13. Catalepsia (Susana Revuelta)
—«Las siete y media es un juego vil, y un juego que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil ves, febril, que o te pasas o no llegas» —se burlaba siempre que ganaba doña Elvira, recitando las estrofas de don Mendo.
Mientras llegaban la parentela y vecindario, doña Elvira y su hija, con velos negros y rosarios enroscados en las manos, esperaban en el velatorio improvisado en el salón jugando a las cartas. Ni el réquiem que se repetía en el disco rayado, ni el tufo a incienso, bálsamos y cirios, les distraían. Fueron los gritos de Laurita lo que les hizo dar un respingo.
―Qué inoportuna la puñetera cría ―gruñó la abuela mientras se giraban hacia el ataúd.
Vieron entonces a la niña, que se había encaramado al féretro del abuelo y se entretenía arrancándole uno a uno los pelos de la nariz.
—¡Ha resucitado, mirad, está llorando!
Una lágrima involuntaria, eso era todo. Un acto reflejo causado por la depilación, le explicaron ambas, enviándola a la cocina. Antes de sellarle con cera derretida los labios, le taponaron con dos bolas de algodón la nariz y después regresaron a su partida.
No sabemos a ciencia cierta si la explicación de la lágrima es válida, quizá el muerto no lo estaba, o sí, lo que está claro es que doña Elvira y su hija ya le han dado por amortizado y están más interesadas en seguir con su partida.
Un relato que, bajo la aparente sencillez de un suceso menor, enmascara una actitud de una crueldad absoluta.
Un abrazo y suerte, Susana
El título lo explica todo. Ay, pobre hombre, víctima de la ludopatía de sus allegadas.
No suelo poner más de un comentario, pero Paloma tiene razón, el título y la enfermedad dicen mucho.
Tremendo relato, Susana, por lo tremendamente bien escrito y por lo tremendo que cuenta… Me recuerda a un documental visto hace años, que explicaba el por qué los velorios eran/son tan largos y mostraba una serie de ataúdes que tenían mecanismos que se activaban desde adentro (banderas, por ejemplo) para que el «muerto» pudiera activarlos y avisar a los deudos que, de hecho no lo estaba… ¡Pobre «finado»! No me gustaría estar en su pellejo, sintiendo algodones en las fosas nasales, cera caliente en la boca y oyendo a madre e hija timbear ahí, tan campantes… Tremendo mal la ludopatía, que ni a los duelos respeta…
Besos,
Mariángeles😇😇
Qué tremenda historia tan mínimamente y bien contada. Explica perfectamente hasta donde puede llegar una persona que padece esta patología. Magnífico micro. Enhorabuena