Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

23. Luces de una época (Esperanza Tirado Jiménez)

Intento recomponer las redes de mis recuerdos, descosidas por el paso del tiempo. Mi memoria ya no es la que era y quizá lo que le cuente esté algo deshilvanado.

Perdone si en algún momento me quedo en blanco. No quisiera hacerle perder su tiempo en vano.

Lo que sí tengo claro es que he vivido plenamente, con mil luces y mil sombras. Estas arrugas son testigos de tantas aventuras…

Pregunta usted por mis sueños…  Hace tiempo que no sueño. No puedo dormir bien. La edad, ya sabe…

Quizá estas fotos y esas partituras descoloridas puedan ayudarle a desenredar la historia de mi vida. Fui cantante en una popular sala de fiestas. También tocaba el piano. Un poco a mi manera, no estudié música. Pero tenía oído. Y picardía. Y con ella guié mis pasos de cliente en cliente, de bar en bar, de cama en cama, cada noche hasta las luces del alba…

No me arrepiento. Aunque no los recuerdo a todos…

Ay, esta memoria mía…

¿Sabe? No comprendo la necesidad de escribir un libro sobre mis andanzas… Dice usted que servirá para recuperar una época dorada. Pero sus luces y brillos hace mucho que se apagaron.

22. Huidas (María Rojas)

A Suzanne la conoció en un Seminario de Arte Iberoamericano. Entre corlas de plata, empanaditas y aguardiente, se declararon su amor.
Al año se casaron y se fueron a vivir a Nueva York, donde Suzanne tiene un ático. Ella es profesora de arte. Él, toma fotografías y las documenta.
Un jueves en que Francisco fotografiaba unas pinturas, notó que en un óleo de Rembrandt faltaba, el mercader de la mirada soñadora. Se acercó al lienzo, ilusionado de que fuera un engaño visual, mas ahí estaba el vacío. El desertor, con las prisas, había olvidado su capa que, de cualquier manera, se arrumaba en el primer plano de la obra. Dudó que hacer; si denunciaba su desaparición lo podían tildar de chifloreta, así que decidió que lo mejor sería ir a contárselo a su mujer. La encontró en la terraza contemplando el poniente, teñida de anaranjados, violetas y rojos. A su lado, envuelto en claroscuros, el gallardo mercader le pasaba con delicia la mano por la cintura. Suzanne lo miraba mientras le susurraba al oído:

—Ahora podré vivir a mi manera.

Francisco, tomó varias fotografías para registrar el paradero del fugado antes de borrarlo para siempre de la historia del arte.

21. MALOS HÁBITOS

Entró tacones en mano, moviendo la cabeza al son de la nueva versión disco de “My Way” de Sinatra. Tambaleándose, se abrió paso estilo crol entre las imperfectas sombras que entreveía en el local de moda.     Escoltada por la torpeza, alcanzó con ambos brazos lo que parecía una gran barra repleta de risas, copas y dinamismo.                                                                                                                                                                                           Un moldeado camarero, engalanado únicamente con un minúsculo triángulo dorado, se le aproximó contoneándose.

-¿Qué tomas?-. Le dijo, arrastrando la ese hasta mostrar toda la dentadura.

Inmersa en sus dilatadas pupilas, contestó. -Lo que desees-.

A la espera del amanecer en su austera habitación, intentaba reconstruir aquel periplo. Impregnada por la esencia de la noche y con un alterado ritmo circadiano, no podía desprenderse de aquel insufrible dolor de cabeza, generador de grotescas escenas que le mostraban la irracionalidad de la felicidad y el amor en aquella evocada noche.         Desde el desconcierto, contempló su anillo de casada que ahora hacía juego con un extraño trozo de tela dorada  enredada a su muñeca.

Los golpes de unos nudillos en la puerta dieron paso a una silueta.

-Media hora para el rezo de Laudes – Le dijo una hermana de su misma orden.

20. IN MEMORIAM

Señor Frank Sinatra, deseo que a la llegada de esta se encuentre usted bien, nosotros vamos tirando.
Mi madre insiste en que le escriba para que le cuente que mi padre era un gran admirador de su persona y que, de hecho, cuando la conoció a ella y, para conquistarla, le pidió a su madre, que era sastra, que le hiciera los pantalones como los que usted llevaba en sus películas y un traje claro para las ocasiones especiales.
A lo largo de su vida y mientras a su alrededor todo el mundo entonaba “My Way” él prefería silbar, Till The End Of Time hasta que un día un bisturí sesgó sus cuerdas vocales y aunque el aire nunca más salió a través de sus labios, siguió tamborileando con sus dedos la melodía. Usted era la voz y mi padre la fortaleza.
Mi madre desea que usted vaya a recibirlo y a abrazarlo ahora que compartirán espacio.

PD:
Señor Sinatra, si me oye hágame una señal porque no sé a dónde debo llevar esta carta ni cómo diablos va a recibirla, sin embargo, está tan afligida, tan perdida, que entre lo posible y lo imposible no distingue frontera.

19. Trampantojos (Cristina Requejo)

Suda. Su cuerpo reacciona ante los estímulos que laten desde la pantalla del teléfono. Hay deseo y no siente pudor al decírselo. Él le sigue el juego, aunque de manera más sutil, incitándola, con su ambigüedad, a que fantasee. Ella se excita, pero a veces le araña la sensación de que la mejor parte de su vida es precisamente aquella que no vive más que en sus ensoñaciones, dibujada en su anodina realidad a modo de trampantojo. Él alimenta su ego sintiéndose deseado. Juegan un rato cada día y después, una vez aparcado ese momento de éxtasis artificial, siguen cada uno con sus vidas.

A ella, la realidad le habla de un marido que no la satisface, de los horarios de los niños y de las arrugas que avanzan en su rostro; de esas aguas mansas en las que se cobijan los cobardes y que, al cabo de los años, terminarán ahogando su existencia. Llegará, entonces, el tiempo de la autocompasión.

Él pasará páginas dejándolas en blanco.

Con suerte, los dos saldrán ilesos de ese pasatiempo en el que apuestan con monedas de tan bajo valor que apenas sirven para comprar cada día, a su manera, unos minutos de felicidad.

18. Buscando su camino (Ginette Gilart)

A menudo se emocionaba cuando veía a los grandes alces caminar por la nieve. Llevaba dos años fuera de su hogar en Atlanta: tras graduarse en la universidad rompió su documentación, sus tarjetas bancaria y universitaria; dejó su teléfono móvil y abandonó su viejo coche. En su mochila metió a Jack London, a Thoreau y una guía de plantas silvestres. Y tomó rumbo al norte, lejos de la civilización.
Lo que ignoraba era lo cruel y despiadada que podía llegar a ser la naturaleza. Cuando quiso regresar, la crecida del río se lo impidió y quedó aislado. Ni con su guía supo distinguir una planta de otra venenosa. Cuando lo encontraron, una leve sonrisa se dibujaba en su rostro y en su mirada el cielo azul y puro de Alaska.

17. UNA VIDA PLENA

Apenas quince minutos después de aquella llamada telefónica, las ruedas de dos sedanes negros chirriaron en la explanada del matadero municipal. Sus ocupantes bajaron apresurados y, en silencio, siguieron al nuevo capataz por el pasillo central de la nave vieja. Al llegar frente a una de las últimas cámaras frigoríficas, el empleado abrió el portón, una nube gélida escapó como despavorida, y luego, cuando entraron, otro helor más afilado les sobrecogió. De las paredes colgaban, meticulosamente ordenados: un niño vestido de primera comunión, quince alumnos con su maestro, una bicicleta, dos lebreles, Kubala, el valle del Jerte, un zagal entre ovejas, una muchacha de ojos claros, un San Pancracio, una jura de bandera, un beso en un andén, Frank Sinatra, una pareja de recién casados, un motocarro, un taller mecánico, una peluquera de ojos celestes, un bebé, un piso en la ciudad, un seiscientos, unas vacaciones en Benidorm, una graduación de abogados, la boda de un hijo…

«Dios, papá, tú y esa manía de coleccionar recuerdos a tu manera para congelar el tiempo», musitó el juez, arrodillado junto al hombre recién jubilado que yacía en el suelo sonriendo, la frente en alto, y abrazado al bautizo de su primer nieto.

16. Sin miedo escénico

Tres potentes cañones de luz rescataron de la penumbra el escenario. Yo ya estaba allí, en el centro, muy en mi papel, micrófono en mano, vistiendo un elegante traje gris marengo, una bien almidonada camisa blanca y una corbata a rayas, perfectamente anudada.
Comenzaron los primeros acordes… Simplemente me hubiera podido limitar a imitar sus elegantes y medidos movimientos, y hacer un perfecto playback, como solía en mis ensayos, en el salón de casa. Así lo bordé cuando me presenté al casting, donde ya hubo alguien que me dijo que era un magnífico imitador.
Aquella noche especial pretendía deslumbrarla, embelesarla, si bien no sabía explicarme por qué las primeras palabras de la canción, tantas veces repetidas, no terminaban de salir; no sabía explicarme por qué permanecía rígido, estático, como anclado al parqué, atenazado por un ignorado pánico.
Desde el fondo de la sala, en semioscuridad, una voz recia me gritó: «¡Ánimo! ¡Tú sabes hacerlo! ¿Cuántas veces lo has repetido? Si no, ¡hazlo a tu manera!». Conocía la silueta, conocía la voz… Era él, el inigualable, el inimitable, el imperecedero. ¿Pero cómo era posible?
Lo cierto y verdad fue que pedí que reiniciaran la música, me concentré y comencé a cantar…

15. Cántala otra vez, Frank.

Oiga, señor… Urgió la joven enfermera de guardia, es su mujer. Pregunta por Frank y pide que se la cante otra vez, ¿usted entiende? …Frank, me llamo Frank, como el cantante. Me acerqué a la cama y, con una sonrisa cómplice, le susurré We lived a life that´s full. ¡Qué bonito!, y en inglés, prosiguió la sanitaria, ¿usted también fue cantante, o algo? Negué con la cabeza y se agitaron mis pensamientos, las emociones inundaron la habitación y la memoria comprobó que nuestros recuerdos seguían allí, donde siempre habían estado. Miré de soslayo a la enfermera que observaba inmóvil desde la puerta y, cuando busqué de nuevo los ojos de mi mujer para intentar juntos el We did it our way, presente, pasado y futuro coincidieron en el tiempo. We’ve loved, we’ve laughed and cried murmuré mientras la besaba en la frente y la despedía hasta mañana… Ay, lo siento, señor Frank… Se ve que la quería usted mucho. Jopé, si mi novio me quisiera la mitad de lo que la quiere… la quiso usted, otro gallo me cantaba. Quizá, mi niña, quizá, insinué sin fuerzas… Y ni siquiera sabe tararear nada, continuó… Jopé, jopé, mañana lo dejo.

14. Mitomanía

Hubo una época en la que intenté imitar a Bogart. Poco a poco fui adoptando sus ademanes de tipo duro,  asimilé su seca masculinidad, e incluso traté de imbuirme del idealismo que, a pesar de su cínico comportamiento, se adivinaba en los personajes que solía interpretar en la pantalla. A la hora de buscar un empleo opté por el ramo de la investigación privada; y, al final, me metí tanto en el papel que comencé a fumar su marca de cigarrillos y a beber su mismo güisqui; de manera que la cosa se me fue de las manos y mis familiares acabaron por internarme en una casa de reposo.

Por fortuna he logrado curarme. Ahora trabajo de chupatintas en una oficina, pero no me quejo; supongo que busco mi propio camino y la forma de recorrerlo. Sin embargo, no siempre es fácil, ya que el destino parece empeñarse en ponernos a prueba. Desde hace dos días, tenemos una nueva becaría en la oficina que se parece endemoniadamente a “la Flaca”— incluso posee su magnetismo e inteligencia— y claro, entre eso y que llega la primavera, me estoy temiendo una seria recaída.

12. De los intentos de no crecer ( Paz Monserrat)

Cuando la reina Victoria, una acomodada familia londinense sufre una terrible tragedia: el hijo mayor fallece con trece años en un accidente. La madre se repliega en un duelo implacable y sin fecha de caducidad. Tan contundente es su decisión de penar sin consuelo que se olvida de que tiene otro hijo. El hermano menor, James Matthew, vive el peor de los abandonos posible: aquel en que los seres queridos están simultáneamente presentes y ausentes.

En uno de sus delirios, un día la madre ve recortada la figura del pequeño a través de la puerta y por un momento cree, eufórica, que ha regresado su hijo favorito. Al reconocerlo emite un demoledor: “Ah, eres tú”. El niño transita su infancia oyéndole decir que sólo le conforta pensar que David murió siendo perfecto, inocente, apegado a ella… y jamás se echaría a perder haciéndose mayor.

Su desesperada manera de complacerla es no crecer. Al final, irremediablemente, se hace adulto, un escritor famoso, pero nunca supera el metro y medio de estatura. J.M. Barrie triunfa con sus textos repletos de criaturas que se resisten a crecer, pequeñas hadas bulliciosas y adolescentes maternales que se preocupan de niños diminutos tan perdidos como él.

11. THAT’S LIFE

Cuando “My Way” agotó su último acorde, él orientó sus palmas hacia el público. En señal de despedida. Antes de volverles la espalda para siempre.

Entonces, los escasos tres mil aplaudieron rabiosos. Con la ovación indultaban cualquiera de los lapsus sufridos por su ídolo durante el concierto.

Cuando llegó hasta mí nos miramos. Yo le sonreí, pero él solo cabeceó, sobrepasándome, ajeno a la tanda de aplausos que rugía atronadora desde el foso.

A sus setenta y seis descendió, rumbo al camerino, con el swing de su cuerpo flotando sobre los fríos escalones de hormigón. Y me solicitó algo para beber.

-Whisky –dijo.

Ambos nos detuvimos mientras apuraba con ansia la botellita de Jack Daniels que había tenido la precaución de guardarme en un bolsillo.

-¡Es mentira! –exclamó tras el último sorbo.

-¿Perdón? –pregunté desconcertado.

-Lo de esa canción. Que todo es mentira, pero…

No acabó de apuntillar lo tarareado en castellano. Porque Sinatra hablaba cantando.

Tres fotógrafos y su representante le reclamaron, arrumbados ante la puerta del camerino.

Y “La Voz”, volviéndose hacia mí, les ofertó con la última sonrisa. Mientras yo advertía cómo vocalizaba: That’s life.

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