32. Una extraña noche
Una noche, recorriendo las callejuelas de la ciudad, encontré a un gato negro en una esquina. Me pareció tan tierno y gracioso que fui tras él. De vez en cuando sus ojos me miraban como asegurándose de que le seguía, hasta llegar a un antro, un tugurio desvalijado, desde cuya entrada se divisaba al fondo una sinuosa escalera.
Su diseño dibujaba una espiral, que vista desde arriba, insinuaba un perfecto caracol. El gatito escaló rápidamente los escalones y al llegar arriba me miró nuevamente, invitándome a subir. Le seguí. La madera crujía bajo mis pies y el pasamano parecía poco firme, aun así, continué escalando uno a uno cada peldaño, girando hasta tres veces, antes de llegar al final.
Luego, crucé el umbral de la puerta, y para mí sorpresa, comprobé que la escalera continuaba ascendiendo hacia una oscuridad cada vez más ciega conforme se adentraba en un estrellado firmamento…
A continuación me perdí en aquella negrura hasta tropear con los ojos amarillentos de una pantera… La silueta del gatito fue lo último que vi y su rugido lo último que escuché…
Cuando desperté, Zeus, mi gato negro persa de cinco kilos, yacía sobre mí, mirándome fijamente a los ojos…
Una noche realmente extraña, M.Paz. ¿Premonitoria, quizás? En cualquier caso, yo que tú hablaría seriamente con Zeus, a ver si te puede aclarar algo, para quedarte un poco más tranquila, jajaja.
Un besazo.
Los gatos tienen un toque misterioso, la noche y una escalera cuyo final no se conoce, también. Todo ello unido conforma una combinación enigmática. Si el gato, además, tiene nombre de gran dios mitológico, no es extraño que tu protago ista dude entre lo que es sueño y realidad.
Un abrazo y suerte, M.Paz.
Los sueños muchas veces nos inquietan y queremos encontrarles sentido. Como no somos Freud creo que es mejor que los usemos para por ejemplo escribir un lindo relato, tan lindo como un minino.