37. Abismos
Decidido a tirarse, ha caminado hasta el borde del precipicio. Al detenerse, ha levantado las manos a la altura de los ojos para contemplar, una vez más, la grotesca imagen de sus nudillos inflamados, los dedos deformes, incapaces de sostener la maza y el cincel con los que antes daba vida al mármol. Abajo, las olas rompen furiosas contra las paredes del acantilado. Ráfagas de viento y agua le golpean la cara, las piernas, el torso.
Ha dejado caer los brazos y ha cerrado los ojos. Había tomado la decisión, pero la lucha interna no cesa. Hasta que la luz del rayo atraviesa la piel de los párpados y enseguida retumba el trueno. Suena como si la bóveda celeste se resquebrajara lentamente. Después, queda un silencio absoluto. Solo siente las gotas de agua que se desprenden de su cabello mojado y le resbalan por la frente. Entonces inspira hondo, despacio. En este instante, decide no dar el paso.
Permanece un tiempo allí, inmóvil, rechazando cualquier idea que pudiese alterar el significado de aquel momento. Finalmente, da la vuelta. Mientras se aleja del abismo, se humedece los labios con la lengua. Saben a sal.
Incluso cuando todo parece perdido, en la oscuridad de la falta de alternativa, puede irrumpir un breve destello que recuerda que siempre hay luz al final del camino, la señal de una oportunidad y un motivo para no rendirse. Puede que las manos de este artista ya no puedan crear, pero la vida, como el agua, siempre busca un camino, aunque el recuerdo de lo que fue y ya no puede ser duele.
Un relato lleno de espinas vitales, pero también de superación.
Un saludo y suerte, Josep
El juego con el suicidio siempre es alimento para la literatura. Enhorabuena.
Un tema terrible el del suicidio, pero lo tratas con delicadeza. Me gusta cómo describes la escena, con la tormenta y el agua mojando a tu protagonista. Y me quedo con las ganas de saber qué recuerdos le trajeron la lluvia y el sabor a sal. Imagino que lo suficientemente buenos como para alejarse del abismo.
Un abrazo y suerte.