Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

23. Pelo natural

“Es un timo el crecepelo que anuncian por la radio. Ni siquiera brota pelusilla”, se dice mientras se pasa los dedos por la cabeza. Decepcionado, regresa a la farmacia.
—Este producto no funciona. Mire, continúo calvo como una canica —reprende a la farmacéutica y se lo devuelve.
La dependienta le propone cambiárselo por una nueva loción.
—Tome, llévese este crecepelo, es ecológico y totalmente efectivo.
El calvo, a regañadientes, coge la loción y vuelve a su casa. Tras la cena, se frota la crema por la cabeza y se acuesta.
Al alba, el canto de los pájaros y el zumbido de unas abejas lo despierta. Se despereza y nota como si respirase aire puro de la sierra. Entonces se mira en el espejo. Una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en su rostro. Le ha brotado en la calva todo un frondoso vergel: hierba, bonsáis, flores de colores… Encantado con sus efectos, baja a la ferretería, compra unas tijeras podadoras y acude a la farmacia. Allí se corta el nomeolvides más bello de su cabeza y, eternamente agradecido, clava su rodilla en el suelo y le pide compromiso a la farmacéutica de las hermosas cataratas en sus ojos.

22. SU CANCIÓN (Yolanda Nava)

Un camión repta por la lengua de asfalto rendido al peso de su carga camino del sur mientras su conductor rumia añoranza pensando en su mujer. El familiar rostro, pegado al salpicadero, le sonríe desde su encierro circular.

“Es el último viaje” –se anima-, le espera la jubilación. Harán ese crucero que de tan soñado se ha convertido en quimera. El que planearon para las bodas de plata y harán realidad antes de llegar a las de oro.

A más de ochocientos kilómetros una mujer mira una foto de boda y suspira al escuchar en la radio anunciar una canción: “de un marinero enamorado, para una peluquera diez” -informa el locutor-  (al parecer no tienen la exclusiva), y se lamenta: ay Paquiño qué cosas tiene la vida… Se apresura a cambiar de emisora y a cerrar la maleta, dejando el esqueleto de  lágrimas huecas en la nota que coloca sobre la mesita de la izquierda, la  de él. En la calle, el claxon de un coche la reclama.

Paquiño detiene la ruleta del dial al escuchar una canción que llena sus ojos de unas lágrimas grandes y espesas, preñadas de nostalgia.

 

21. REC RIP (Modes Lobato Marcos)

«Cociné una docena de hadas al ajoarriero».

 

Así comenzaba la frase de aquel concurso radiofónico.

Y, aunque la luz de mi talento jamás atrajo musas preñadas de éxito, escribí el relato y lo envié.

Pero, a veces, los huesos del trébol te miran, sonríen y rozan tu alma.

Eso ocurrió la mañana de un lunes.

El móvil sonó, respondí y la voz más dulce de toda la Vía Láctea susurró que mi texto estaba en la terna final.

Horas después, trajeado de nervios y emoción, entré en antena.

Escuché las deliberaciones del jurado y el nombre del ganador.

Error, fue un inmenso error.

 

Por eso, meses más tarde, se pudren en sus tumbas.

Yo, rencoroso finalista, lo hago en mi celda.

 

20. La carcoma

El volumen de la radio está muy bajo, aunque su murmullo monocorde sirve para hacer compañía al enfermo que ocupa la mitad de la habitación del hospital en la que mi padre lleva apenas dos días.

Mi padre no puede entender lo que le pasa, sin haber fumado un cigarrillo en su vida. El otro hombre lleva viviendo casi sin hígado dos meses. Mi padre nunca ha estado enfermo, y ahora le han caído de golpe sus ochenta años. Su compañero de habitación, que además tiene demencia senil, se pasa las horas sentado en una silla, esperando. Mi padre se ha quedado sin fuerzas; conectado al oxígeno da cabezadas sin llegar a dormir más de una hora seguida. A veces, el paciente de al lado ensucia el pañal y llama a su madre con la regularidad de un metrónomo.

Por los pasillos dan largos paseos hombres de tez amarillenta que arrastran la percha del suero, y mujeres cubiertas con turbantes improvisados, aferradas al brazo de sus maridos o hijas. Todavía no he visto a ningún niño. Creo que no podría soportarlo.

La radio sube de volumen. Una musiquilla pegadiza introduce las cuñas publicitarias. Nos anuncian todo lo que podemos comprar.

19. Suerte inesperada.

El 22 de diciembre llegó y “Juancho”, como era conocido popularmente en el pueblo, se dirigía a su puesto de trabajo como un día más.

Puso en marcha la mesa de sonido, abrió el micrófono y se dispuso a contar las noticias locales desde la pequeña emisora mientras de fondo escuchaba el incesante canto de los niños de San Ildefonso.

Pero este año, había olvidado el ritual que siempre realizaba antes de abrir las ondas al pueblo: Sobre la mesa de sonido colocaba los décimos, a su lado derecho siempre San Pancracio. En su cuello, la pata de conejo y en la puerta, la herradura de la burra del abuelo. Y aún así nunca había conseguido un premio.

Mientras describía el recorrido de la próxima Cabalgata de Reyes, se percató de que había salido el primer premio al escuchar “4.000.000 millones de euros” casi en susurros.

19877– Repetían una y otra vez.

Con serenidad sacó del bolsillo y buscó entre los 33 décimos y allí estaba, él 19877.

Juancho informó al pueblo su suerte y donde gastaría el premio.

Una nueva emisora para la localidad, la emisora que os merecéis y la que vuestro ayuntamiento olvida. – Dijo emocionado.

 

 

 

18. LA VOZ DEL RÉGIMEN (Salvador Esteve)

Corazón y garganta se unificaban, su pasión se volvía éxtasis cuando cantaba ópera.

Ensayaba cuando los soldados entraron y entre empujones e insultos escupieron la sentencia; el judío no era digno de cantar, ofendía los oídos arios.

Pero el régimen sabía del poder creciente de la radio como instrumento publicitario y de adoctrinamiento, y esa voz les podía ser útil.  Fue obligado a radiar las arengas propagandísticas bajo amenazas contra él y su familia.

“Si creéis que vuestros padres, amigos o vecinos son judíos, fermento de rebelión de los pueblos,  ¡denunciadles!”

Con la voz encarcelada, sin alma, se consolaba observando a su familia segura, pero la mirada comprensiva de su mujer estaba vacía, y el brillo en los ojos de sus hijos había muerto dando paso a la decepción, no pudo más.  Ocultó a su familia en lugar seguro y se dirigió a la emisora.  Ensanchó sus pulmones, liberó su espíritu y cantó.

Cantó a la igualdad, a la libertad, a la tolerancia.

Cantó por sus hermanos y por sus enemigos.

Cantó por un futuro sin odio, sin rencor.

Cantó por la victoria…

Una ráfaga de disparos acalló su voz.

Mientras, en un refugio, ojos preñados de orgullo rompían aguas.

17. Cartas en el aire (Eva García)

“Estimada señora Francis: tengo quince años y me gustaría saber escribir para poder pedirle consejo, pero nunca me llevaron a la escuela.”
Berta termina de escurrir las sábanas y la camisa blanca de los domingos entre náuseas.
“Todas las tardes, mientras ordeño las vacas, escucho su consultorio en la radio que me regaló Don Raimundo al marcharse de la aldea.”
El retumbar furioso del hacha de su padre cortando leña trata de ahogar los alaridos que salen de la cuadra.
“Doña Elena, no sé si he hecho bien. Desde la noche en que las ánimas se llevaron al pequeño Pablo, madre ya no es mi madre y padre ha dejado de ser mi padre: solo piensa en regalarle otro bebé.”
La niña se acerca al rincón donde ella está encadenada para que no se tire al pozo y acaricia sus cabellos blancos para tranquilizarla: hoy tiene un mal día.
“Estoy deseando decirles que pronto llegará uno. Ojalá no sea un engendro, para que mamá vuelva a tener ganas de vivir y papá no se avergüence de mí. Un afectuoso saludo, B.”
Berta fantasea con que aquella voz pronuncia las palabras deseadas:
“Mi querida y valiente B.: has hecho lo correcto.”

16. DIAS DE AQUELLOS

Aquella noche la casa se quedó patas arriba. Sintiéndose llena de energía, no descansó  hasta terminar con el último trasto. La casa merecía su atención, recogió todos los enredos. Fue como si algo desde su interior le diera fuerzas para no dejar nada por medio. Puso la radio quería escuchar música suave. Moviendo el dial encontró un recital de Chik Corea. Sonaba después del recién estrenado año bisiesto.

Todos habían puesto su granito de arena antes de irse. La casa guardaba sus aromas, alegrías, carcajadas. Se respiraba el sabor de los afectos. Se sentía tan despejada como la luz que, la luna clareaba por la ventana de la cocina. Cómo apreciaba  días de aquellos, esos que son siempre para recordar. Terminó de oír el recital sentada junto a la radio. El silencio de sus pensamientos se unió a la música. Entrada ya la madrugada por el pasillo hacia el dormitorio deseó disfrutar muchas jornadas así: “No le importaría nunca tener que madrugar al día siguiente.”

Sintió que se movía, ligera, flexible, contenta, al mismo compás, al ritmo que los sones musicales. Los cristales tintineaban junto a la porcelana alegrándose por volver a la vitrina, allí tendrían nuevas y largas conversaciones.

15. Flor de juventud

Con una gracilidad inusual en su edad, aquel hombre de porte elegante se apeó de su trasnochada bicicleta añil. Atravesó la puerta con energía y pidió petunias de todos los colores.
Mi madre exultante tarareaba una melodía antigua que sonaba frecuentemente en la radio, mientras pasaba los tiestos por el escáner.
-Estaba loca por él- dijo mirando al hombre a los ojos- cantaba tan bien y era tan apuesto… creo que aún conservo algunos recortes de sus conciertos.
Me fijé en que al sacar la cartera, las manos de él temblaban y sus primaveras, convirtiéndose en nieve, amenazaban con caer como un alud sobre su corazón remendado. Parecía confuso cuando se despidió con un leve movimiento de cejas.
Ya en casa le pedí a mamá que me mostrara aquellas fotografías. Me reconfortaba saber que no éramos tan diferentes. Ella sacó un abultado sobre del cajón de la cómoda y antes de vaciar su contenido se aseguró de que la mesa estuviese bien limpia.
-¡Mamá, es él!- exclamé- es el hombre de las petunias.
– Claro ¿Crees que podría olvidarlo?
-¿Y por qué has dicho esas cosas? Le has hecho sentir viejo.
-Por eso volverá mañana, para demostrarme que no lo es.

14. INTERIORIDADES (Edita)

Todo el mundo lo conoce por el chico del arradio, como él llama al aparato que siempre lleva consigo. Nadie en el pueblo lo oyó funcionar jamás, pero no se despega del dichoso trasto ni para ir a misa. Es muy devoto. A veces entra en la iglesia acompañado de su destartalada compañera y tarda horas en salir.

Apareció hace unos meses, exhausto y harapiento, pidiendo pan en la primera vivienda que encontró. Tanta compasión infundía, que los dueños no dudaron en prestarle ayuda sin recelo alguno. Después de proporcionarle ropa y alimento, lo acomodaron en el almacén de aperos. Permaneció inmóvil en el camastro, abrazado a su tesoro, más de veinticuatro horas. Cuando despertó, lo primero que hizo fue preguntar por el párroco. El cura parecía esperarlo. Desde entonces, vive en la casa rectoral.

Hoy me crucé con él en la ribera. Sollozaba. Extrañado al verlo sin la radio, osé preguntarle por ella. Suspirando aún, me condujo hacia el río. Cuando pudo, habló.

—Por fin, he cumplido los últimos deseos de mi madre: buscar a mi padre, mantenerla eternamente unida a su viejo transistor y enviar las cenizas al mar que nunca vimos. La corriente prometió ayudarme.

13. UN CUENTO DE HADOS

De repente se inventó el transistor. Ya no había que quedarse pegado a las faldillas de la radio para oír el partido del domingo. Don Jenaro tuvo que claudicar ante Patro y acompañarla al paseo por la calle mayor, artefacto en ristre. Pronto se encontró con Argimiro el cristalero, con Ulises el guardia, con… Todos con su bultito oscuro pegado a la oreja, diciendo “sí, cariño” o “buenas tardes” con desgana, mientras escuchan el 1-0 del Andújar-Moratalaz con nerviosismo. Es una extraña cofradía, con sus santos griales en las manos. Cada domingo crece la convocatoria, hasta hacerse multitud. Un día, todos los aparatos emiten una frecuencia dulce que obliga a los varones a dirigirse a las afueras. Allí una fuerza invisible los retiene. Una voz habla: “Prohibir tajantemente el balompié en el Reino”. Si no, se volatizarán los cabezas de familia. No hay más remedio que claudicar. Al cabo de un año algunos tocan el violín, otros leen a Proust o conversan sobre la Grecia de Pericles. Se organizan sesiones de teatro, se conversa sobre asuntos como el alma y lo bello. Han pasado décadas, por eso hijitos no conocíais ese objeto redondo que había en el desván.

12. Cruzar fronteras

Suena una cumbia en la radio arrinconada y polvorienta, como casi todo en el puesto fronterizo. Poca gente cruza. Y es mejor no intimar mucho con los que lo hacen. Porque es fácil dejarse arrastrar por sus sueños rotos y sus futuros tan predecibles e implacables como el sol ardiente que acompaña cada jornada. Por eso Julián permanece día a día en su puesto de trabajo, cumplidor e impasible, mirando a otro lugar y soñando otros sueños. Su vida empezará al terminar su jornada, cuando acalle la radio y deje atrás el polvo de su frontera.

 

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