Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

72. EL ÚLTIMO VUELO DE ANTOINE (BELÉN SÁENZ)

Esperé a ver la puesta de sol, a oír cascabeles en las estrellas. Entonces hice despegar el monoplano con un leve remolino en la inmensidad del Sáhara. En el retrovisor la arena anegaba a la serpiente amarilla y, a mi lado, en el asiento del copiloto, estaba la caja tal como se la dibujé. La tarde anterior, el Principito me había dicho: “Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad”. Lo que sí es verdad es que las personas mayores somos extrañas, quizás por eso no he querido levantar la tapa ni imaginar qué hay dentro. Con el corazón oprimido, decididamente amaestrado por aquel muchachito rubio, surqué el fino aire de la atmósfera, me embutí en algodonosas nubes y adelanté raudos cometas hasta aterrizar en el asteroide B‑612. Lo primero que hice fue proteger a la rosa bajo el fanal. Dejé la caja junto a ella. Luego me ocupé de deshollinar los volcanes y arrancar algunos baobabs. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero aquí estoy. Vivo. También dibujo y escribo. Supongo que allá abajo buscan mi avión, pero no lo encontrarán. No hay que creerse todo lo que el mar devuelve. Lo esencial es invisible para los ojos.

71. Un gran día (E. Cuesta)

Veloces caballos hollaban la estepa rusa para difundir la noticia. La patria lanzaba un hombre al espacio y debían ser testigos de la hazaña. La mayoría de los hombres levantaron los hombros; no iban a sacar más comida del hielo por ello, y las mujeres se santiguaron, rezando al cielo para que no cayera encima de sus cabezas. La mañana del 12 de Abril de 1961 amaneció clara y todos los ojos se congregaron pendientes del cielo. Arrebujados en sus capuchas, llevaban varias horas con el cuello dolorido, cuando el viento arreció. Enseguida, gruesos copos de nieve lo convirtieron en un vendaval blanco que hizo imposible la visibilidad en medio metro alrededor. En silencio, obedeciendo a una señal interior, todos se refugiaron en sus tiendas. Todos, menos Irina y Sergei.

Mientras Yuri Gagarin saludaba desde la órbita terrestre, Sergei exploraba el monte de Venus, e Irina descubría la Luna en los ojos de él. Cuando regresaron, medio congelados, ambos señalaron ese día en el calendario. En el poblado nunca supieron la verdadera razón.

70. EN ÓRBITA (Sergi Cambrils)

Una pequeña araña se posa en mi mano mientras me fumo un cigarro de esos en la terraza. Al verla no me asusto, al contrario; ojalá su mordedura me diera poderes sobrehumanos. El sentido arácnido y la habilidad para trepar por las paredes están bien, pero yo soy más ambicioso, y, puestos a pedir, preferiría volar como un pájaro. Contemplo el cielo; me relajo viendo la blancura de las nubes en torno al sol, y pienso que si ese gran poder me fuera dado, podría despegar como un cohete en dirección al espacio. Lo haría bien: me ceñiría un traje ajustado, con capa, efectuaría una cuenta atrás en la plazoleta del barrio y me despediría como toca de la gente que quiero. Les diría que me voy un tiempo, que necesito estar en otra órbita y salir de esta gravedad que me ahoga; que el cuerpo me pide explorar otras galaxias y caminar por los anillos de Saturno o los cráteres de la Luna. No miraría atrás, aunque me costaría dejar a mi perro Lolo y a una novia que tengo.

69. Polvo Lunar

Onán se sentía solo en su planeta, pero no estaba especialmente preocupado porque, ya desde chico, sus playmobil le habían enseñado a superar la velocidad de la luz. La ciencia estaba llena de errores, y Onán sabía que, un científico torpe y excéntrico, iba a lastrar a la humanidad durante milenios, al pasar por alto que había algo infinitamente más rápido que la luz: la imaginación. Porque la imaginación solo necesita tener la información precisa del destino y los simuladores necesarios para controlar la percepción sensorial.

Claro que no, la distancia no era ningún problema para Onán. Solo necesitaba vencer aquella terrible indecisión.

Un quásar, rutilante y majestuoso, brillaba delante de él, con dos enooormes agujeros negros en su mismo centro. Allí estaba el remedio de su soledad. Un pequeño impulso sería suficiente. Quince años de preparación en la NASA y tres carreras, le capacitaban sobradamente para salvar los quince metros escasos que mediría la sala del restaurante.

Sin embargo, su imaginación colisionó estrepitosamente con la luna del escaparate, dos asteroides, tres botellas, cinco mesas y un marido. Fue entonces cuando decidió regresar sigilosamente a su planeta, y jurarse autosuficiencia en cuestiones de amor.

Por los siglos de los siglos.

68. Inercias

Mientras pasa la fregona, Soledad, la limpiadora, pinta de forma caprichosa siluetas en el suelo que, entre hilos, se desvanecen para siempre. Ensimismada en el quehacer mecánico, da vueltas en su cabeza a preguntas sobre si llegará a fin de mes, si podrá comprar a sus niños los libros de la escuela, o si podrá retomar – ya tarde- aquellos estudios que abandonó a los diecisiete. Se ha dejado llevar por una sutil ley de la inercia, la misma que empuja, a miles de kilómetros, la nave  “Kubrik III” de la Agencia Espacial, cruzando el cielo y pilotada por la experimentada astronauta Ludmila Tokov, quien se interroga si llegará a enlazar con la órbita adecuada, antes de la entrada en la atmósfera. Tras varias tentativas fallidas planeadas desde la base,  indaga entre las lógicas del azar si volverá de nuevo a ver a su familia, a sentir la gravedad del suelo, a recobrar la brisa húmeda del agua, o a sorprenderse por las estelas tenues de otras naves, de otros destinos.

Un minúsculo punto de espuma gravita en el universo del cubo de la limpieza. Una estela nueva se dibuja errante y leve. En un lapso indecible, desaparece para siempre.

 

 

67. LA MANO QUE MECE LA CUNA (Eduardo Iáñez)

Cuenta la Crónica del Segundo Origen que, desde los inicios mismos de la Despoblación, en las Colonias el ritmo de trabajo era inferior, mucho menor la productividad. Menudearon depresiones, rupturas, crímenes y suicidios, sobre cuyas frías estadísticas llevaron a cabo sus prospecciones los científicos de la época. Fueron ellos quienes determinaron la causa de la afectación de la mente de los colonos: la ausencia de ciclos de sueño, motivada por los cambios magnéticos en los planetas exteriores. Entonces nos encomendaron la Vigilancia. “Confiamos en vosotras”, escribe el Cronista como despedida; y los Últimos también se marcharon.
Ahora, desde la silenciosa sede de nuestra empresa, y a través de una compleja red antigravitatoria, las Nodrizas estamos en disposición de reenviar sus sueños olvidados a los nuevos habitantes del Sistema Solar. Y en tanto decidimos su destino, las máquinas –rutilantes y eficientes– hemos inaugurado para la humanidad la imaginación cibernética.

65. MI DESTINO A-MARTE

Recuerdo muy bien el día que te prometí la Luna. Como olvidarlo… Esa noche nos juramos amor eterno en aquella diminuta cala plateada. Nuestras manos sólo se soltaban para señalar el firmamento y gritar, entre risas, nombres sin mucha convicción.
– Mira, mira… la Osa Mayor, El Carro y aquella otra… ¡Andrómeda!
Luego nuestras bocas, al unirse, nos transportaban a otra galaxia.
Un año después los astros nos dieron la espalda y otra constelación de nombre Cáncer se cebó en ti. Ahora,  que ya no puedes levantarte sola de la cama, yo sólo soy un satélite que gira a tu alrededor y  las únicas estrellas que veo son tus ojos.
Toma- te digo- hoy te bajé la Luna, mientras coloco entre tus manos un hilo imaginario y abro la ventana. Te miro. Te aferras con fuerza al cordón umbilical que te mantiene unida a esa diosa de plata. Sonríes.
Y mientras, yo, soy víctima de una lluvia interna de meteoritos.

64. ALGO VERDADERAMENTE GRANDE

Aclamado por millones de personas en toda galaxia conocida, mi currículum narra las proezas más extraordinarias. He conseguido, como capitán interestelar a cargo del Nyos Eering, logros impensables para el común de los mortales, amén de, y entre muchos otros, contraer nupcias con la mujer más deseada del universo desde la implantación del Código-N.

Por ese motivo nadie se explica que alguien de mi calado haya podido, tras verse privado de la minúscula constelación de pecas de tu espalda, cometer semejante atrocidad a tan solo dos horas de la venida del gobernador. Y esto no ha hecho sino comenzar.


 

63. Entrada 14567 cuaderno de bitácora.

Cuando abandonamos nuestro mundo por culpa de la guerra, no esperábamos que nuestro periplo por otros mundos en busca de un futuro para nuestra especie fuera a estar tan lleno de desventuras, vallas, miedos institucionales, burocracia, muerte y desesperación. Pero son los recuerdos de Aurum calentando nuestra piel, el olor a tierra mojada después de la mansa lluvia, la sensación de la arena entre los dedos de los pies y sobre todo las risas de nuestro futuro lo que nos anima a arrastrarnos por la inmensidad del universo en busca de un futuro.

Era nuestro planeta la envidia de todo aquel que llegaba a él, un vergel en la helada oscuridad del vacío que existe entre galaxias, esto y nuestro carácter pacífico fue nuestra perdición.

Ahora en nuestras silenciosas y monótonas naves, ya no nos calienta Aurum, la lluvia no resbala por nuestros cuerpos, nuestros pies solamente tocan el frio del acero de nuestras cubiertas y parece que no tengamos un futuro, puesto que solo el llanto, el silencio y las miradas vacías llenan los espacios de nuestras naves.

Seguimos buscando.

61. EL BUEN HIJO (Carles Quílez)

El sargento Pável limpió la salpicadura de sangre verde que el Rameliano había dejado en su bota y lo remató. Debería haberlo hecho prisionero para su interrogatorio, pero siguiendo un impulso, decidió ahorrarle el sufrimiento. Unos días antes, cuando aquella colona rebelde le había implorado que no matara a su hijo, había tenido que recurrir a una serie completa de ejercicios mentales reafirmantes antes de disparar, pero esta vez se había saltado una orden directa. Dos anomalías disciplinarias en apenas una semana eran demasiadas como para ignorarlas. Había llegado el momento de tomarse un descanso.
Embarcó en el primer carguero militar que encontró con rumbo a la Tierra. Hacía más de diez años terrestres que había marchado de su hogar y apenas quedaba nada del muchacho que un día -el día que enterraban a su padre- se alistaba en las milicias imperiales.
El ejército había cumplido su parte del trato: le había convertido en un hombre y le había pagado la soldada que luego él, obedientemente, enviaba a casa.
Ya en la nave, se acomodó en la cámara crionizadora. Al cerrar los ojos, un objeto desconocido activó una alarma. Era una lágrima. No conseguía recordar el rostro de su madre.

60. ¿Quién te manda vivir en un séptimo?

Mi primera muerte me provocó dolor de cabeza.

Aquella mágica madrugada de verano la pasé cantándote desde la calle con mi guitarra, hasta que tu vecino (el del tercero), rompió la magia. Y mi cráneo. Con sus pensamientos. Eso sí, bien plantados en una gruesa maceta. De barro. Mientras me elevaba, con mi guitarra en la mano y mi traumatismo en el encéfalo, pude verte. Estabas tan bella, tan desnuda, y tan… roncando. En fin, lo bueno de viajar así al cielo es que, ahora lo sé, puedes elegir: ¿Polvo de estrellas? Demasiado minúsculo. ¿Aurora boreal? Demasiado septentrional. ¿Basura espacial? Demasiado poco romántico…

Al fin, tras reencarnarme en meteorito, enfilé la tierra rumbo a tu edificio. Atravesando la atmósfera empecé a notar un calor excesivo que asocié a mis ganas de verte, pero no, simplemente me desintegraba. ¡Buffffff! Cuando apenas era una china de río, tu otro vecino (el del noveno) salió a curiosear, y como llevaba preparando mi beso durante años luz, pues se lo planté a él. Ni siquiera sé si le gustó, ni tampoco me dio tiempo a verte. Pero da igual. Ahora, amor mío, he descubierto que tengo infinitas oportunidades de llegar al séptimo, cielo.

59. HOMO HOMINI LUPUS

Hoy, como no hay luna, estará aquel tipo mirando al cielo desde la loma. Al principio lo creí trastornado e incluso peligroso, pero, por su manera de mirar las luces del firmamento, nada indica que sea un ser agresivo. De hecho, solemos intercambiar saludos banales cuando me lo cruzo:

—Buenas tardes, señor. Fresco, ¿no?

—Buenas —respondo amablemente. Fresco, sí.

 

—Seguro que este cielo no lo tienen allí en la ciudad, ¿eh?

—No, claro, aquí se ve todo de otro modo.

—Vaya que sí, se lo digo yo. Mire hacia allá, donde tiembla esa estrella. No estaba cuando era chico y ha venido a vivir a este cielo. Como usted a nuestro pueblo.

—Sí, es hermosa, no parece real.

—Así son las cosas en el campo, naturales y mágicas. Buenas noches. Con dios.

Ese dios al que me encomendaba el paisano era el mismo que no le permitía aceptar el origen artificial de su admirada estrella, pues aquella luz rutilante no era más que la estación espacial en su órbita programada. Ese mismo dios lo castigó a no volver a ver la luna para no manchar de nuevo sus manos con sangre inocente.

—Cuídese usted también…de la luna -pensé.

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