29. Un dilema moral
El sacerdote entreabrió las cortinas del confesionario. Allí seguía el parroquiano desconocido que había dejado pasar delante a todas las personas que acudían a recibir el sacramento de la penitencia.
-¿Necesitas algo hijo?
El hombre dudó un instante y luego se aproximó, decidido a afrontar su problema.
-Gracias padre. Le robo unos minutos. Verá. ¡Ayudar al prójimo me hace tan feliz! Usted ya conoce la parábola de los talentos y yo tengo un don que compartir, aunque nadie sepa a qué dedico tantas horas en el taller. Soy un genio de las artes gráficas y mis billetes rozan la perfección. Desde hace tiempo entrego cantidades modestas a quien lo necesita, pequeños empujones para que buenas personas salgan de situaciones incómodas… En cuanto supe de los apuros del vecino que siempre me ha hecho la vida imposible, también quise ayudar; aunque reconozco que no me esmeré como otras veces. Debí sospechar que una remesa defectuosa no engañaría a la gente tan peligrosa con que se relaciona.
¡Ayúdeme padre! No sé cómo arreglarlo, ahora que ya no está entre nosotros.
Ja ja ja. Muy ocurrente. A ver si tiene más suerte con el cura que conmigo porque yo no acabo de creérmelo…
Tu protagonista ya actuó mal al utilizar dinero falso, aunque fuese para ayudar a personas necesitadas. Quien se instala en lo incorrecto siempre puede subir un grado más, hasta buscar el peor de los males al peor enemigo. El problema del remordimiento es que aparezca cuando ya no tiene remedio. Sería interesante saber qué le responde el sacerdote, porque fácil no lo tiene.
Muy original y con un fino humor negro, Jero.
Un abrazo y suerte
Parece que el inconsciente le traicionó al fabricar la remesa del vecino… Ahora ya poco puede hacer por él. Al cura seguro que se le ocurre que le pague unas misas al difunto, o que haga un generoso donativo a la parroquia. Pero con billetes de los buenos, eh.
Un abrazo y suerte.
Uy, qué peligroso es el dinero, ya sea de verdad o de mentira…
Qué alegría leerte. Mucha suerte, Jero ♣