88. Una de terror
El día que la guerra llegó al pueblo, Marta convenció a sus hijos de que los ruidos de las explosiones eran provocados por los especialistas de una película del oeste que filmaban por los alrededores. También les comentó que su padre había sido contratado como extra y que volvería pronto. En el momento en el que empezaba de nuevo un bombardeo, les pedía que se escondieran en la despensa para escuchar mejor, y ellos imaginaban al séptimo de caballería persiguiendo a los indios. Así fue hasta que una noche llamaron a la puerta, le dieron un fusil a Enrique, el mayor, y desapareció. A la semana siguiente le tocó a Manuel y a la otra a Miguel. Cuando la guerra terminó y regresaron, Marta apenas reconoció sus rostros tras aquellas expresiones de horror. Les mintió otra vez al decirles que a su padre lo habían contratado para nuevas películas y estaría ausente mucho tiempo. Por no avergonzarla, no quisieron contarle que ellos mismos lo habían enterrado en lo alto de un cerro después de la última batalla. Se quitaron sus uniformes y los quemaron. No hablaron nunca más. Se escondieron en la despensa y allí viven desde entonces. Mudos. Temblando.
Tres personajes aterrorizados por lo que tuvieron que vivir, como también avergonzados por lo que sin duda se vieron obligados a hacer. Las guerras convierten a cualquiera en un ser despiadado, sin importar que se trate de un niño. De ahí que, para ocultar el sonrojo y que la madre mantenga su vaga esperanza, basada en mentiras que ya solo cree ella, se oculten en la despensa.
Un relato terrorífico de verdad, ya lo advierte el título, tan bien contado que dan ganas de leerlo una y otra vez.
Un abrazo, Pablo
Da gusto leerte, Ángel, tanto en tu faceta de escritor como en la de comentarista. Siempre enriqueces la trama del relato y no sabes cuánto se agradece el tener tu comentario bajo el texto.
Creo que no hay mayor terror que una guerra, en la que cualquiera puede verse atrapado. Recuerdo que mi abuela me contaba historias de la guerra y lo que más miedo le daba es que se pudiera repetir. Lo de meter a mis protagonistas en la despensa viene de sus historias, pues metía a mis tíos en ella cuando escuchaba tiros. Mi madre aún no había nacido y mis tíos eran más pequeños que mis protagonistas, así que tuvieron suerte y no pisaron el frente, pero ella me contaba los horrores que veía y cómo algunos amigos de toda la vida eran fusilados porque sí, sin motivo aparente. Un verdadero horror.
Muchísimas gracias por tus palabras, Ángel.
Un abrazo fuerte.