07. SIGILO NOCTURNO
Sentada en la cama, absorta en una trepidante novela de intriga policíaca, tarda en percibir la solapada actividad que se desarrolla a su alrededor. Más allá de los confines del círculo de luz que la envuelve, algo se arrastra lentamente sobre la colcha, algo pequeño y sigiloso. Agarra la lamparita de noche y enfoca directamente a sus pies.
¡Caracoles! La expresión de sorpresa es, en este caso, literal: una caravana de moluscos asciende, sin prisa aunque sin pausa, por su cuerpo cubierto por la ropa de cama. En primera instancia le resulta curioso; luego una bombilla de alarma empieza a parpadear en su cerebro. Cuando los caracoles trepan por sus brazos, por su pijama, por sus cabellos, intuye que es hora de pedir ayuda. Pero, al abrir la boca, los animalejos la invaden, asfixiándola…
Se incorpora en la cama gritando, bañada en sudor frío, la respiración agitada. Mira alrededor: está sola. Suspira aliviada y sale al balcón para que la brisa nocturna disuelva los últimos jirones de la atroz pesadilla. Y, mientras se deja acunar por la amable luna llena, cientos de estelas plateadas avanzan sobre el césped del jardín, inexorables, hacia su balcón…
Lo único positivo de una pesadilla, con su dosis de angustia, es el despertar y su sensación de alivio, que lo que habíamos vivido con tanta intensidad y nitidez no puede materializarse. Lo negativo de algunos malos sueños es que se conviertan en realidad, que hayan sido uno premonición, un aviso maldito de lo que ha de suceder sin remedio.
Un relato perturbador, que transmite bien la ansiedad de la protagonista, el callejón sin salida en el que se encuentra.
Un saludo y suerte, Ana María
Muchas gracias, Ángel.
Hay muchos relatos que terminan descubriendo que toda la trama no ha sido más que un sueño, o pesadilla en este caso. Por salirme de lo habitual, he preferido dejar abierta la puerta de que, en efecto, haya sido algo más…
Besos.
Ana, un relato francamente pertubador, en especial la imagen de los caracoles entrando en la boca y ese final que nos aboca a imaginar lo peor.
Enhorabuena y suerte.
Muchas gracias, Rosalía.
Hay quien come caracoles guisados y afirma que son un manjar de dioses, pero supongo que tenerlos en la boca vivitos y coleando (aunque sea despacito) debe ser harina de otro costal. Espero no tener que comprobarlo nunca.
En cuanto al final… los más imaginativos serán los que peor lo pasen 😉
Un beso.
Hola,
Siendo pequeña pasé el sarampión y con la fiebre tan alta, mis pesadillas, aún las tengo muy presentes en mi cabeza, eran muy parecidas a la de tu personaje pero con cucarachas. Entiendo perfectamente la angustia de tu personaje. Me gusta muchísimo tu final; el mío era a base de antipiréticos.
Jajaja, pues mira, ese final ni se me pasó por la cabeza. Espero que no hayas vuelto a soñar con las cucas, vaya bicho desagradable; los caracoles al menos, en circunstancias normales son monos, ellas ni eso.
Gracias por leer y comentar, Isabel.
Ana María, los caracoles y sus diminutos dientecillos, rádula creo que se llama su dentadura, espeluznante la angustia que ha sentido tu protagonista y nosotros con ella por supuesto, muy bien escenificado y miedo me da lo que avanza por el césped…
Abrazos
Gracias por tu comentario Aurora, y por la información: no tenía ni idea de que los caracoles tienen dientes, se los ve tan blanditos… No me atrevo a pensar en lo que me habría salido si lo llego a saber antes de escribir el relato, jajaja.