69. SELVA
Entra y enseguida empuña el machete para apartar obstáculos. Recorre el meandro de cachivaches, esquiva con destreza los montones de papeles apilados y los utensilios más dispares. Se distrae con el vuelo atolondrado de los canarios que zigzaguean en la estancia. Desde la cornisa de un armario rebosante de ropajes, mantas, zapatos y maletas bajan los pájaros a posarse sobre sus hombros. Cantan sin temor, acostumbrados al desconcierto. En el recorrido se tropieza con el gato carey que le ronronea con cariño siguiéndola a trompicones en la jungla de bártulos.
A medida que se adentra en el corazón de su morada el camino se oscurece. Periódicos de hace décadas ciegan por completo los cristales de las ventanas. Echa mano de la linterna para poder continuar. Del techo cuelgan un traje de buzo, quince paraguas. En el suelo reposa la mitad destartalada de un piano de cola que alberga a una iguana. Llega al centro de la casa. En una mecedora la espera su marido, Diógenes. Ella deja en su regazo una cesta de mimbre con frutas y vino. Los saborearán en silencio, rodeados de miles de enseres de los que nunca se van a desprender.
Un proceso que lleva a un final inesperado: nuestro amigo Diogenes. No es un mito, es tan real que en mi trabajo con demasiada frecuencia me encuentro casos así, difíciles de abordar.
Me ha gustado.
De vez en cuando es necesario hacer limpieza, poner un poco de orden, pero nos gustan los objetos que han formado parte de nuestra vida, incluso el punto de acumularlos hasta resultar incómodos, en un maremágnum caótico, pero para Diógenes y su mujer se trata de su hogar, nada aséptico, pero muy personal y único
Un abrazo y suerte, Mei.
Qué chulo, Mei, una casa atestada de bártulos como si fuera una jungla. En general consumimos y acumulamos por encima de nuestras posibilidades, pero muchas veces los recuerdos habitan en los objetos de los que nos cuesta desprendernos.
Un abrazo y suerte.
Rosa, Ángel, Rosalía, gracias por vuestros comentarios.