81. Vuelta al cole (Jerónimo Hernández de Castro)
Las botas le aprietan y pesan demasiado, e intenta no arrastrar los pies tal como le apremian todos los días. Ya no percibe el latido de sus sienes palpitantes, apagado por el zumbido instalado en sus oídos desde la primera detonación. Una sinfonía absurda donde se fusionan sonidos cotidianos: el rechinar de las patas de mesas y sillas arrastradas, los cristales que se rompen y los susurros tras las puertas. Sobre ellos se imponen los gritos y las carreras y el crujido inquietante de la piel y los huesos acribillados.
Él sigue avanzando por el pasillo dirigiendo su arma automática por doquier, decidido y sereno, como expresa su último post, hasta la penúltima bala. Entonces, ya en silencio, la oscuridad y la vergüenza regresan como siempre desde que empezó el curso, antes de que se escuche un último disparo.
Sucesos como el que describes se repiten varias veces durante el año. En cada una de esas ocasiones muchos nos preguntamos qué sucederá en la cabeza de quien perpetra esa salvajada para motivarle a cometerla. Gracias a ti podemos hacernos una idea de lo que ocurre en un cerebro que no es capaz de socializarse como es debido, pero si de organizarse para hacer lo que no debe.
Un relato interesante e intenso.
Un abrazo, Jero. Suerte
Gracias Angel. Desde luego el interior de los cerebros es cada vez más imprevisible, Quizá una pizca de lo que allí sucede se refleja en este microrrelato. Un abrazo enorme