50. Soy una buena persona
La reunión de vecinos se caldeó tras informarles sobre la desidia del ayuntamiento.
Los exabruptos se superponían y algunas soluciones no podían constar en el acta.
Cierto es que no vinimos a este buen barrio para tener que aguantar día tras día esta desagradable imagen ante nuestro portal.
A la mañana siguiente se habían sustraído las tablas del respaldo. Luego, las del asiento; así quedó la armazón desnuda, convertida en una escultura involuntaria donde él se quedaba incluido con sus mugrientas bolsas y sus ropas harapientas y malolientes. Su rostro, oculto tras la maraña de pelos y barba, amedrentaba a nuestros niños.
Como presidente, llegué a ofrecerle una buena suma. La rechazó con el desprecio de su muda mirada.
Así, el rumor se hizo cierto: aquel era su lugar para verla salir y entrar, aunque ella ya no lo reconociera.
Un amanecer, sin más, el hueco se hizo ausencia.
Los saludos de los vecinos se tiñeron de reverencia, complicidad y agradecimiento.
La noticia de que un hombre pobre, un pobre hombre, había ardido en un cajero, venía acompañada de la detención de dos muchachos. Esto último resultó un gran alivio: evitaba preguntas o silencios incómodos.
La retirada de los restos del banco nubló la memoria y consumó el olvido. D.E.P.