Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

84. Reiniciar sistema

Va a ser un niño. No te salgas de la rayita. ¡Coge el lápiz con la derecha! Venga, la tabla del quince. Hijo, tu deber es ayudarme y después heredarás la empresa…

Su padre era de hacer números, y su madre una mujer práctica, pero a él le picaba un no sé qué. Accedió a casi todo a regañadientes: Licenciado en Ciencias Inexactas, Forense en el Mar Muerto, Perito de Conferencia, Cirujano Plástico Reciclado, y Doctor en Filosofía Macrobiótica, Posología Cuántica y Obstetricia Robótica por la Universidad de Magaluz.

Ésta misma tarde ha leído un responso para la misa del funeral de su padre y, ya en la cama, el sueño le abordará con una sonrisa. Todos los asistentes le han felicitado, han llorado, reído, se han emocionado y sus almas han volado lejos tras oír el discurso que él mismo ha escrito. Ahora abre un instante los ojos, se cuestiona si debía estar así de alegre en un día como ese, y de un respingo se levanta a sacar del armario todos sus viejos cuadernos. En ellos aguardan millones de historias por empezar.

83. TENACIDAD

El final se acerca y muy pronto caerá el telón en esta historia. Le veo salir de la habitación en ese sucio motel. Ahora lleva un ridículo bigote y gafas oscuras. He tardado casi un año en encontrarle. No cabe duda que es un astuto hijo de perra. Además estaba tan decidido a desaparecer que había abandonado su trabajo y había cortado toda comunicación con su familia. Desde luego no contaba con mi tenacidad. Ahora solo me queda esperar a que regrese. Lo haré a mi manera. Sonrío al imaginar la expresión en su rostro cuando me vea frente a su puerta. Sin embargo lo que más deseo es saber, qué excusa me dará esta vez, para no comprarme las puñeteras enciclopedias.

82. Loba

Mi madre no paraba de decirme que tenía que convertirme en loba. A ella y a mi padre les había ido bastante mal como corderos. Siempre agachando la cabeza. Siempre huyendo.

Por lo tanto, sólo porque mi madre me lo pidió, me puse una piel de loba. Hice que me afilaran los dientes. Dejé de balar y aprendí a aullar. Superé mi miedo a pasar todo el día rodeado de feroces lobos. Venciendo mi asco, me acostumbré a comer carne.

Todo lo hice porque me lo pidió mi madre, porque la amaba y la respetaba. Devorarla formaba parte de mi disfraz de loba. No entiendo por qué se enfadó tanto cuando le di el primer mordisco. ¿Por qué me pidió que parara? No podía parar. La manada entera me estaba mirando. El lobo que había acercado su hocico al mío me observaba.

81. Smokey Carter

El despacho se encuentra en penumbra y neblinoso a causa del tabaco, pero no necesito luz para pensar. Oigo un coche detenerse en el callejón, juraría que un Studebaker. Al rato otro más, y de este no se escucha sonido de puertas. Es raro tanto movimiento, me huele a la secreta.
Miro a la entrada convencido de que alguien viene a verme. En el cristal se lee: rotagitsevnI etavirP retraC nosaJ. Finalmente el ritmo de los tacones me da la razón como un mensaje cifrado, y la claridad se pierde tras una figura que se recorta redondeada y sensual. Llama, gruño y entra. Se acerca y en lo umbrío de la sala creo ver que es muy hermosa. Apostaría por ello. «Problemas. Una belleza en apuros con la poli detrás solo puede meterme en un lío. Y ya estoy un poco cansado de complicaciones».
Sin decir nada se sienta en mi mesa. Me levanto y me acerco a ella. La llama del cigarro ilumina el mundo de carmín antes de que agonice rodando por el suelo. El beso es apasionado: a ella se le cae la pitillera de las manos. Me sirve como primer pago. Acepto el caso.

80. Christmas story ‘my way’

Hoy han venido de visita los nietos de ‘Sinatra’, el de la habitación 111. Después de varios intentos han obtenido el permiso porque la pequeña ya ha cumplido quince y ha coincidido con las fechas navideñas. Lo cierto es que parecen haber pasado un rato agradable y no se ha notado que hacía años que no lo veían. Les ha contado que estuvo viviendo en Estados Unidos, que fue doble de Frank Sinatra y que le sustituía en algunos conciertos. Vamos, lo que normalmente dice a la psiquiatra. También han estado viendo unas fotografías.

Cuando se han marchado he entrado a hacer la habitación y le he mandado a asearse al baño. Entonces he visto el sobre abultado en la mesilla y no he podido evitar echar un vistazo. Dentro, una foto con dos tipos abrazados en plan colega, vestidos de smoking, sonriendo a la cámara. Eran dos gotas de agua. Dos ‘Sinatras’ idénticos.

Desde el baño, entremezclado con el sonido del chapoteo en el váter, he distinguido una voz sin igual que entonaba feliz “…the record shows I took the blows and did it my way… yes, it was my way…”

79. Vuelos

El mago contempla el acto de la trapecista una vez más. Hace meses, desde que él se unió al circo y la vio volar como un pájaro de trapecio en trapecio, que la ama. Pero nunca se ha atrevido a confesárselo. Esta noche, sin embargo, lleva un hatillo de fósforos en su manga que, apenas ella termine su acto, transmutará en un ramo de ruborizadas rosas blancas. Y mientras piensa en lo tonto que ha sido por esa manera tan suya de dilatar las cosas, un relámpago de sombras le atraviesa el alma… La trapecista se ha demorado en ganar el aire una fracción de segundo, lo suficiente para caer hacia aquel abismo sin red que ha devuelto el público a las gradas. Entonces el mago apresura unas palabras ininteligibles. Y en el preciso instante en que las manos de la trapecista no alcanzan a las de su partenaire, la mujer vuela tan lejos inaugurando sus alas de paloma, que ni con el auxilio de mil galeras, él jamás podrá hallarla.

 

78. LA MUERTE ES UN PERRO FLACO

La muerte es un perro flaco que deambula por los caminos. Hace unas semanas llegó al vertedero. Desde entonces se rasca las pulgas y observa a la fauna del lugar con ojos cansados. Sobre todo al hombre que siempre tararea canciones de Frank Sinatra mientras toma el sol en el tejado de su chabola. Es el psicópata que mata mujeres sólo los martes de luna llena. Ayer le regaló una muñeca casi nueva a la niña que recoge las latas en la zona norte del basurero. Esa que a veces acompaña al viejo tuerto a ejercer de limosnero. La que estuvo a punto de morir el año pasado cuando le mordió una rata. La que mejor se hubiera muerto porque detrás de una niña siempre va una mujer, y detrás de un lunes nunca va un miércoles. Al perro flaco le gusta lamer las manos de la niña pero no puede evitar gruñir cuando oye «My way» a lo lejos. Y, aunque él nunca tuvo ningún reparo para cumplir con su trabajo, piensa que hay maneras y maneras.

77. Sin escrúpulos

La mujer que entró en mi despacho podría dejar sin aliento a un batallón de socorristas. Y eso que iba vestida. Necesitaba un abogado porque había sido acusada de envenenar a su marido, aunque creer en su inocencia, según se explicó, era más difícil que encontrar al padre de un senador demócrata. Hasta un juez novato y ciego acabaría condenándola. Hubiera apostado mi licencia a que ningún colega honesto, si esa raza existiese, la habría defendido.

Yo manipulo pruebas, testigos y jueces tan bien como sé eludir mis impuestos, y este caso me interesaba. Con la herencia del muerto incluso Canadá liquidaría su deuda externa; y la viuda iba a estar más disponible que una geisha. Era como ganar el jackpot especial.

Conseguí su exculpación por parte del jurado. También que me confiase sus negocios. Y la recompensa entre sábanas por mis desvelos, pero acabé tan aburrido como si asistiese una y otra vez al mismo encuentro entre los Mets y los Yankees. Tampoco podía fiarme. Joder, era una asesina. Me deshice de ella para evitar cualquier problema. Solo necesité una incineradora. Además, qué importaba. Mujeres no me faltarían. Ahora era yo quien podía saldar la deuda de Canadá.

76. Tetas

Como una anguila, me escurrí entre las  piernas de mi madre al nacer. Mi extrema delgadez no le hizo ni cosquillas en el parto. Broté esmirriado, famélico, enclenque; vamos, una birria.

Los pechos de mi madre fueron mi baluarte, dos cántaros de leche inmensos que, frente a todo pronóstico, me sacaron adelante.

Nunca sabré si fueron las mamas opulentas de mi madre, las de aquella mujer que Fellini nos mostró en Amarcord, o las de la Jurado, las que como una ola de espuma blanca y rumor de caracolas, me llevaron desde párvulo a desear siempre a mi lado a una mujer de senos grandes, descomunales; un escarpado y voluptuoso  paisaje donde retozar mi menudo cuerpo.

Me casé con tres mujeres: Elisa,  Felisa y Basilisa y no, no puedo decir que no fuera feliz. He amado, he reído y llorado, pero sólo ahora lo hago a mi manera.  No me asusta el final a pesar de sentirlo cada vez más cerca, creo que al fin he encontrado el sendero; quizá sea por  Bárbara,  la nueva recepcionista del asilo, quien me aporta suficientes razones para seguir de pie, o al menos dos.

 

75. OMNES UNA MANET NOX (Ignacio J. Borraz)

El abuelo Claudio era un hombre singular. Por sus pómulos discurrían hondas y serpenteantes las cicatrices y arrugas de dos guerras, mezcladas entre sí, definiendo la topografía vital que rodeaba unos ojos de almendra, profundos y serenos.

Los últimos años lo habíamos visto, poco a poco, marchitarse: dejar de dar sus grandes paseos y volverse más callado, como si sus palabras certeras se apagaran al mismo tiempo que su mirada. Puede que pensara que ya lo sabíamos todo, puede que ya no tuviese la necesidad de explicarse. Todavía, algunas tardes de tedio y frío en que iba a visitarle, le pedía que me volviese a contar alguna de sus aventuras.

Cuando aquella tarde me pidió que le lleváramos a la casa de la playa, empecé a llorarle en el silencio de su ruego. Llamé a toda la familia y nos reunimos allí, al calor de la chimenea de la pequeña construcción blanca. Después de cenar, desempolvamos sus gastados utensilios de pesca y su chubasquero recio. Nos dio un último beso y se subió a su barca para ir al encuentro de la muerte entre el salitre y las olas. Como siempre había querido, a su manera.

74. ÁMBAR Y AÑIL

Ella pertenece al mar. La parieron en un barco a la deriva y tiene en la piel el tacto líquido y tibio de las aguas. Es adicta  al canto de los delfines. Al rumor de los vientos. A trenzar algas con corales.

A él lo alumbraron en la inmensidad ardiente del desierto hace más de dos décadas. Tiene en su piel el color de la arena y cabalga sobre dunas de oro a la caza de oasis verdemar.

El destino -alquimista avezado y caprichoso- los cruzó el día que ella, escupida por la furia de la tormenta, arribó en el mismo puerto al que lo lanzaron a él los vientos que bebieron su erial.

Ella, fascinada por el ámbar de sus ojos,  renegó de las aguas.

Él, inmerso en los mares de los de ella, no volvió la vista atrás.

Viven de una manera nueva. Aunque a veces, cuando él no la ve, ella acude al reclamo de las olas que visten su nostalgia con algas y corales traídos de alta mar. Mientras, él se empapa de sol, hechizado por los caminos áureos que dibuja el pajizo horizonte al amanecer.

 

73. ARS AMATORIA (Reve Llyn)

Paseé  por el banquete de la vida deleitándome en cada plato. Escupiendo a la cara de aquellos que trataron de imponerme las pesadas piedras de su rutina. Aún así, no hubo en mí alimento que no fuera veneno, y el antídoto -una vez tras otra- solo lo encontraba enredándome en nuevos cuerpos. Pinté con cal viva en mi pecho el nombre de cada una de ellas. De las heridas me brotaron raíces. Aprendí a atrapar esa efímera flor de luz que brota cada noche para marchitarse en un instante. Confié a la memoria el olvido de las cosas. No hubo principio ni final, sólo la muerte como puntos suspensivos.

Bebí con sed, comí con hambre, amé con fiebre.

Estuve vivo.

 

 

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