22. Visiones de ultramar
Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes. Vieron cómo los rascacielos, mayores que los gigantes de antaño, aunque sin brazos, se erguían majestuosos en espaciosísimas avenidas. Y multitud de almas ‒de rostros, ropajes y aderezos abigarrados‒ transitaban entregadas a su afán diario. Cruzaron un puente, de cuyo nombre el orbe entero se hacía eco, para visitar la librería predilecta del austero escritor local y adquirir algunos de sus tomos. También fueron halagados por una nueva edición impresa de sus andanzas, expuesta en aquellas vitrinas tan lejos de su patria.
Desoyendo las voces que advertían del disparatado proceder del gobernador del territorio, se encaminaron al palacio blanco a presentarle sus respetos. Amanecieron rodeados por presencias simiescas que gesticulaban eufóricas, vigilaban amenazantes a los atemorizados humanos o emitían gruñidos disuasorios indistintamente. Entonces dieron por cierta la fantasía del célebre y malhadado retablo que mostraba el mundo al revés y cuyo recuerdo los apesadumbraba. Se encomendaron a los cielos para que la realidad tornase a su ser y que ese despropósito fuese solo una trama maquinada por los sabios encantadores que porfiaban en negarles, haciendo mudanza de las cosas, el honor y la gloria de su presente empresa.
Sí, por favor, ¡que todo sea mentira y que la realidad recobre la cordura!
Vaya viaje en el tiempo se han pegado Quijote y Sancho. Nos harían falta unos cuantos como ellos.
Un abrazo y suerte.