36. POR EL PERDÓN DE MIS PECADOS (Isabel Cristina)
El cura me mandó rezar tres padrenuestros y dos avemarías antes de oficiar la misa. Mi carita de querubín me ayudaba a pedir perdón fácilmente y también a ser perdonado.
En el pueblo, todos estaban acostumbrados a verme los sábados en la iglesia, rogando mi absolución antes de comulgar. ¡Estaban tan ricos esos trocitos de hostia!; además, el sacerdote decía unas palabras mágicas para convertirlos en muchos pedacitos del Cuerpo de Cristo. Ese día por la tarde, el confesionario se llenaba con la chiquillería, mujeres y algunos hombres del pueblo. Nuestro párroco estaba muy orgulloso de sus feligreses. Según él, éramos buenos creyentes y practicantes.
Pero antes de todo esto, los viernes, después de clase, el maestro me explicaba que no hacía falta que yo confesara nuestro pequeño-pecadillo-sin-importancia. Me aclaraba que era suficiente con que lo hiciera él; así yo podría comulgar tranquilamente.
Mi madre y mi padre siempre me decían que don Luis era un buen maestro y que debía hacerle caso en todo.
Tener un buen maestro es esencial, alguien en quien confiar a los más pequeños. Todo el bien que puede hacer un verdadero profesional puede tornarse en daño imborrable cuando bajo la mejor de las apariencias se enmascara un monstruo, y no lo hay peor que aquel que se aprovecha de la inocencia infantil y de la confianza de unos padres. Con el tiempo puede terminar desenmascarado, pero el mal está hecho y todo tiene consecuencias. Si no recuerdo mal, en el Nuevo Testamento, Jesús dice que más valdría que sujetos así se atasen una rueda de molino y se arrojasen al agua.
Un relato que dice a las claras que hay pecados con difícil perdón.
Un saludo y suerte, Isabel Cristina
Pobre querubín sufriendo los abusos de ese » buen profesor. Pero esas acciones terminan hirienfo el alma cuando al crecer te das cuenta de qye esa no es la relación normal entre profesor y alumno. Esperemos que finalmente sea descubierto y castigado como se merece. Un abrazo, Isabel Cristina
Hola, Isabel.
Uf, hay relatos difíciles de leer y no porque estén mal narrados.
Un saludo.
Isabel, un relato que no deja indiferente a nadie, está genial como has conseguido un golpe final (terrible) que al menos a mí me ha dejado sin palabras. Al principio, me han venido a la memoria el olor a incienso y a cera, el eco de las iglesias, las imágenes…Incluso cuando mencionas lo de la hostia he recordado unas bolsas que vendían las monjas llenas de los retales que sobraban de cortar las redondas, ¡cómo nos gustaban! Pensaba que sería el querubín quien iba a hacer una trastada pero luego le has dado un buen punto de giro, por desgracia real. Soberbio.
Abrazo
Gracias por vuestros comentarios porque sois capaces de ver cosas de las que yo no he sido consciente. Aprendo muchísimo.