25. Vudú (Adrián Pérez)
Me está encantando clavarle agujas a este muñeco. Primero en pies y manos, que son zonas aparentemente menos dañinas. Cuando llego a la región lumbar, cierro los ojos para sentir con más intensidad cómo el aguijón atraviesa, primero, la fina tela y, acto seguido, el burujo de algodón. Al pincharle la cabeza, mis pensamientos se desovillan y empiezo a ser consciente de lo que está pasando. Luego llega el turno de los ojos, el abdomen y, por fin, el corazón. Segundos después, el cuerpo del hombre en el que me he convertido cae inerte sobre la alfombra, como un insignificante muñeco de trapo.
¿Autovudú? ¿Para convertirse en un hombre nuevo? ¿O para castigarse? En cualquier caso, resulta realmente inquietante…
Un abrazo y suerte.
Un poco las dos cosas diría yo: para cambiar hace falta pasar por un proceso que a menudo resulta doloroso. Gracias por tus palabras, Rosalía 🙂
El problema es que nadie libere de las agujas al muñeco, ya que el causante de la punción está indispuesto tras su particular h(ara-kiri.
Un relato con la posible lectura de que el mal que causemos acaba por repercutir en nosotros mismos, porque al final todo vuelve, o tiene que salir por algún sitio.
Un saludo y suerte, Adrián
Efectivamente, Ángel, parece que el buen hombre se ha quedado más solo que la una, seguramente a causa de todo lo que fue y cómo actuó a lo largo de su vida. ¡Gracias por leer y comentar!
Si un suicidio muy original. En vez de muerte a pellizcos, muerte a pinchazos.
Una gracia, o desgracia!
No conocía yo lo de muerte por pellizcos pero suena divertido. Gracias por pasarte por aquí, Rosa 😉