Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

NOV07. PARLAMENTO NEURONAL, de Salvador Esteve

El científico suspiró. Treinta años de investigación, pequeños avances y cientos de fracasos. Los resultados eran inequívocos, lo había conseguido. Recopiló el informe de datos y ya en su despacho la somnolencia le venció. En el hemisferio izquierdo del cerebro, donde el lenguaje reina, diez letras dieron un paso al frente : H, E, I, M,R, P, D, V, O y A.
\»H\», hastiada de ser muda y ninguneada, pedía estar al lado de la letra C para ser pronunciada
\»E, I\» dicutían ante la necesidad de un diptongo
\»M,R,P,D\» estaban abiertas a cualquier combinacion.
\»V\» tenia su ego cubierto desde que su signo simboliza victoria.
\»O\» exigía un acento.
\»A\» quiso imponer su autoridad, por algo era la primera letra del alfabeto y apuntilló la necesidad de dejar a un lado las ambiciones léxicas. Tras muchas deliberaciones llegó el acuerdo.
El cientifico sonrrio, agrupó las hojas del informe y en la primera página escribió la palabra.
AMORPHEVIDA: Vacuna contra el cancer.

NOV06. AMOR, AROM, AMRO, de Paloma Casado Marco

Cuando se encontraban en la calle, él tocaba el ala de su sombrero, y ella dejaba revolotear sus pestañas antes de posarlas en un gesto de estudiada turbación. Le gustaba. Era alto, apuesto y además, pertenecía a una buena familia.
Oyó también comentarios, entre chocolate y pastas con las amigas de su madre, acerca de un problema, una incorrección en la comunicación, que sufría tras un accidente acaecido cuando era solo un pequeñín. “Se le cayeron encima los libros de una estantería en la biblioteca paterna, y el pobre sufrió un empacho de letras que le dejó confundido para siempre”. “Inventa palabras”, decían.
A ella, esa excentricidad de su carácter se le antojó una nimiedad, y más cuando recibió una carta, de exquisita caligrafía, rubricada con su firma y el olor a su loción:

“Mi arbularia señorita. Me haría muy filimintario si permitiera la invitase el precidible sábado a merendar en mi compañía…”
A la que ella contestó sin demora: “Mi arbotante señor, estaría muy enigmática de merendar con Vd., aunque deberé estar acogotada por mis sicalípticas hermanas…”

A la boda, celebrada seis meses después, acudieron todos los cronopios de la ciudad y algún que otro fama.

http://doslatidos.wordpress.com/

NOV05. BARCO A LA VISTA, de Susana Revuelta

Un buque norteamericano hizo sonar la sirena al mismo tiempo que sus caderas se acoplaban furiosas a ritmo de merengue sobre las rocas del acantilado y sus gritos acallaban la embestida de las olas en el momento del clímax. Mientras, un sol sangrante se hundía dolorido en la línea del horizonte.
A Usnavy, fruto de aquella puesta de sol, que le inmortalizaran con ese nombre nunca le hizo mucha gracia, y menos cuando tenía que soportar las carcajadas de los funcionarios cada vez que iba a renovar su tarjeta de identidad.

NOV04. PALABRAS DE AMOR, de Jerónimo Hernández de Castro

Alfonsina se declaró por jitanjáforas. Nada ya dicho le parecía suficiente para expresar su amor por el doctor Reyes y derrochó creatividad a raudales en aquel folio: “Gumblendos insorcitados, rimblaudos de tromfarío”. Él, a punto de obtener la cátedra de literatura contemporánea, no entendió nada; como un marido que ya ha perdido toda su curiosidad. Después de leer: “Alimofiosa sontu psemblor”, la última frase antes de la petición apasionada de “emyexios” compartidos para siempre, dejó la carta en la mesa donde pronto la sepultarían los papeles. Reparó entonces en la ceñida silueta de la estudiante que se alejaba por el pasillo. La directora del departamento se quitó las gafas en un gesto reprobatorio y él, por primera vez en quince años de despacho compartido, se percató que sus ojos eran verdes.

NOV03. ¡MALTITO ALCOHOL!, de Sotirios Moutsanas

El ruido fue estrepitoso. En el amasijo de hierro torné mi rostro y atisbé a los grandes ojos de mi mujer, abiertos como platos, clavados en los míos. Mirándome con una profunda tristeza parecían preguntarme: “¿Qué has hecho?” Su cráneo estaba abierto y se podía discernir el cerebro. Contemplé la parte trasera y vi lo que quedaba de mis hijos era un espectáculo indecible, horripilante, salido de la más siniestra pesadilla.
— ¡No¡ ¡Hijos míos¡ ¡Hijitos míos!
Un charco de sangre se formaba en el suelo. Inesperadamente alguien rompió el cristal de la puerta delantera y me sacó del coche. Yo gritaba sin parar: ¡mis hijitos! ¡Soy un asesino! Yo y mi vicio por el alcohol.
— ¡Quiero morir! ¡Hijitos míos! ¡Hijitos míos!
— ¡Papá! ¡Papá!

Abrí los ojos y contemplé a mis hijos. Despierta, has tenido una pesadilla. Abracé a mis hijitos radiante de felicidad.

— ¡Cómo les quiero, hijitos míos! ¡Cómo les quiero!
El policía con el médico de la ambulancia hablaban consternados.
—Pobrecito, está inventando las palabras, me imagino que piensa que habla con sus hijos, de tanta aflicción se perdió la cabeza.
En el camino hacia al hospital sólo se distinguía su voz profiriendo:
— ¡Hijitos míos! ¡Cómo les quiero!

NOV02. BUSCANDO EL RELATO GANADOR, de Nicolás Megías Berdonce

Como cada mes se disponía a participar en el concurso con la ilusión renovada, esa ilusión que perdía cada vez que veía los resultados de los ganadores mes tras mes, pero ahí seguía esperanzado, sin tirar la toalla, pensando que aquel sería el mes.
«Inventa una palabra – decía para sí mismo – «Pero si ni si quiera tengo una idea para inventar un relato como para inventar una palabra» – pensaba.
Pero insistente tomó la decisión de intentar inventar una palabra para poder escribir el relato ganador, pero ninguna de las que se le venía a la mente le convencían, entonces decidió buscar una palabra ya inventada.
Arrancó una hoja de papel y escribió «Paciencia«, «Perseverancia» y «Rutina«, pero ninguna le gustaba. En aquel momento se quedó pensativo, ya había encontrado la palabra que buscaba, cogió el bolígrafo y escribió en mayúsculas la palabra «GRACIAS» en aquel folio.
Y aquello fue lo que plasmó en el relato que mandó al concurso de aquel mes, su agradecimiento por la oportunidad que le daban a él y a muchos como él de dar rienda suelta a la imaginación a través de las palabras.

NOV01. PALABRAS MAYORES, de Juan Antonio Morán (JAMS)

Está apoyado en el quicio de la ventana. Fumando. Completamente desnudo. Una nube pequeña lo oscurece todo.
-Habría que inventar una palabra para esto.
Ella está sentada en la cama, terminando de meter sus cosas en una mochila de deporte.
-Ya existe -responde- Es muy antigua.
-Te equivocas. Es una palabra estúpida y moralista, vulgar, desagradable… ¿Y dónde está la realidad? Mi vida contigo es limpia, natural aunque diferente, inesperada… como el que tiene alergia de su propio sudor.
-¿A qué viene esa obsesión tuya por aparecer en el diccionario? ¿Piensas que así te perdonarían? Es inútil. Mi madre dice que se puede pensar una cosa, decir otra, sentir otra y hacer otra distinta -responde mientras estira la colcha.
-Tu madre es una jodida loca.
Ella se acerca a la mesilla y saca un billete de la cartera.
-No creo que seas la persona más indicada para criticar a mi madre. -le dice-. Cojo 50.
La nube, lejos de desaparecer, crece por momentos. Él desiste de ver el sol y cierra la ventana.
-Si vienes el fin de semana podías traerme un poco de yerba.
-Papá, tengo diecisiete años: no puedo pasearme por ahí con el bolso lleno de marihuana…

OCT195. LA CITA, de Patricia Mejías

Los sirvientes le impedían salir más allá de los linderos de la propiedad von Duisburg. Durante meses, a través de la reja de hierro forjado, mantuvo un intercambio de confidencias con una niña del exterior. Él anhelaba la vida lejos del mármol, el granito, los jardines de flores y pinos… Algún alimento fresco, y no esos estofados con sazón de hierbas sepulcrales que degustaba a la luz de los cirios. Y esa noche, tras aquella verja, lo esperaban las promesas de un rostro nuevo y labios fragantes a humanidad.
— ¡Thomas! —El grito paternal lo detuvo—. Ella no es de tu clase. Tú perteneces a un linaje muy antiguo y superior.
El barón von Duisburg y un cerco de sirvientes le complicaban el escape.
A pesar de llevar su mejor mortaja, traspuso de un salto los portones del panteón familiar. Unos gritos estridentes al otro lado, y el padre exclamó:
— ¡Siempre fue un salvaje que quiso comer la carne cruda!

OCT194. MUERTECITA Y VÍSPERA, de Pablo Vázquez Pérez

Eva se levantó al sonar el despertador por tercera vez, aunque llevaba despierta tres cuartos de hora. Llamó al cuarto de baño: TOC-TOC-TOC. Piaron sucesivamente, su periquito, su jilguero y su canario. Tomó dos tostadas antes de volver al aseo para maquillarse. Y devoró la última, bebiendo de tres sorbos el café.
Echó la llave al cerrojo inferior, el cierre blindado y la rueda superior. Bajó por la escalera, consecutivamente, a la segunda planta, a la primera y a la baja. Salió del portal número tres de la calle Trinidad, para dirigirse al trabajo. Eva trotaba igual que un caballo del ajedrez, marcando las baldosas de la acera como escaques del tablero. Llegó a la parada del bus, sacó el monedero. Estaba vacío. Tres ancianas sentadas en un banco cercano, la vigilaban haciendo punto. La chica volvió corriendo a su casa para coger el dinero. Durante su ausencia, afortunadamente, un coche sin frenos se chocó contra la marquesina vacía. Las viejas tejedoras murmuraban enfurecidas.
– Ayer olvidó el móvil. Hoy la pasta. Pero a la tercera va la vencida. No escapará de nosotras.
Lo que no calcularon las parcas es que al día siguiente era festivo.

OCT193. SIN PRUEBAS, de Elysa Brioa Escudero

Pues ya está, este tipo me ha hecho la autopsia en un periquete y por lo que ha comentado con el policía no le queda ninguna duda, fallo multiorgánico provocado por mi afición a la botella. Qué rabia me da, ella se va a salir con la suya. Y eso que recelé cuando me convenció para firmar el seguro de vida, quién iba a pensar que la mosquita muerta aprovechara que me gusta beber para envenenarme. Si es que no se puede ser bueno, más fuerte le tenía que haber atizado. No puedo entender tanta inquina, si solo le pegaba los fines de semana y procuraba no dejarle cardenales. Es una desagradecida, no se ha esperado, no, tenía prisa por librarse de mí. Y le va a salir bien la faena a la muy zorra, con dinero y sin nadie que le tosa. Ahí entra, mírala, venga a llorar. Y es que lo hace bien, el doctor no para de consolarla dándole palmaditas en la espalda. Ahora que veo la cara del tipo, se ha quitado la mascarilla, me recuerda a alguien. Este forense se parece mucho, pero mucho a su primer novio.

OCT192. LA SONRISA DELATORA. de Laura Garrido Barrera

Buenas tardes, te dijo el hombre que abrió la puerta. Entraste en la habitación y observaste un desorden caótico. En la esquina más soleada se amontonaban blusas de mujer con las perchas camufladas en sus telas. Esparcida por la habitación, la colección completa de las novelas de Agatha Christie, con sus tapas negras formando pequeños triángulos. En otra esquina, un tocadiscos arropado por docenas de vinilos sin sus fundas. Ya ve, se han llevado todos los objetos de valor, sólo han dejado la cama, dijo el hombre cabizbajo. Tú reconcentraste toda tu atención en un cartel con un nombre de mujer y una curva febril que colgaba a los pies de la cama. ¿Cuándo falleció? El lunes, contestó él. ¿Y el cuerpo?, interrogaste. Incinerado. Te agachaste para mirar bajo la colcha que arrastraba hasta el suelo y encontraste una dentadura postiza sumergida en un vaso de agua. ¿Qué cenaron ayer su mujer y usted? Ensalada de zanahorias. Lo siento, el seguro no cubrirá este robo, afirmaste observando al trasluz el fondo del vaso tamizado por pequeñas partículas anaranjadas, y vigilen la fiebre de la pobre Ágata, que hoy es miércoles y en la curva señala que ya tiene demasiada.

OCT191. ASESINO PROFESIONAL, de Isabel OlIva Yanes

Hacía tiempo que venía pensando en retirarse. Dinero tenía suficiente para vivir bien acomodado hasta el final de sus días y su trabajo no le satisfacía especialmente. Se sabía el mejor y lo era. Pero conoció a una mujer especial con la que no le importaría casarse y tener hijos. Una vida normal.
El último encargo le llegó por las mismas vías de siempre. Se trataba de otro tipo más. Nadie en el mundo, salvo su jefe, sabía de su existencia y prefería que este tampoco le conociera. Investigó como siempre hacía y cuando le tuvo en el punto de mira llevó a cabo su trabajo con eficacia. Después de dispararle, dio la vuelta al cadáver y encontró a su jefe al que conocía solo de vídeo-conferencia. Esto significaba que ¡Era LIBRE! Gracias a la casualidad nadie en el mundo había visto su cara de asesino. ¿O no?
Corrió a casa de su amada y le pidió matrimonio, a lo que ella aceptó muy complacida. Después de casados, en plena luna de miel, ella le confesó que fue la artífice del último encargo. Él la besó con pasión y le rompió el cuello. Ahora sí que ya nadie le conocía.

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