78. Reconocimiento
La Manola regentaba una modesta venta, en la que atendía a labriegos, civiles, estraperlistas, a los escasos viajantes que cruzaban Sierra Morena camino de Andalucía y donde refugiaba en el pajar a algunos maquis, que le pagaban con parte del producto de sus rapiñas, que luego vendía a buen precio a los civiles que patrullaban los montes.
Harta de trabajar, cuando se iba a la cama la compartía con cualquiera que se lo pidiera, y fruto de ello, tuvo siete hijos, que de su marido, alcohólico dedicado a gandulear de día y desaparecer de noche, los aceptó como suyos.
De esa forma, en la postguerra, Manola Garrides Gómez, entre el negocio de la venta, los productos de su pequeña huerta, el estraperlo y la ayuda de sus amantes vivió sin estrecheces y, pasado el tiempo, gracias a sus engaños y delaciones, cada vez más frecuentes y siempre oportunas, alcanzó cierta notoriedad en la comarca, que alimentó con las generosas dádivas que entregaba al párroco cada domingo.
Años más tarde, en la celebración del Día de la Raza, recibió de manos del Generalísimo las Medallas al Mérito en el Trabajo y al Mérito Civil y el Premio Nacional de Natalidad.
Una mujer que sabe adaptarse a los tiempos, sacar beneficio propio, en cada momento, de las circunstancias particulares que lo envuelven. Para ello se precisa una habilidad de adaptación especial. Ahora, que se le pone nombre a todo, a esta facultad natural le llaman inteligencia emocional, quién se lo iba a decir a Manola.
Un abrazo y suerte, Ezequiel
Cierto Ángel, pero la verdad es que no me habría gustado ser su amigo, especielmente si era uno se esos maquis refugiados bajo su pajar y en venta.
Ahora, a las personas que actúan de esa forma les otorgan honoris causa, puestos en consejos de administración, cargos políticos, dádivas bajo mano y sabe Dios que más. La Manola tuvo, al menos, la excusa de esos siete hijos a los que alimentar y la época en la que le tocó sobrevivir. Suerte y saludos.
Gracias, Jesús, las circustancias cambian pero cada uno se adapta para sobrevivir, unos por su esfuerzo, otros a costa del esfuerzo de otros y el reparto de premios puede ser justo o no, pero a veces deja el regusto de beneficiar más a quien los da que a quien los recibe.
Menuda señora, desde luego no tiene desperdicio. Ninguna circunstacia es excusa para ser ladrona, delatora, infiel y todas esas lindezas que ella atesora. Y encima reconocida, vamos no tiene desperdicio y lo más triste es que refleja posiblemente una época de nuestra historia.
Muy ben contado.
Un abrazo.
Pienso como tú.
Pienso que las circunstancias, los objetivos y los métodos han variado, pero personajes de esa calaña, en distintos ámbitos, han existido siempre y siguen exixtiendo, y ciegos que los premian también.
Así es, pícara, vividora, ingesiosa, pero si al imaginarla ma cayó simpática, tras las muchas vueltas que le di al cunto, ya no me resulta tanto.