(Q. U. 7) EL TESORO DEL REY
Juan I llegó del norte para ocupar el trono que había quedado vacante tras una de las múltiples disputas acaecidas en tierras castellanas. Quienes pudieron contemplar su aspecto mientras viajaba sobre unas gigantescas parihuelas no salían de su asombro.
Enseguida su figura enorme se hizo popular. Su apetito desmesurado, que exhibía poco dado a la frugalidad castellana, y la liberalidad con la que regalaba a sus amigos, le granjearon el apodo de el Craso, y se acuñó el dicho, típico de la gracia meseteña, Ancha es Castilla, pero más ancho es nuestro Señor.
En la corte, alarmados por sus excesos, le sometieron a una cura de adelgazamiento como muestra de hospitalidad. Consistió en suturarle los labios dejando entre ellos un pequeño orificio a través del cual le hicieron sorber, durante varios meses, una especie de pasta de arándanos, conocida por sus propiedades terapéuticas.
Al acabar el tratamiento, reconoció abrumado no ser digno de merecer tales atenciones y quiso abdicar para volver a su retiro norteño. Los súbditos castellanos aceptaron su decisión, y, para demostrarle el afecto que le habían tomado, le regalaron unas semillas de esos frutos, sin los que, así lo creían ellos, ya sería incapaz de vivir.
Qué bien combinada la dedicatoria a nuestro querido «arandaneador» con el escenario castellano.
Un beso, Rafa.
Menos mal que me han soplado que fuiste un anfitrión maravilloso, porque leyendo tu relato, si tratáis así a los reyes, pufff
Muy original, pobre Jams, seguro que tuvo sudores fríos al oirlo.
Jajaja! Ya lo decía yo: es genético. México, el primer país en obesidad. Una mitad nuestra desciende de ese Juan. Lo malo es que aquí, los arándonos sólo nos llegan secos. No quiero imaginar la pasta. ¡Qué relato! Me encantó. Gracias por las imágenes. ¡Hermoso!
Gracias por dejar vuestros comentarios, Susana, Mel y María. Ya me gustaría que fuera original el relato, Mel, pero está basado en la historia real de Sancho I «el Craso», un rey de León que llegó a pesar entre 220 y 240 kilos (hacía cinco comidas diarias de diecisiete platos cada una). Un médico del Califato de Córdoba de Abderramán III consiguió que adelgazase, entre otras cosas, gracias a suturarle los labios. Su historia se cuenta en «El viaje de la reina», de Ángeles Irisarri. Ya ves, me sentía un poco vago para inventarme nada nuevo.
Así que la mitad de la población de Mexico, en todo caso, María, sería descendiente de este Sancho I. Podían importar los arándanos de Juan, a ver si consiguen ponerse a dieta.
Tres abrazos, uno para cada una.
Rafa, fue emocionante oirte contar la historia, gracias por esos ratitos.
Un abrazo.