi cuarto, aunque habían sintonizado la radio para mitigar sus voces, pude escucharlas que mi padre ya no iba a volver, ni siquiera para poder despedirlo entre flores y tierra húmeda.

44. Simplemente María

Fui destronado en el verano del 72, con el nacimiento de mi hermano Gerardo. Todas las atenciones y mimos cambiaron de protagonista, y yo me sentí –por primera vez en mi vida– como un mueble. María me había dicho que ya era mayorcito para limpiarme el culo, y que no me cantaría más nanas. Aunque llorara sin desconsuelo hasta desgañitarme, ella solo atendería al nuevo príncipe.

 

No sabía si odiar más a Gerardo o a María.

 

Pero, ¡oh, sorpresa!, descubrí que todos los días, a las cuatro y media de la tarde, se olvidaba también de Gerardo. Encendía la radio y escuchaba embelesada las aventuras y desventuras de… ¡Simplemente María!

 

Entonces comprendí que ella, una humilde chica de Santander que trabajaba en casa de mis abuelos, escondía un terrible secreto que la radio se encargaba de airear cada tarde. Adopté la firme determinación de no permitir jamás que nadie la volviera a hacer daño. Ideé romper la radio, pero deduje que sería inútil: me ganaría una buena regañina y comprarían otra. Así que me conformé con escucharla abrazado a ella mientras me acariciaba el cabello.

 

Cuando la radionovela acabó, a finales de 1973, yo ya me había hecho mayor.

43. Transmitiendo

Una lección que, sin querer, me enseñó mi padre es que no importa que pierdas algún tornillo mientras sigas funcionando. Llevaba su radio cuando iba a pescar. Un transistor que conectaba a la batería del coche con un cable y que apagaba momentáneamente a las doce, la hora del Ángelus. Fuese por el traqueteo del camino, por un exceso de voltaje, por la humedad del río o simplemente por viejo, el aparato se estropeaba a menudo, por lo que no era raro ver a mi padre desmontándolo. Tras los arreglos, aunque siempre sobraba alguna tuerca, seguía poniendo la banda sonora a las tardes de domingo en una época en que la jornada liguera se reducía al fin de semana y en lugar de las «noticias» se escuchaba el “parte”.

42. Noticias mediodía


El universo puede estar  en un metro cuadrado y el tiempo en dos segundos. La locutora decía con una seguridad aplastante: noticias mediodía en onda cero, en la cocina se estaban quemando dos huevos cocidos a los que ya se les había evaporado todo el agua. La cortina de voz de la locutora se mezclaba con el reguero de humo negro con olor a quemado. Fuera el viento soplaba con tal intensidad que acababa de tirar el geranio de la ventana. Seguirá la tormenta y rachas de viento de 180 kilómetros por hora decía la mujer. El frigorífico se quejaba renqueante de que  ya tenía demasiados años para estar funcionado y se hacía oír tras el geranio roto. Una puerta se cerró repentinamente y los cristales cayeron al suelo. Los huevos se revolvían ya negros contra  las paredes de la olla. Voces, olores y frío sentía Lucía Rodríguez, la apacible vecina del 5ºC. Demasiado frío en aquel suelo de mármol para estar todavía viva.

41. La lluvia es una cosa que sucede en el pasado.

Una de las cosas que más recuerdo de mi abuela era su radio. Recuerdo que mis padres me dejaban los domingos por la mañana y me recogían ya tarde. Recuerdo que me reñía si olvidaba apagar la luz de la cocina, o me atraía hacia ella y se frotaba contra mi cuerpo como una gata: en la radio cantaba la Piquer o tal vez era que llovía todo el tiempo en aquellos años. La radio, hermosa, antigua, reina en su anaquel, era herencia de mi abuelo, que fue miliciano en la guerra, y sonaba oscura, como aquella casa. Luego me enteré que se pasó los últimos días del abuelo en el frente pegada al aparato.

 

No se lo he dicho a nadie. Ni a mi mujer ni a mis hijos. Pero los domingos de lluvia, bajo al garaje y enciendo tu vieja radio, abuela, y casi sin volumen, pego mi oreja.

40. LAZARUS (Arantza Portabales Santomé)

El día que te fuiste yo estaba demasiado preocupada decidiendo si haría lasaña o albóndigas. En la radio sonaba una de Bowie, que se moriría tres días después. Claro que yo no lo sabía. Lo de que me dejarías, tampoco. Lo único que sabía es que tú preferías lasaña y yo albóndigas. También recuerdo que llovía. O quizá no lo hacía, pero es romántico recordarlo así. Como un día gris, lluvioso y triste. Quizá hacía sol. Y además Bowie estaba vivo y estrenando un álbum nuevo. Coño, era un gran día. Por lo menos hasta que entraste en la cocina. Albóndigas, dije yo, clavando la vista en tu maleta gris. La grande. La que nunca usamos porque cargada, pesa más de los veinte quilos reglamentarios que imponen las compañías aéreas.
Tú te fuiste y yo me quedé paralizada con la vista fija en el bol de la carne picada. Después hice una estupenda lasaña con doble capa de bechamel. Sabes que no soporto la bechamel pero me la comí entera. Conteniendo las náuseas. Escuchando en la radio la última de Bowie una y otra vez. El locutor repetía que era un gran día. Quizá hacía sol. Quizá.

39. SORPRESA DE CUMPLEAÑOS

Una tarde, siendo él un niño, a su abuela se la llevaron rodeada de flores en un carruaje tirado por caballos. De pie, a la puerta de la casona, el niño, la mejilla desmayada en el mandil de una vecina, quedó mirando cómo los pasos lentos de los hombres del valle se alejaban, camino arriba, hacia los cipreses. Al susurro entrecortado con quién jugaré yo ahora, la mujer respondió ciñendo el cuenco de su mano al mentón del pequeño.

Cuando anocheció, sus padres, junto al ventanal, señalaron unas estrellas que formaban un dibujo en el cielo, y le dijeron: De todas esas, en la que más brilla, es donde vive ahora la abuela.

 

Al cabo de muchos años, acompañado de una música clásica de fondo sonando en la radio, cierta noche, como tantas veces hiciera desde niño, se sentó en la mecedora a contemplar aquella luz.

Al alba, un creciente murmullo a sus espaldas lo sacó de la duermevela. Se giró. Tanto tiempo el hogar tan vacío y, justo el día de su noventa cumpleaños, se estaba llenando de gente querida.

Él eligió a su abuela y, de su mano, se fue a contemplar la casona desde aquella estrella.

 

 

 

38. Lecciones de baile

¿Te has dado cuenta de que hay personas que, en vez de vivir, vuelan? Pase lo que pase, saben despegar y aterrizar sin que nada les quite el sueño.

¿Quieres ser una de ellas? Cómprate una radio. Sí, tienes que encenderla y sintonizar una de esas emisoras que te regalan música de baile todo el día. En danza con tus fantasmas, sin parar ni un segundo, las ondas te abrirán la dimensión en la que se puede vivir flotando dentro de la realidad.

No es sencillo porque los espectros son, por naturaleza, traidores. Intentarán herirte con ilusiones inalcanzables; las disparan para alimentarse del tiempo roto que destilan las almas en pena. Tranquilo, no apagues la radio y apunta estos trucos.

No cierres los ojos. Te taladrarán con su mirada vacía y esparcirán todos tus secretos sobre el olvido que no regresará para silbarte al oído.

No les hables. Harán como que te escuchan mientras disuelven tu aliento dentro de su sombra. Y te rechinarán los dientes hasta desgastar las esquinas de tu nombre.

No respires ni parpadees, alza la cabeza y extiende los brazos. Sólo así podrás colarte por las rendijas del aire y bailar dentro del tifón para siempre.

37. ¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas? (Juana Mª Igarreta)

Genaro siempre decía a Lucía, su mujer, que era una ilusa pensando que podría llegar a ganar aquel concurso de radio. Que las preguntas que hacían eran muy absurdas y solo triunfaban los concursantes muy ingeniosos. Lucía le contestaba que ilusa venía de ilusión y que era mucha la que ella sentía cada vez que participaba. Que soñaba con poder conocer Sevilla viajando juntos en el AVE con el premio del concurso. Pero, en verdad, la pregunta de aquella semana se las traía: ¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas?
El domingo por la mañana llamaron al timbre. No esperaban a nadie. Lucía, sigilosa, observó por la mirilla y vio a una mujer de humilde apariencia que portaba un gran bolso. Parecía una vendedora ambulante. Pensó en no abrir, pero luego valoró la dura vida de estas personas, deambulando casa por casa incluso los días festivos, a expensas de encontrar tras cada puerta alguien que les escuche. Cuando Lucía abrió, la vendedora le ofrecía insistente un amplio surtido de puntillas y bordados, abierto en abanico sobre sus ajadas manos. Lucía, observando aquellos retales, exclamó entusiasmada ante la sorprendida vendedora: “¡Bailan de puntillas para que les quede bordado!”.
Sevilla les encantó.

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