102. Ángela
Cuando llegué a casa, papá me miró, dijo que esto nunca había ocurrido y que mañana de vuelta al instituto. Mamá volvió a repetir que habíamos hecho lo correcto, lo mejor para todos, que la vida sigue y el discurso de siempre. Pero no. Yo había firmado los papeles. Las cosas seguirían igual para los demás pero habían cambiado en mi. Me encerré en mi cuarto y lloré. Igual que la noche anterior en el hospital. Por ella, por mi, por un nosotras que no existiría. Entonces había implorado a la enfermera que me dejasen verla, una sola vez. Pero no, ya no era posible, había firmado los papeles. Esta mañana, al darme el alta, ha deslizado una fotografía polaroid en mi bolso con el susurro -para que la veas siempre-. Era preciosa, un ángel que fue mío por un instante y para siempre.
Qué duro, Mel, y que bonito al mismo tiempo. La imagen de los progenitores queriendo hacer como si no hubiera pasado nada, se te clava como un puñal. Por contra, la enfermera que se apiada y desliza esa foto, nos concede algo de paz al final del relato.
Suerte y beso
Imaginamos a una muchacha demasiado joven, que nada más alumbrar a una criatura renuncia a ella, con apoyo de sus padres, protectores, en la creencia de que con ello no arruinará su vida y salvará las apariencias, que podrá seguir estudiando, que solo ha sido un tropiezo. Pero una madre no deja de serlo nunca, por temprana que sea su edad.
Es posible que ver a la pequeña le consuele, aunque también la hará sufrir. Esa fotografía por un lado es un vínculo que siempre tendrá presente, aunque será inevitable que piense que se perderá su crecimiento, el primer día de colegio, sus risas, la vida de ese ángel.
Un relato que ayuda a ponerse en la cabeza de alguien que toma una dura decisión, con los conflictos que, sin duda, tendrá que lidiar.
Un abrazo y suerte, Mel