48. Superstición
Superstición
Tras meses de preparación, física y mental, me embarco en el velero de mi amigo,
– experto en el arte de la navegación-.
El día es espléndido, y contemplar el borde de la costa desde la mar en calma, relaja mi extraviada mente.
Pedro es tranquilo, resolutivo y alegre.
En cambio yo, me siento frecuentemente agredido por absurdas obsesiones paranoicas.
Una manada de delfines acompaña la navegación e impregna su relajante magia a los minutos marineros que disfrutamos alejados de la cotidiana vulgaridad.
De repente, un giro brusco del velero inclina la cubierta hasta rozar mi piel la superficie del agua, y temeroso, aprieto con fuerza los blancos guijarros recogidos en la playa, que porto en el bolsillo del pantalón.
El contacto me da seguridad porque creo que cada piedra, purificada por la sal del mar y cargada, con el paso de los años, de positivas vibraciones, desprenden armónicas energías de protección.
Abro la pequeña bolsa de esparto para tranquilizar mis nervios. Entre la blancura inmaculada de las piedras descansa, por error, un diminuto canto marrón.
-¡Horror!
Presiento, tembloroso, que algo turbio sucederá.
En el horizonte bailan unos negros nubarrones y las olas comienzan a despertar de su letargo.
Para los que no somos supersticiosos, es difícil entender que haya personas que se guíen por ella. Aunque sí creo en que sí puede ser efectiva para los que la veneran: la seguridad o inseguridad que puede producir un fetiche o su ausencia influye, sin duda, en la persona “creyente”. ¿Habrá tormenta? Seguro. ¿Zozobrarán? Si en vez de atender a navegar, se centra en la piedra marrón, seguro. 😀
Hola Edita:
Hay personas muy supersticiosa, tienes razón.
Agradezco tu comentario.
Un abrazo
.
Me encantaron tus descripciones, muy buen relato.
Hola Ana-Liliana:
Gracias por tu comentario.
Un abrazo