15. La casa de muñecas
Que en su primer día como asistenta en aquella casa le encargase doña Asun fregar el suelo de su casita de muñecas, sacudir las alfombras, pasar el polvo y repartir por la diminuta sala dedales decorativos con brotes de lentejas le pareció a Fernanda una chaladura. No sabía si contárselo o no a la hija que la había contratado para limpiar un poco entresemana y dejar algo hecho para la comida y la cena. Y que ese viernes le pidiese la anciana antes de irse a la peluquería que envolviera en papel transparente un dadito de queso curado de oveja, otro de paleta ibérica, un biscote, una fresa y un botellín de cava de los de hotel que guardaba en la alacena y que lo metiera en la mini nevera, ya le hizo sospechar de una posible demencia.
Pero cuando el lunes siguiente se arrodilló con el frasquito cuentagotas a regar las lentejas, observó perpleja que en los peldaños de la escalera estaban esparcidos, como un reguero, unos mocasines, un traje y camisa gris marengo, una corbata y, en el suelo del dormitorio, unos calcetines y unos calzoncillos negros.
Y, como era de imaginar, las sábanas de la cama revueltas.
¿La viejecita se transformaba en muñeca?
¿O es que alguna muñeca cobraba vida y mantenía en la casita escarceos amorosos con otro pequeño personaje?
Da que pensar, todo un misterio de Donas Asum.
Divertido!
Jaja, ella ella, aunque también podría ser una alcahueta y alquilar la casita para encuentro muñequiles, todo es posible. Un abrazo, Rosa.