34. Posteridad
Al fondo de la cueva, Nut toma un cuenco con pigmento rojo, se llena la boca, apoya las manos de Mok sobre la pared y sopla con fuerza. Lo repite con sus manos y las de la niña.
Días después la palidez de la niña y su tacto gélido alarman a Nut. Prueba, sin éxito, a agitarla. Le introduce el pezón en la boca, pero no reacciona. Por fin comprende, desiste. Grita apretándola contra su seno. Las demás se acercan. Su grito arrastra un dolor profundo del que acabará aprendiendo que no sirve rebelarse.
El invierno es duro y peligroso, y escasea el alimento para el grupo. Mok ha salido a cazar, a la desesperada. Como la niña, no va a volver nunca.
Dentro de poco Nuk se apareará con otro hombre para intentar de nuevo formar una familia. Pero en su cabeza perviven las imágenes de su niña y de Mok. Siente su ausencia como una punzada en el vientre. Cada día visita sus huellas en la pared, sin imaginarse que quedarán, por la eternidad, a salvo del olvido.
Ya lo dijo, Ernesto Sábato: «El arte es un intento de eternizar los momentos de amor o de éxtasis». Las primeras manifestaciones artísticas que nos han llegado se corresponden con pinturas en cuevas. Las personas pasan, sus obras, a veces, permanecen. No imaginaba tu personaje que el gesto de siluetear unas manos en una roca daría tanto de sí.
Un saludo y suerte, Jesús
Qué historia más bonita, Jesús. A menudo me pregunto si quienes dejaron sus huellas y otras pinturas llegaron a ser conscientes del tiempo que iban a perdurar. Es alucinante, un auténtico viaje al pasado.
Me alegro no saber que hay más gente por aquí que se pregunta lo mismo.
Un abrazo y suerte.