26. Pobre diablo (Javier Igarreta)
Una vez abortada la rebelión, no tuvieron compasión. Maldijeron su nombre, le cortaron las alas y perdió el aura. En realidad, nunca fue un adalid de la revuelta, simplemente se dejó seducir por el rimbombante aleteo de una entelequia de altos vuelos. Antes de caer arrojado a las tinieblas exteriores, sintió un repentino crujir de dientes. Apenas un leve síntoma de la dimensión de su desvarío. Sólo merced a una innata gallardía pudo permanecer inasequible al arrepentimiento. Aunque nunca lograría olvidar su querencia hacia las alturas. Proscrito y relegado a un estatus de bajo rango, tuvo que malearse y renacer de sus cenizas. Siempre dispondría de terreno abonado en el barro de sus víctimas.
Sólo algunos resentidos lo subestiman bajo el infundio de que, en sus horas muertas, mata moscas con el rabo. Otros, muertos de envidia, aseguran que es más sabio por viejo que por diablo. Pero a nadie se le oculta que el condenado tiene ángel.
Tu relato, es, como se dice ahora, toda una precuela de los orígenes del Maligno, de Pedro Botero, de Belcebú, al que apenas nombras, pero dejas claro de quién hablas, su fama le precede y tus palabras le describen muy bien. Formó parte de una rebelión fallida, pero supo buscar un camino alternativo, para convertirse en cuento de niños, también leyenda terrible. No hay pruebas de su existencia, pero tampoco de lo contrario.
Buena historia y logradas descripciones sobre el ángel caído y sus circunstancias, de cómo pasó de habitante y servidor destacado del Edén a liderar el inframundo.
Un abrazo y suerte, Javier
Me encanta como juegas con las palabras para dejar entender a través de ellas, perfectamente elegidas, lo que pretendes contar. La cabra siempre tira al monte, aunque la cabra sea demonio.