38. La habitación
Iluminan los primeros relámpagos el cielo, retumban los truenos y, diluidas en ese estruendo, distingue Emily ―como cada vez que hay tormenta― las risas marchitadas, las voces antiguas del hijo muerto.
Aguarda inmóvil en la cama, con los ojos muy abiertos. Ve entonces aterrada al niño encaramándose a lo alto del armario. Después la caída.
El golpe seco.
Pero el muchacho continúa trasteando, ajeno a su desconsuelo, y se pone a dar volteretas sobre el colchón hasta que tropieza con la mesilla de noche ―siempre fue un poco torpe― y tira el vaso de agua. Al instante Emily, aún temblorosa, se levanta y recoge con las manos los añicos del suelo.
A la luz de los rayos que alumbran las paredes, vigila la sombra del chiquillo que no para de moverse, de fisgarlo todo, y aguanta despierta hasta que amaina el temporal y el niño se queda quieto.
Hacia las siete entra la celadora, ve los cristales rotos y va a buscar recogedor y escoba. La despertará más tarde ―«pobrecita, por una vez que duerme plácidamente»― para cambiarle el camisón salpicado de sangre. De los tirabuzones rubios que algunas mañanas descubre en el puño de la anciana, prefiere guardar silencio.
Espectacular. Siniestro. Suerte y enhorabuena.
Los niños son sinónimo de alegría, que puede tornar en el mayor desconsuelo cuando la muerte se los lleva, formándose un recuerdo grato y doloroso. Otra cosa es que su fantasma se manifiesta en forma de sombra en noches tormentosas. Un espectro solo puede ser aterrador, como la conseguida atmósfera de este relato.
Un abrazo y suerte, Susana
Desasosegante y formidable. Suerte, Susana!Un abrazo 🤗
Olé, Susana! Una historia dramática que se convierte en terrorífica a medida que vamos avanzando. Está genial, si pudiera te votaría, jeje.
Un abrazo y suerte.
Me gusta mucho este relato que tiene todos los ingredientes del gótico: lo sobrenatural, el regreso de un pasado oscuro, la decadencia, en este caso de la propia protagonista… y un final espeluznante. Un abrazo y suerte.