49. El Accidente (Montesinadas)
En ese momento sólo piensas que eres una vieja torpe, cabezona y soberbia. Te enfadas contigo misma. La ira hace que tu corazón bombee con más fuerza y la sangre mane a borbotones. Por un momento, dejas de castigarte y piensas que necesitas que alguien te salve, pero no puedes gritar. Hace tiempo que tu vida discurre en voz baja y que tus ojos son leves, que sólo el tacto te ha salvado en más de una ocasión. También sabes que no puedes meterte sola en el baño. Pasan los minutos, quizás media hora, quizás media vida y desechas toda posibilidad de salvarte. Tendida sobre el suelo frío y mojado oyes el agua que rebosa y cae en cascada por la bañera para acabar mezclándose con el hilo de sangre que fluye sin freno de la brecha de tu cabeza. Un hilo que tira de tu vida como una cuerda invisible. Has dejado de pedir ayuda con tu voz débil, amordazada por la toalla enrojecida. Has dejado de luchar, sientes cómo una ráfaga de viento ha entrado por la ventana llevándose todos los recuerdos y empieza a gustarte el eco del baño y ese vapor cálido que inunda la escena.