Sencilla alegría
«Empezaba a experimentar algo que nunca antes había sentido: una sencilla alegría, sana y profunda, comparable al placer de beber el agua fría del pozo cuando tenía sed, o al de dormir al sol sobre la tierra perfumada y cálida de julio, o al de correr sin motivo alguno sobre la hierba hasta perder el aliento, mientras el viento azotaba su cabello en desorden.
Ismael no había sido nunca un verdadero niño. Allá en el gueto, siempre había sentido en el fondo de su corazón una especie de angustia indefinida, un vago deseo, un orgullo demasiado poderoso, una facultad casi torturante de impregnarse de belleza y de tristeza. Pero este vigor, esta sencillez de espíritu, esta ausencia de pensamientos y necesidades, esta despreocupación, le llenaban ahora como de una sangre nueva. En su cabeza, debilitada por la enfermedad, había dos o tres ideas claras:»Hace buen tiempo… va a llover… tengo sed, a comer fruta… es el cuco… qué bien, unas moras…», y en el alma una felicidad inmensa y luminosa, la felicidad de los animales saciados y de las plantas al calor del verano.»
La felicidad está hecha de pequeñas cosas. Bien lo saben Luz Casal con su «sencilla alegría» y Irène Nemirovsky, la autora de la novela «Un niño prodigio«; dos mujeres que pasaron por momentos difíciles.
Irène nació en Kiev en 1903. Por motivos políticos, junto a su familia, tuvo que abandonar el país y refugiarse en París. Tenía solamente veinticuatro años cuando publicó «Un niño prodigio». Después de publicar un par de libros que tuvieron éxito, llegaría de nuevo el éxodo huyendo de la ocupación alemana. Se refugió un tiempo en un pueblo donde escribiría su famosa «Suite francesa», una novela inacabada que en 2004 su hija menor publicaría. Finalmente fue detenida por sus orígenes judíos, deportada a Auschwitz donde murió en 1942.