37. REMEDIOS CONTRA LA MELANCOLÍA (Eduardo Iáñez)
Un día más, y ya va una semana, los tenía en la puerta a las cinco en punto. Los dos con sus educadas maneras, sus gestos pausados y sus miradas penetrantes. «Tomaremos un té», me ha dicho el mayor, trazando ante mí esos gestos incomprensibles. Pese a mi soledad desde que los obreros concluyeron la demolición, hoy no les he franqueado el paso. Estoy enfadada, lo reconozco: ayer se demoraron más de lo prudente y, tras echarme la puerta abajo, las tropas imperiales irrumpieron en el interior. Cierto que mis invitados rechazaron el ataque empuñando sus espadas láser, pero esta mañana me he topado en el baño con un ewok usando mi bidé. Y hasta ahí podíamos llegar.
Confinada en el reducto de esta amplia caseta a la que aún tengo derecho por contrato, ahora comprendo que no debería haber curado mis ataques de melancolía proyectando esas películas de juventud sobre los escombros de la sala contigua. No porque me vea obligada a atender a invitados como los de esta semana, ojalá todo fuera eso. Es que no soporto la incertidumbre de no saber cuándo, cómo ni dónde le dará por aparecer a la niña de El exorcista.
Te comprendo muy bien.No sé si será el otoño, pero la melancolía y la incertidumbre también me asaltan.Me gusta muchísimo el relato, fácil de leer, fácil de imaginar. Bueno,es que me encanta el cine.Un saludo y felicidades.
Gracias, María José. No sabes cómo me alegra que me digas que es fácil de leer, fácil de imaginar: no siempre lo consigo (a veces, ni siquiera cuando lo intento). Gracias.
Un saludo.
Toma castaña, pues mejor que tarde en aparecer porque no suelen ser muy corteses sus visitas. Eso pasa porque nos dejamos llevar por las emociones y no pensamos primero lo que hacemos, ains. Un abrazo.
Sí, Ana, llevas razón. Las cosas hay que pensárselas, no dejarse llevar por arrebatos, y menos de melancolía. Me temo que de eso se va aprovechar, muy descortésmente, como señalas, la niña de ‘El exorcista’.
Un abrazo también para ti.
Combatir la melancolía es algo frecuente, pero a lo mejor es un error, porque es un estado más. La euforia tampoco es buena y sin embargo se busca. El cine es el mejor compañero (no remedio) para esos estados. Pero la niña del exorcista, por favor, que no aparezca, que entonces pasaré de lo primero a la angustia gástrica…
Bueno, Eduardo, muy bueno.
Un saludo
JM
Gracias por pasarte y por tus palabras, JM. Y sí, llevas razón, quizá no haya que convertir el cine en un remedio, sino en un compañero… Lo que sucede es que, como todo arte, ¡nos parece tan real lo que nos propone! Eso de vivir otras vidas… pero no, ¡la de la niña de ‘El exorcista’, no, por favor!
Saludos.
No seas cobardica, Eduardo. Total por unos vómitos y unos saltos en la cama… Y la pobrecilla querrá también alegrarte para que despejes esos escombros ya.
Qué bonito relato.
Besicos.
Pues sí, Mª Jesús, un cobardica. Lo confieso. A mí, que siempre he disfrutado con las (buenas) pelis de terror, aún sigue costándome volver a ver ‘El exorcista’.
Y yo no sé a ti y a los demás entecianos, pero a mí no es la niña en sí, los descoyuntamientos, los saltos o los vómitos lo que me echa para atrás. Lo que todavía hoy me encoge el corazón son la voz y las palabras. Frases como «¿Has visto lo que hace la guarra de tu hija?», «La cerda es mía» (que ha salido por estas páginas) y, sobre todo, «Está con Nos» (cuando se refiere a la madre del cura, ya muerta)… ufff, me ponen una cosa en el estómago… Vamos, que ya lo he dicho: que cuando he vuelto a verla, he tenido que rondar el mueble de los DVD durante días hasta decidirme. En serio.
Ya ves, lo has clavado: un cobardica.
Besos.
Eduardo, la duda corroe. Tu relato ofrece visualizaciones claras de lo que está viviendo. Suerte y saludos
Vaya, Calamanda, me alegra muchísimo que me digas que las situaciones del relato se visualizan claramente. Fue a ese aspecto precisamente al que tuve que darle un par de vueltas hasta que el relato quedó como lo has leído.
Como siempre, te agradezco tu visita y tus comentarios.
Un saludo.
Eduardo, que recuerdos de la caseta de proyección de un pueblo de mi Extremadura. Hasta la película de la Violetera era oscarizable.
Precioso relato.
Un abrazo
Ay, sí que sí, Alejandro. Tiempos de sabor de cine de verdad, como los que retrata ‘Cinema Paradiso’ o ‘La rosa púrpura de El Cairo’. Todo era mágico, como propongo en este relato mensual, y como tú muy bien has visto. Y la caseta de proyección, un sancta sanctorum hacia donde yo creo que todos los niños mirábamos con envidia.
Por eso en mi relato, creo, los personajes que lo pueblan son un poco lo de menos; lo importante es cómo redime, cómo salva, cómo transforma el cine: ¡hasta ‘La violetera’! Claro que sí. (¡Lástima que no podamos rebobinar, como alguno ha osado hacer en su relato del mes!)
Un fuerte abrazo.
Me has hecho acordarme de los proyectores cinexin donde podía ver moverse al Pato Donald, menos mal que nunca me salió de niño la del exorcista que me da algo jeje. Original relato, Eduardo.
Curiosa asociación, amigo Loren, pero llevas (como siempre) toda la razón: proyectar con el cinexín era como hacerlo sobre escombros. Y que lográsemos distinguir ahí algo, todo un milagro. (Por cierto, quien tenía un cinexín era primo hermano de Dios: yo no conseguí que sus Majestades de Oriente se retratasen.)
Gracias por tus comentarios. Un abrazo.
Me ha encantado tu historia, es realmente digna de la mejor peli de miedo. Además, para mi el final es de redoble, no soporto esa imagen. Ay!
No me extraña, Isabel. También a mí me pondría de los nervios saber que la niña de El exorcista’ va a aparecer… Aunque, como han dicho por aquí, lo peor es la incertidumbre, la duda de si lo hará o no, cuándo y dónde. De susto.
Gracias por pasarte. Saludos.
Uff, qué inquietud, menuda invitada. Muy divertido y original este micro de película. Un abrazo, Eduardo
Gracias, Concha. Ciertamente he querido revestir de forma divertida este homenaje al cine, refugio de tantos melancólicos.
Muchas gracias por pasarte y por dejar aquí estas palabras.
Precioso título, y muy cierto: el cine es un gran remedio para la melancolía y otros muchos males, así que tu protagonista está bien acompañada. Que no se preocupe por el ewok en el bidé, lo malo es que hubiese sido un gremlin, ahora que lo de la niña de El Exorcista ya da más yuyu, menos mal que tiene a los caballeros Jedi para protegerla. Besos y suerte.
Ana, muchas gracias por tus deseos de suerte para este micro cuya protagonista, como señalas, está bien acompañada. Y aunque ciertamente da yuyu, seguro que ese desazonante sentimiento de terror que le va ganando el corazón le hace sentirse viva. Seguro.
Gracias por tu visita. (Soberbio, envidiable tu micro de este mes.)
Besos.
Nada mejor para combatir la melancolía que la literatura o el cine. Dejar volar la imaginación contribuye a dar tiempo al cuerpo para que fabrique toxinas antitristeza. ¿La niña del exorcista? Hay mucha leyenda, pero seguro que una tarde con ella sería la mar de entretenida.
Suerte para este relato con tintes tragicómicos.
Un saludo
Totalmente de acuerdo,Ángel: literatura o cine. O música. O literatura y cine y música. Y amigos y una buena conversación, tras una buena comida, por ejemplo. Y, si tiene una conversación interesante y, como Karen Blixen (alias Isak Dinesen) en ‘Lejos de África’, sabe contar historias…, ¿por qué no también la niña de ‘El exorcista’? ¡Pues claro que sí! ¡Si es que por tus labios no salen nada más que verdades, Ángel!
Saludos.
Eduardo, me encanta el cine, y no veo mejor remedio para la tristeza que impregnarse de sentimientos y emociones que las películas proyectan como un espejo hacia nosotros. Te confieso que soy incapaz de ver una película de miedo sin cerrar los ojos, entre ellas, por supuesto, El exorcista. Me ha gustado mucho tu relato, que, por cierto, también es un remedio para la melancolía. Abrazos.
Salva, yo creo que, en efecto, cualquier persona con emociones y sentimientos, y con ganas de descubrirlos en los demás y de mostrar los suyos propios, no puede sino amar el cine. Y la música, y la literatura, y todas las artes.
¿El miedo? No deja de ser una emoción más –no en balde en literatura aparece con los primeros románticos. Y aunque cuando éramos más jóvenes quizá nos recreásemos algo más en él, no por eso ahora dejamos de reverenciarlo. Porque nos sentimos en el miedo, ante el miedo, como ante tantos otros sentimientos.
Muchas gracias por pasarte e invitarnos a estas reflexiones.
Saludos.
Genial relato, con un final que provoca una sonrisa y un escalofrió. Me gustó.
un abrazo Eduardo
Muchas gracias, Mª Belén. No sé si será «genial», como dices; me conformo con que te haya despertado esas dos emociones contrapuestas, esa sonrisa y ese escalofrío.
Un abrazo.
Pues que bien que has aunado la nostalgia con esa época del cine y que bien que nos has explicado esa causa-efecto que hace del relato un pequeña joya que sorprende e invita a releer. Un abrazo y suerte 🙂
Cómo me alegra lo que dices sobre el haber aunado la nostalgia con nuestra experiencia del cine, trasladándola a la historia que traza este relato.
Gracias, como siempre, Juan Antonio, por tu visita y por tus palabras.
Un saludo.
Eduardo, me ha encantado tu relato; es meláncolico, supuran realismo mágico, y tiene un puntito de miedo que hace estar alerta. Gracias por regalárnoslo.
Bueno, me he emocionado tanto al comentarte que los acentos se me han colado por donde han querido, como tus personajes.
Muchas gracias, Evelyn. Me alegra que te haya gustado y que confieses ese puntito (creo yo que cómico) de miedo. Sí que es cierto que la melancolía está ahí muy presente, como homenaje a lo que fue el cine, al acto de ir a la sala, con su liturgia de amistad, de descubrimiento, de expectativa raras veces frustrada… Hoy me parece que ir al cine es otra cosa. Y la nostalgia me llevó a este relato.
Saludos.
Si en ocasiones el fin de la película entristece, da rabia que se acaba, que no continúe, debe ser terrible que para tu protagonista que ha vivido dentro del cine que ahora todo sea escombros, un auténtico final. No me extraña que se le presenten los personajes en su casa y que tema la llegada de la niña, después de haber pasado por su vida Terminator.
Sí, Javier: terrible. Todo final lo es, qué duda cabe, pero más el de ese refugio que han sido, que siempre son ‘nuestras’ películas. De ahí este melancólico homenaje a lo que fue el cine y (me parece) ya no es.
Gracias por pasarte, amigo.
Un abrazo.