48. Vuelta a casa
Esta vez su perro no salió a recibirle. Tenía terror a los cohetes, en fiestas siempre se escondía bajo la cama. Le dijeron que murió de la impresión con las primeras bombas. Guernica estaba en llamas. Su mujer se salvó por un curso de bordado que hacía en el ayuntamiento, su hijo por la solidez de la vieja escuela. Llevaba años embarcado en un atunero en el Mar del Norte. Nunca olvidaría el prolongado lamento de las ballenas. Acompañaban a los barcos y se dejaban arponear, sin sospechar que en aquellos abigarrados ingenios flotantes se escondía el más feroz de los depredadores. En aguas de Noruega capturaron un calamar gigante, en cuyo interior hallaron intacta, conservada en tinta, la armadura de un templario. Escuchó los cantos de las sirenas que habitaban en los burdeles de Copenhague. Se decía que su voz y la contundencia de sus amores portuarios, podían someter al ballenero más curtido. Muchos compañeros jamás regresaron, él sobrevivió atándose a un mástil. Impávido ante las ruinas humeantes de su casa, decidió que no plantaría la semilla del odio en otra generación. No mataría pretendientes, educaría a su hijo como una persona de bien. Esa sería su venganza.
Preciosa historia que mezcla mitología con historia, ficción con realidad y acaba con una lección ética. Me ha encantado.
Paloma, gracias por leerlo y por tu comentario. Un gusto verte el otro día en casa del Boss. Abrazo rural.
Este Ulises u Odiseo casi contemporáneo, demuestra ser más sagaz aún que aquel personaje mítico con el que se le podría comparar. Tiene sabiduría suficiente para no sucumbir donde otros lo hacen, para no caer en la trampa de formar parte de un bucle sin fin alimentado por el odio, al fin y al cabo, su mujer y su hijo sobrevivieron a la barbarie.
Fantasía bien dosificada, referencias literarias y el criterio humano mejor aplicado por parte de un personaje que no deja que nada le arrastre a un camino que no lleva a ninguna parte. Un relato con muchos y buenos ingredientes.
Un abrazo y suerte, Lucas
Hola Ángel. Así es, educar en el respeto y los valores es el arma más poderosa para que la rueda del odio deje de girar. Como siempre, gracias por leerlo.Abrazo desde la lluviosa Cantabria.