92. Rito nocturno
Una vez en el dormitorio, se miró en el espejo. El disfraz había aguantado bien. Decidió que la peluquería podría esperar hasta el fin de semana. Se quitó las lentillas. Luego, se despojó de la camisa y la arrojó sin contemplaciones a la silla. La falda siguió el mismo camino. Se sentó en la cama, se descalzó y se quitó los pantis. Los dobló y los dejó sobre la silla. Se puso los pantalones del pijama. Se deshizo del sostén y terminó de ponerse el pijama.
Entró en el baño. Por la mañana, contra su costumbre, se había echado un poco de brillo en los párpados, que sólo Marta, la de cajas, había notado. Fue el primer sitio por el que se pasó la esponja. Siguió durante un rato, sin parar de mirarse en el espejo. Por fin acabó. Enfrente estaba una persona totalmente distinta. Ella misma. Sin la máscara diaria.
Después de aplicarse la crema nutritiva, regresó al dormitorio. ¡Estaba tan cansada! Y sólo era martes. Después de comprobar el despertador, encendió la tele. Había leído que iba a comenzar una serie nueva. Muy entretenida. Programó el televisor para que se apagara en treinta minutos. Estaría dormida mucho antes.
Los ritos le dan a la existencia un ritmo y un cierto sentido. Interesante.
Un saludo.
JM
Perfecta narración de un duro día más de un vida dura, quizás durísima. Mucha suerte.
Un relato aparentemente sencillo, pero que dice más de lo que dice.
Plácido, coincido con Carmen en su comentario. Bien contado. Suerte y saludos
Placido suerte con tu relato de la cotidianidad y su valor, y su tristeza, y su soledad y todo lo que trae consigo el día a día.
Abrazos y suerte
Plácido, la careta de lo cotidiano es tal vez la más tirana. Me ha gustado. Abrazos.