61. UN SIMPLE RECUERDO (VALDESUEI)
A mi recuerdo viene muchas veces el balido breve y agudo, de aquel corderito que encontramos recién parido en la majada. Mi abuelo lo trasladó en volandas mientras su madre nos seguía, balando con sumisa protesta, rumbo al establo en el que viviría hasta el destete.
Su lana era blanca y suave: rizados vellones que se separaban mansamente al peinarlos con mis dedos de niño. El rabito era largo y nervioso; las pezuñas, del color de la tierra mojada, y las patas, finas y saltarinas.
Los ojos eran redondos, marrones como la miel. Su mirada contenía la curiosidad y la inocencia de los que no han conocido la maldad.
De vez en cuando, daba algún espasmódico pataleo e intentaba liberase de las manos de mi abuela, que lo sujetaba con firmeza. Ella, al percatarse de mis lágrimas, me miraba y susurraba: “bueno hijo. Este os lo lleváis a Madrid”.
La tibia sangre se le escapaba a borbotones por el cuello, llenando una cazuela de barro depositada a los pies de la higuera del corral, donde las avispas también buscaban su parte del festín.
Una vida que había comenzado en junio y terminaba con agosto, como aquellos veranos: felices, fugaces…
La sensibilidad de un niño y la finalidad práctica que todo lo arrasa, en torno a un animal descrito con cariño y belleza, que parece llevar implícito lo que toda buena experiencia conlleva: la brevedad.
Un abrazo y suerte, Víctor
La vida es compleja. No siempre hay buenos y malos. La abuela amaba a su nieto y sacrificaba al animal para que se lo llevaran a la capital al finalizar las vacaciones. El niño quiere a su abuela y quiera al corderito…son experiencias vitales que te van abriendo las puertas al mundo adulto.
Muchas gracias por tus palabras.
Víctor, siempre digo que si tuviera que matar animales para comer carne me haría vegetariana.
De momento, ojos que no ven… Con esto quiero decir que empatizo un montón con tu protagonista.
Un abrazo y suerte.
Eso es…ojos que no ven…l
Muchas veces es el mejor atajo para que la vida sea más soportable.
Muchas gracias.
Buena propuesta. Puro contraste entre la ternura del crío con el corderito y la agresividad de la matanza. A mi me recuerda otras similares de mi infancia, cuando la carne no se compraba en bandejitas plastificadas del súper. Mejor no ver ni saber.
Entiendo que has pasado veranos en el pueblo. Veranos felices a pesar de esas experiencias que no tenían los que veraneaban en la playa o en la ciudad.
Pero en la distancia, te digo que son veranos felices. Muy felices.
Gracias por tus palabras.
«Su mirada contenía la curiosidad y la inocencia de los que no han conocido la maldad.» Que hermosa oración y que bien trasmite.
Hay una oración muy usada que es: mirada de corderito degollado. He pretendido darle una vuelta.
Muchas gracias por tu apreciación.
Mi infancia estuvo plagada de ese tipo de sacrificios para alimentarnos. Aunque nunca me acostumbré al del cerdo, sus chillidos me perseguían a todas partes.
N la vida rural no es tan idílica como se suele presentar.
Un relato realista y bien tratado.
La vida rural la idealizan los que no viven allí.
Estoy de acuerdo. Tiene grandes ventajas y también sus miserias.
Gracias y feliz verano!!!
Me gusta mucho cómo describes con todo detalle la belleza del cordero a los ojos de ese protagonista que sabe a dónde va a ir a parar. Y la realidad dura de la vida es esa, que comemos carne y que la carne es eso y no la blancura de la lana blanca rizada. Un abrazo fuerte y mucha suerte, Víctor.
Muchas gracias. He buscado el máximo contraste posible.
Un micro potente, en el que los recuerdos de la infancia tan lindos y las imágenes tan claras de ese pequeño cordero, se mezclan al final con los sangrientos del final del pobre animal. Muy visual y contundente. Me ha gustado mucho, Víctor. Un abrazo y mucha suerte.
Muchas gracias. Una satisfacción leer esa opinión de un maestro del género.