64. Una vida de fotos, Rosy Val
Ha desaparecido todo. Ya no están los trípodes, los focos, las Canon ni la Mamiya, la última que compraron a plazos. Qué ilusos pensar que Mario heredaría el gusto por las puestas de sol, las olas embravecidas, los tapices de flores en primavera, y con esa duda se fue; si su hijo seguiría con un negocio que tanto esfuerzo les costó levantar.
Las mira, lo hace siempre que le añora.
«Qué ricitos… aquí tenías tres años… en esta, aprendiendo a nadar… y aquí, en tu primer día de cole, qué guapo con tu uniforme…». Para en seco. Mario irrumpe en la salita. Encogida, cierra el álbum y se oculta tras su caja de costura. Sin tan siquiera mirarla abre el cajón. Después huye, dando un portazo, con la mirada roja, deshabitada, y la pensión de viudedad en su bolsillo.
Últimamente la cola es más larga. Mientras espera habla con su Ernesto. Le dice que se encuentran bien… y que el chico… en el estudio, entre flashes y zums. Ahora, el aroma, le llega más nítido, pega su boca a la foto y la guarda en el bolso, es la señal; el comedor social abre sus puertas.
Hola, Rosy, mi gran Roxy Val.
Las fotos, ah, las fotos. Esos pedazos de vida inmutable, atrapada para siempre. Cuán reveladores son de las verdades desnudas y de los atavíos y perifollos de las mentiras, de sus recovecos. A esta viuda que es tu personaje le está vedado, como quisiera, apreciar en su hijo Mario la continuidad del negocio familiar, el que atendía su marido, que hubiera celebrado tal extremo desde allí arriba o desde donde se encontrase. las fauces de la desgracia son amplias y bien dentadas de maldades que muerden: la pensión será misérrima y el comedor social la espera, como a tantos, como a demasiados. Y Marito tan indiferente. Pero así es la vida: dura, muy dura, demasiado dura. De ello te haces eco con un tratamiento literario de la cuestión más que notable. Pobres viudas en ese su quehacer sordo y variadísimo. Qué feo resulta su no reconocimiento, oficial y oficioso. Mi mas muy enhorabuena con un beso que la acompañe haciéndole honor.
En muchos casos, las aficiones de los padres, ni se heredan ni las comparten los hijos, aunque hacer un mal uso de ellas, ya es otro cantar. Gracias por dedicarme tu tiempo, Eduardo, por este super generoso comentario.
Un fuerte abrazo.
Rosy, retratas muy bien esa dura realidad que tantas veces toca vivir. Suerte y saludos
Calamanda, gracias por leerme, por tus palabras.
Un abrazo.
Los hijos y los recuerdos, a veces tan lejanos los unos de los otros. La artista es la madre, que aun rota, sigue y seguirá sobreviviendo y recordando.
Pobrecita, cuántas personas tendrán esa realidad???
Suerte, para tí y para ella.
Luisa, tienes razón, la verdadera artista de mi historia es la madre. Me ha encantado verte por aquí.
Un beso.
Una vida de fotos relatada/retratada en un relato/retrato que se lee/ve con el corazón. Y eso -al menos para mí- es magnífico.
Un abrazo y suerte.
Hola, Nuria, me gusta que así lo hayas leído y visto, con el corazón, pues te aseguro que de ahí ha salido esta historia, un pequeño homenaje a esos padres que “viven/malviven», a merced de los antojos, vicios o por el mal camino, que en un momento dado, eligen sus hijos.
Gracias y un abrazo.
Toda una vida pareces contarnos en una escena, desgraciadamente, mucho más habitual de los que sería deseable, y en unos cuantos recuerdos q
que retratan perfectamente a sus protagonistas. Me gusta y, a la vez, entristece la lectura de tu relato. Enhorabuena. Suerte, Rosy. Un saludo.
Hola, Jesús, siempre es un placer leer tus comentarios, aunque siento que te haya entristecido mi historia. Gracias por esas hermosas palabras.
Un abrazo.
Triste historia que nos causa desasosiego y, a la vez, una gran ternura hacia la protagonista. Los genes de artista no fecundaron ene ese hijo que derrocha la vida y esquiva el amor sincero. Me ha gustado mucho, Rosy. Abrazos y suerte.
Hola, Salvador, esa será su pena, si no acaba con su vida, antes que con la de su madre…
Un abrazo, porque me encanta verte siempre por mis letras.
¡Gracias!
A mí me encanta esto Rosy: «pega su boca a la foto y la guarda en el bolso»… lo he hecho tantas veces…
Mucha suerte Rosy, me ha gustado mucho tu relato.
🙂
A mí sí que me ha encantado conocerte… tanto como leer tu libro ahora, qué pasada.
Gracias por pararte a leer este sencillo homenaje a una madre que sola, no pueden levantar la losa de su mala suerte…
Un abrazo Grande.
Buen relato, Rosy.
Los sucesos son duros, al igual que muchos retratos.
Un buen otoño.
Es su consuelo, al menos sigue viviendo a través de sus fotos, lo que la vida le niega.
Agradecida por tu visita.
Aunque tardío, también para ti, un buen otoño y un abrazo.
TU microrrelato es una foto que derrocha hambre y nostalgia. Suerte, Rosy.
¡Gracias, Lorenzo!, un abrazo.
Es triste Rosy, pero que bien nos haces ver que las esperanzas depositadas en el tesoro más preciado, no siempre cumplen las expectativas. En este caso, creo que su corazón tiene tanta hambre como su estómago.
Mucha suerte y un beso grande, como tú ??
Hola, Yoya, tan importante como dar es recibir, y esta madre lleva tiempo sin poder hacer ambas.
Una alegría y una suerte que vengas a mis letras.
Un abrazo, preciosa.