Para una niña, el primer fin del mundo de su vida
La piel de la niña es blanca y delicada. Un corderito de lana esponjosa. Pero habita en un lugar más negro que la muerte, y los tábanos la acosan hasta que logran acuchillar su carne tierna. La hacen sangrar. Duele. Duele mucho. Siente tanto pavor que solo acepta una compañía: la de su propia sombra. Juntas escarban entre residuos podridos y cucarachas. Hasta que, por fin, encuentran en el vertedero una muñeca. Cuando llega la hora del sueño, rodea con el brazo a su nueva amiga. Se protegerán entre ambas bajo el resplandor nocturno. Pero, al igual que el sol, la luna solo es un hueco en el cielo que no sirve para nada. Y las moscas negras siguen persiguiéndola e invaden la oscuridad de la chabola con la intención de devorarla. Alguien dice: “¡Si ya es una mujer!”. Y la niña no entiende qué sucede en su cuerpo. En su vientre como bola de helado. En esa suave piel que, sin saberlo, ahora cubre la de otro corderito blanco.


Terrible y real esa infancia que muere antes de ser vivida.
Un relato que duele, pero que es necesario.
Un abrazo y suerte.
Vivimos en un mundo con problemas colectivos y personales, pero acomodado, que nada tiene que ver con otros, implacables, tremendos, donde la vida vale poco y el respeto, la dignidad y los derechos casi ni se conciben.
La historia de una niña a la que no le han dejado ni serlo, inocencia blanca en un mundo de oscuras amenazas.
Un abrazo y suerte, María
Uf, qué fuerte, María. Muy duro y muy realista, por desgracia. Y muy bien escrito, también.
Besazos.