46. QUEJA RESPONDIDA (Domingo J. Lacaci)
—Hermano, me retrasaré en Mónaco. ¿Pasas por mi casa a dar de comer a los perros?
Por evitarme el mal trago de cada vez, entré en su chaletazo andando hacia atrás. Y aun así, veía de reojo los trofeos de regatas, sus fotos con presidentes, los diplomas de microrrelatos. Enfrente, la foto con la belleza descomunal de mi cuñada. En el jardín vinieron a saludarme los dos galgos purísimos, que encima eran simpáticos. Bajé al garaje a por su comida, pero antes, me puse el antifaz de dormir que siempre llevaba para esas ocasiones. Así solo tuve que intuir la majestuosa presencia de los cuatro coches y las motos. Cogí el pienso a tientas y subí al jardín. Como apenas veía, tropecé, me golpeé en la piscina y me fui al fondo. Estaba allí conmocionado, muriéndome, tan a gusto. Era una forma de acabar, pensé satisfecho entre tinieblas. Pero me devolvió a la consciencia el robot limpiafondos de tres mil euros golpeándome una y otra vez la nariz. Salí, me puse hielo en el chichón, y mientras llenaba los comederos recé una pequeña oración pidiéndole a Dios la Hoja de Reclamaciones. Ahí vino un galgo y me orinó el pantalón.