Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

DIC86. NOCHE DE PAZ, NOCHE DE HORROR…, de Jesús Lozano López

¿Quién te mira tras el espejo?¿Recuerdas la lívida calavera de ígneas astas coronada? Diez, nueve…  En la distancia clava sus ojos impíos en tu alma, y su fulgor te hiela la médula…Ocho… En este pasillo poseído por la oscuridad, en el umbral de tu infancia tus miedos cervales confabulan  en lenguas inveteradas, proscritas. Siete, seis… Responden tus quedas preguntas siniestras ecolalias depredadoras del silencio. Seis… ¿recuerdas? Espectros viciosos acechan tu cama mientras ojos horripilantes brotan en la pared. Seis, cinco… Jamás has osado cruzar la noche de este lugar sin conjurar la luz. Tu infancia corrompida por  esa pavorosa imagen se pudre en la celda especular. Cuatro, tres…  Pero esta navidad todo cambia. ¡Coge tu lámpara! ¡Resquebraja la negrura del corredor! Dos… Tus compañeros cantan en el piso inferior, “Santa’s coming to town”.
-¡¡nnNunCA cRucé!!
– ¡Entra en shock!
– Gaspar, limítese a garantizar que las cinchas estén apretadas. Sé lo que hago… Uno, sigues por el pasillo.
-Nnnoooo.
– Alcanzas el espejo,  los ojos del engendro devoran tu mirada; horrorizado comprendes… Al otro lado la canción continúa, “…coming, ¡SaTAN’s coming”.
-Ahhrggg.
– ¡Dios! ¡Doctor, está atrapado! ¿Cómo regresará ahora?
– ¿Regresar? ¡Jamás! No ahora que sabe quién es realmente.

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DIC85. EL ÁRBOL DE LA FELICIDAD, de Antonio Ortuño Casas

Con mi familia me divierto más que nunca los últimos días de cada año y los primeros del siguiente. Me divierto más que el resto del año y no celebramos nada que nos imponen; lo hacemos porque creemos en el futuro haciéndolo realidad en cada presente.

Caminamos sin prisas por las aldeas, montes, ríos, ramblas y valles que rodean nuestra comarca; subimos, bajamos, descansamos debajo de los árboles endémicos, incluidos pinos y cipreses que estas últimas generaciones vienen plantando para las siguientes, volviendo a llenar nuestra tierra de ellos, que otras antes habían desnudado sin pudor para adornar y lucir con esos árboles sus salones luminosos, en pro de una celebración figurada.

Terminando el año repetimos el rito de plantar otro árbol cada uno de nosotros, que nos encargaremos de cuidar el resto de nuestras vidas. Y cuanto más adultos nos venimos haciendo más responsabilidades nos vamos echando encima, siendo el regalo más preciado que recibimos cada vez que cada fin de año plantamos uno nuevo.

Este fin de año, en la madurez de mi vida, presiento que luzco radiante con mi familia, y con ella sembrando felicidad.

DIC84. LA FRONTERA DEL BIEN Y DEL MAL, de Lourdes Abuide

Los charcos se vacían cuando saltas doce veces sobre ellos, las piedras pequeñas vuelan más, cuando les das una patada, que las grandes, los pollos se mueren poco a poco si les das un baño de agua. Las paredes se quedan de un color amarillo cuando estrellas huevos contra ellas. La ira se va con la violencia, la rabia se evapora con el mal pero luego vuelve al cuerpo en forma sólida y ya se queda para siempre. Aquella navidad, de niño, aprendí este tipo de cosas. Aprendí que la violencia engendra violencia , que una torta provoca ganas de  romper un cristal, que la ausencia de la madre provoca ansias  de  matar , que la soledad hace a uno enfadarse contra el mundo. Aquella navidad fue la frontera entre el niño y el adulto. Aquella navidad con la madre muerta y el padre huido creó el resto de mi vida de una forma diferente.

DIC83. TRAJES DE PAPEL, de Aida Herreros Ara

Fue antes de que muriera mi abuelo, así que yo debía de tener menos de diez años.
Por Navidad, solíamos ir a Madrid en el 600, atravesando  el puerto del  Escudo y Somosierra, donde recuerdo que el dueño del restaurante tenía alguna clase de animal en una vitrina.
Yo, todos los años, comenzaba un cuaderno donde apuntaba cada pueblo por que el que pasábamos, que siempre tenía los mismos huecos, donde había caído rendida. Aún me sé los primeros: La Montaña, Las Presillas, Vargas, Puente Viesgo, Aes…
Aquella Navidad, de niña, fue la más divertida: A las chicas nos hicieron vestidos de papel Pinocho, y recuerdo una locura de persecuciones y risas,  por el pasillo y el salón del piso del Parque de las Avenidas.
La noche terminó con mi tía Sonia, un año menor que yo, roncando frente a la tele dentro de su traje de papel.

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UNA INSPIRACIÓN LLEGADA DE LEJOS…



Por aquellos años, las Navidades se parecían tanto unas a otras en aquel remoto pueblo pesquero. Navidades carentes de todo sonido excepto del murmullo de voces distantes que sigo oyendo algunas veces antes de dormir, que nunca consigo recordar si estuvo nevando durante seis días con sus noches cuando yo tenía doce años, o si nevó durante doce noches y doce días cuando tenía seis.

Las Navidades fluyen como una luna fría e inquietante que avanzara por el cielo que aboveda nuestra calle de camino al traicionero mar; y se detienen en el borde de las olas de aristas glaciales —verdaderos congeladores de peces- y yo hundo las manos en la nieve y desentierro cualquier cosa que pueda encontrar. Me veo sepultando la mano en ese festivo montón, blanco como la lana y con forma de campana con lengua, que descansa al borde de un mar que entona villancicos…

Dylan Thomas. LA NAVIDAD PARA UN NIÑO EN GALES (1950). Edit. Nordica.

Gracias a Paloma Casado, por su regalo navideño…

DIC82. FINAL DE TRAYECTO, de Marta López Cuartero

Al despertar metí la mano agarrotada por la artrosis debajo de la almohada y palpé. Ahí estaba, otra pieza más del tren y así desde hace setenta años.
Aquella Navidad, de niño, encontré el primer vagón y no llegué a adivinar quién me lo había regalado ¡ingenioso truco! pensé. Con el paso de los años dejé de preguntar. Railes, puentes, curvas, vagones de pasajeros o cargados con carbón, troncos o con sacos de harina y arroz.
Despacio, me incorporé e intuí en mis dedos una forma distinta. Encendí la lamparilla. La locomotora de vapor, la última pieza.

DIC81. PAPÁ PAPÁ NOEL, de Javier Ariza Alcaide

Yo era sólo un niño. Pero a diferencia de la mayoría, a mí la Navidad no me gustaba. Más bien lo contrario. Odiaba a Papá Noel. Vale, ya sé que traía regalos y todo eso, pero en realidad los que traía nunca coincidían con los que yo había pedido, y no cubrían ni de lejos mis expectativas, que siempre eran más optimistas. Así que, igual que otros niños más conformistas o mejor atendidos que yo le cogían  cariño, yo le cogí una tirria tremenda. Que eso de que un señor mayor se colara por la noche en tu casa, por toda la cara, no lo veía yo claro… Por lo tanto me pareció una idea estupendamente coherente esperarlo despierto aquella noche, escondido tras el sofá, para darle una sorpresa. Cuando tras un rato de espera, el gordinflón apareció con paso sigiloso y se agachó junto al arbolito para dejar sus ridículos regalos, me acerqué con poco disimulo y le dispensé una estupenda patada en el culo.
-Pero niño, ¿qué coño haces? Que soy yo… papá…tu verdadero padre…
Al escuchar aquello se me revolvió el estómago sólo de imaginarlo. Así que me lancé a por él y le pegué una paliza tremebunda. Y es que eso, aún empeoraba las cosas.

DIC80. NI CHICO NI GRANDE, de Miguelángel Flores

Cuando llegó la Nochebuena, la abuela llevaba varias semanas muerta, pero no lo sabía. Nadie se atrevía a decírselo. La familia lloraba a escondidas para evitarle un disgusto. A los niños no se lo expliquéis tampoco, que no se traumaticen, dijo mi cuñada, que había hecho secretariado. La abuela seguía el compás de los villancicos con los nudillos, lo mismo que si estuviera viva, mientras tomaba anís en una copa con forma de campanita al revés.
En medio de un “Ay del chirriquitín, chiquirriquitín”, apareció el abuelo, con su sombrero, en la puerta de la cocina. Ella chilló como se chilla al ver a un muerto. Todos guardaron silencio. Menos los pequeños, que seguían jugando a ser prisioneros bajo la mesa. Cuando se dio cuenta de que nadie más se había asustado, dejó de gritar. Se fue calmando hasta quedar callada y pensativa. Entonces, se levantó, cogió un último pestiño y, agarrándose del brazo del abuelo, echaron a andar lo mismo que cuando iban a la feria. Desaparecieron por la misma puerta de la cocina. Miré bajo el mantel y los más chicos se habían ido durmiendo, aún presos, sin sospechar que la abuela había muerto del todo.

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DIC79. BENDITO INVIERNO, de Mercedes Solsona Guillén

Aquella navidad, de niño de disciplina distraída y arraigo olvidado, sería como todas las demás, estaba seguro. Como siempre, mi padre me recogió tarde del internado, como siempre, el último.
Me pegué horas sentado en la portería junto al padre Jesús, esperando que el Renault ocho de color amarillo, asomara el morro por el camino de hormigón. Mientras, mis pupilas se dilataban como las de un gato al acecho en plena oscuridad.
Llegamos a casa tarde, mi abuelo Antonio, alcohólico y pendenciero, estaba esperándome muy alegre, me sonrió con dulzura y me tendió una mano áspera y llena de arrugas.  Luego, un abrazo descolorido de mi madre y una cena como la de todos los días, verdura y algo de pescado.
Hasta ese momento, nada me hacía sospechar el regalo tan maravilloso que me iban a poner los Reyes Magos.
El cinco de enero por la tarde, sonó el teléfono,  mi madre disgustada nos daba la terrible noticia.
– Dicen en el colegio del chico que se han helado las tuberías y que hay una gran avería…
La naturaleza había sido generosa conmigo: “un gran reventón”
Hasta nuevo aviso, no podían llevarme a la escuela de curas.

DIC78. AQUELLOS NIÑOS DE VIENTO, de María Rojas

En el mes de diciembre, al ritmo de los buenos vientos, los niños de grandes ojos cuajados de asombro elevan globos de frágiles papelillos y largas colas de trapo. Los globos, inflados de ilusiones se encumbran entre sonoras risas. Mas a pesar de los festivos aires, los niños barrigones y de grandes ojos se quedan clavados en la tierra.

DIC77. BELÉN VIVIENTE, de Ignacio Rubio Arese

Durante el banquete de Nochebuena, el pequeño Nelson sugirió a sus familiares crear un Belén Viviente, propuesta acogida con fervoroso júbilo navideño. Pintaron los decorados en grandes paneles de corcho y los distribuyeron por todo el salón. A continuación, el niño los fue colocando uno a uno: Carlota, tú de pastorcilla, tío Ariel de rey Gaspar, Alejandrito de niño Jesús… así hasta completar la escena.
– ¡Y ahora, esperad ahí quietos, voy a buscar la cámara a mi cuarto! – dijo girando con disimulo la llave de un recipiente naranja, que había escondido horas antes tras las cortinas.
Veinte minutos después regresaba al comedor, conteniendo el aire. Abrió las ventanas y las puertas de golpe para crear corriente, y se puso a buscar en la guía el número de algún taxidermista que inmortalizase su obra.

DIC76. VACACIONES ENDIABLADAS, de Ángeles Sánchez Gandarillas

Mefis odiaba las fiestas de Navidad; no comprendía porqué desde el 24 de diciembre hasta el 7 de enero, todo se teñía con un halo de bondad. Incluso, firmaban treguas en algunas guerras, menguaba la delincuencia y los enfados familiares, etc.; aumentaba ese regocijo el disfrute de vacaciones. Mefis tomaba vacaciones obligadas y las maldecía.
Tampoco soportaba el frío pues trabajaba en la zona norte; eso le endemoniaba. Por esa razón tenía cursada una solicitud, previendo obtener buenos resultados en esta temporada, para mudarse al caldeado sur aunque se achicharrase en los desiertos.
Esperaba ansioso que sonaran las “benditas” doce campanadas del 31 de diciembre, serían unas pocas horas de actividad hasta el medio día del 1 de enero. A Mefis no le importaría trabajar a destajo. Saldrían a la calle millones de personas. Muchas de ellas beberían y serían el caldo de cultivo de peleas, infidelidades, robos, gamberradas, asesinatos, etc., gracias a eso, facturaría al infierno gran cantidad de almas pervertidas. Sí, sería un éxito.
Llevaba mucho tiempo preparándose a conciencia para desbancar a Samyaza, al que llamaba despectivamente “ángel caído venido a menos”, para que por fin, él, Mefistófeles, lograra sentarse a la izquierda de Satanás.

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