Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

110. Una melodía de esperanza a la luz en la luna

Reunidos, esperamos que el profesor comience a hablar. Desde que nosotros, descendientes de los pocos sobrevivientes de la Tierra que escaparon hacia la luna, cumplimos los dieciocho años, el profesor no deja de dar charlas y motivarnos a formar parejas, hablando de reproducción, de repoblar –algún día- la Tierra y de perpetuar nuestra especie en extinción.

“Sabed que nada muere y que incluso el pasado, si se tienen los aparatos correctos, pueden sintonizar la señal correcta y ser rescatado del olvido” –Comienza su soporífera exposición mientras mi mente viaja al exterior, soñando con desaparecer cubierto por las grises arenas…

“…Y para todos los enamorados, una canción especial en radio ENTC”, dice una metálica voz que interrumpe mis deprimentes pensamientos.

La melodía cantada con extrema suavidad por la hermosa voz femenina provoca un bello sentimiento que hace humedecer mis ojos. Avergonzado miro a mi alrededor, encontrándome con la profunda mirada de Lisa. Las enormes ganas de abrazarla tiernamente y movernos al compás de la canción inundan mi ser. Tímidamente me levanto para invitarla a tan extraño acto. Su sonrisa mientras se pone de pie y el brillo inusual en sus ojos le da un vuelco de cálida esperanza a mi corazón.

109. Maravillas de la radio.

Desde que los sonidos de la emisora KDKA salen de ese aparato que el Sr. Wilson compro, y que él llama radio, las largas horas que paso en el despacho contable de la empresa White Star Line, en Pittsburgh se hacen más llevaderas. A este despacho llevan las ondas, en argot radiofónico, por el hecho de que la Srta. Alison deja abierta la puerta del salón principal de la casa de los Wilson y las ondas viajan por el pasillo y se introducen en este despacho, porque yo también dejo la puerta abierta. La verdad es que la Srta. Alison y yo hemos estrechado unos lazos de simpatía desde que ese aparato emite sus programas musicales, tengo que reconocer que es una magnifica muchacha. Ese aparato realiza su magia cada tarde a la misma hora cuando aparece por la puerta la brillante sonrisa de Alison y confirmamos que nos veremos en los jardines traseros de la casa, para compartir un rato juntos y comentar que canciones nos han gustado más. ¡Qué poderosas son las ondas electromagnéticas! Que unen a personas tan diferentes con el lazo del amor.

 

108. El fin del abuelo


El abuelo vivía pegado a aquella radio antigua y, con frecuencia, me hablaba del respeto y afán que, desde niño, había admirado en aquellos que dedicaban sus pequeñas vidas a informar al prójimo. Yo lo escuchaba indiferente a sus desvaríos seniles, mientras él curioseaba el dial como si descifrara un mensaje más allá de las palabras.

Un día desapareció sin dejar rastro, y con el tiempo lo dimos por muerto. Meses después, se me ocurrió encender la radio y, en una emisora local de madrugada escuché su voz como tertuliano, relatando las peripecias al deslizarse a través de la antena, plegarse por el altavoz y hacerse un sitio entre los circuitos integrados por aquella gente diminuta.

107. LA LLEGADA

-Mire en esa caja, la que está abierta al lado de la cama.

-Carmen, ya  busqué por toda la habitación y no la encuentro.

-Pero si Alicia me dijo que la había mandado, con todas mis cosas. Tiene que estar por algún sitio. Hay  que encontrarla.  Ayúdeme a levantarme.

-Espere, Carmen.  Aquí  no le va a hacer falta. Después de la siesta, la llevarán, en la silla, al salón,  para que pueda ver  la novela en la tele. Lo va a pasar muy bien, con sus otras compañeras. En la residencia  estará como en su casa, pero con más comodidades. ¡Anímese, mujer!

-Me la había regalado él. Tantos años escuchándola  juntos: los discos dedicados, las noticias;  hasta para dormir la poníamos. Recuerdo que en alguna ocasión llamamos, entre risas, al programa de la tarde…  ¿Qué más da que ya no funcione?

-Escúcheme, Carmen: cuando venga su hija…

-Por favor, no siga. Para ella solo somos otros dos trastos viejos a los que arrumbar.

106. ÉXITO FULMINANTE

Como cada día, alrededor de las tres de la tarde se sentaba en su exclusivo sillón italiano, subordinado a la soledad, para escuchar en el programa radiofónico de mayor relevancia su actual tema, escrito desde su lastimado interior.Durante las últimas semanas, había sido considerado todo un éxito, llegando a situarse en las primeras posiciones de tan afamada lista musical.

Esa tarde, tras el corte comercial, cuando el máximo exponente de la acepción radiofórmula y fiel prescriptor de su música,  Ernesto Presto, dio paso a las noticias sin anunciar la cortinilla de presentación de la lista musical, se quedó perplejo. Sorbiendo pausadamente su habitual Bloody Mary, escuchó el redoble de tambores que daba paso a las noticias. Su canción estaba provocando numerosos suicidios desde los primeros días de emisión. Varias muertes intencionadas se despedían desde distintas ciudades  acompañadas por su tema.

Se levantó, y manteniendo durante largos minutos una bipedestación estática, tarareó en silencio su melodía. Acompañado por la angustia hasta la terraza de su lujoso ático, sintió como un conocido sentimiento recurrente le empujaba a sentir la velocidad del viento en su piel.

105. DE TACONES Y LEPIDÓPTEROS

No le gustaba para nada su vida, así que se la quitó. Se quitó esa, la de escafandra y sumisión, la que pesaba como traje de buzo, y en el rubor de su recuperada desnudez se enfundó otra más liviana, acorde con sus ganas de elevarse.
Tras rebuscar en el armario se puso el vestido verde que tanto le gustaba (por empezar tarde y acabar pronto) y se sumió en el vértigo de unos zapatos de tacón de aguja. Por pendientes dos mariposas, perfectas para iniciar el vuelo, pues mismo pareciesen, en su relieve, tener las alas henchidas de helio. Decidió —también— soltarse la melena, ya sin miedo a que se le enredase en los rosales mustios del jardín.
Antes de irse echó un último vistazo al que nunca consideró su hogar. Demasiada soledad, demasiado silencio amortecido. Se acercó a la cocina y encendió la radio: una tal Celia aseguraba, con exacerbado optimismo, que la vida era un carnaval. No pudo evitar sonreír. Ni siquiera cuando, al salir de allí y en un acto de comedida rebeldía, sopesó la posibilidad de no cerrar la puerta. Ya no tenía necesidad de hacerlo.

104. La caja mágica

Cada mañana, los primeros rayos de sol bañaban nuestro tesoro. Mi padre se lo había comprado a un buhonero que conoció en los tiempos de la guerra. Llegó a casa con el artilugio bajo el brazo pero, al enchufarlo, no funcionó. Mi madre, la columna vertebral de la familia, decidió que reinase en el aparador, pues le pareció el adorno más elegante que había cruzado las puertas de su hogar.
Al día siguiente, mi hermana tarareaba una copla y, de repente, el receptor se encendió, emitiendo el sonido de una orquesta que acompañaba su voz.
Acabamos acostumbrándonos a las sorpresas que aquel mueble nos deparaba, tan oportunamente: si mi padre quería conocer las noticias, un locutor relataba el parte. Cuando mi madre olvidaba rezar el ángelus, la radio le recordaba, a las doce en punto, su oración predilecta.
Una noche nos despertó al reproducir unos ensordecedores sonidos de sirenas. Al levantarnos, vimos que una llama olvidada había huido de la chimenea. El fuego rodeaba el salón y escapamos por las ventanas, milagrosamente. Cuando todo acabó, escuchamos a una dama pidiendo socorro. Buscando entre los escombros encontramos nuestra radio que nos iluminaba las caras, mientras interpretaba el himno de la alegría.

103. EN LAS ONDAS (Nani Canovaca)

Son las tres de la mañana y se ha desvelado una vez más. Ya no sabe si se despierta para poder escuchar la voz del locutor recitando esos poemas que le recitó tantas veces su chico grande, o si es este el que le toca la mano como parece percibir día tras día, desde que ya no está a su lado. Se incorpora, enciende la radio y vuelve a llenar su alma de poesía; como hiciera cuando se quedaron solos y los hijos se fueron a vivir cada uno su vida. Nunca creyó que su jubilación la dedicara a leerle poemas y al terminar, besarle la frente con aquella dulzura que la dejaba siempre sin palabra. Él, que su vida la dedicó a poner un ladrillo sobre otro, al final construyó cenefas de letras, tabiques de versos con rima y hasta se atrevió con algún que otro soneto. Hoy sólo le quedan las ondas y la voz de alguien que no conoce, pero que la llena de vida.

102. La isla de las ondas perdidas (Javier Ximens)

Hay en el cielo una isla de nube a la que llegan todas las ondas radiofónicas que no son escuchadas por nadie. Como las olas del mar que traen la arena, las ondas van dejando las conversaciones, la música e incluso las interferencias en su litoral de agua. Casi todas las tardes bajan a la playa de gotas unos angelitos a jugar con las palabras, las notas musicales y los ruidos. Los querubines construyen castillos de letras, con enes como almenas, oes de troneras, aes de puertas y eles de puentes levadizos. También escarban pequeños hoyos en la niebla, se cubren con oraciones y al levantarse dejan huecos por los que se filtra la luz divina que llega a los hombres. A los serafines les gusta recolectar notas para componer y cantar las alabanzas, recogen semifusas que se colocan como peines entre los rizos, se acercan claves de sol al oído y escuchan el sonido de los humanos. Algunos tronos que iban para diablillos cogen los ruidos y los hacen chocar entre sí, suenan como truenos en días despejados y los hombres alzan la vista hacia el cielo.

Solo cuando llegan llamadas de socorro les avergüenza bajar a jugar.

101. RADIO GRIFO (Beatriz C.E)

—Busco una radio de baño antideslizante a prueba de salpicaduras —dijo Valeria al dependiente.

—Tenemos un modelo con forma de grifo que incluye ventosa para adherir a los azulejos —señaló el joven—. Por supuesto totalmente impermeable. Ofrece una calidad de sonido inmejorable, incluso con la cabeza bajo el agua.

Valeria echó a la bañera una generosa cantidad de gel. Encendió radio grifo y sintonizó el programa nocturno. Esperó a que la espuma le vistiera los hombros. Esperó mientras el agua se desbordaba por el suelo. Esperó pacientemente a que la primera llamada fuera atendida por el locutor. Tras escuchar el saludo de rigor, Desahógate conmigo, estimado oyente, se sumergió en las ondas. Y toda ella se hizo agua.

100. El HILO INVISIBLE, María Sergia Martín (towanda)

Un hombre, mapeado de cicatrices, aguarda a que la voluntaria le sirva café con un terrón de azúcar moreno. Detesta esas bolsas donde lo guardan blanco y desmenuzado. Aunque le ponen cuatro galletas, solo comerá tres. Una rosa corona el ojal de su gabán. La olisquea, balbuceando palabras confusas, mientras se arrulla al cobijo de una sintonía radiofónica que suena de fondo. Conserva un retrato en sepia de una muchacha. En el revés reza “para Adrián”. Por eso decidieron llamarle así. Dicen que lo encontraron una tarde en la estación, ovillado bajo una herrumbre de niebla que nadie supo desenmarañar. Pero de eso hace ya varios lustros.

A tía Antoñina le gusta madrugar. Cada mañana, antes de que toquen las ocho en el reloj parroquial, se toma un café con su terroncito de azúcar moreno y tres pastas de la tahona. Los paisanos dicen que sonroja sus labios y sombrea sus ojos de bruma; que abre el balcón, coloca allí su mecedora, una rosa fresca y enciende su radio. Dicen en el pueblo que sigue esperando el regreso de su esposo y que la melodía viajera del viejo aparato será el hilo invisible que le ayude a encontrar el camino.

99. SILENCIO (MIREIA GRAU)

El crepitar de la radio le despertó anunciándole la finalización de la emisión y como cada noche desde hacia tres meses se levantó del sofá y encamino sus pesados pasos hacia su habitación donde las pesadillas le consumirían hasta la llegada del amanecer.

La llegada de la tarde y el fin del horario de oficina le anunciaban de nuevo el inicio de su tormento, al traspasar el umbral de su casa los fantasmas le acuciaban, el vacío y el silencio de las estancias se le hacia insoportable.

Había retirado todas las fotografías de «ella» de la casa y por las calles evitaba los carteles de «se busca» porque no soportaba enfrentarse a su mirada, en los noticieros aún se hacían eco de la desaparición y la policía seguía sus pesquisas.

Sólo él y su cómplice la radio sabían la verdad: el volumen del aparato al máximo acalló las peleas a voz en grito, los continuos reproches de ella que hicieron que la odiará tanto, hasta aquella funesta noche en que decidió acallarla para siempre pensando encontrar sosiego y sin embargo lo único que consiguió fue vivir ahora en un infierno de silencios y secretos…

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