52. Alma de líder (Elena Bethencourt)
Según andaba por los caminos polvorientos de Cafarnaúm, oí a muchas parejas decirse “Ya no te quiero”. Al llegar al mercado, el carnicero gritaba que vendía carne en mal estado, los comerciantes ofrecían aceite rancio y pescado que no era fresco.
Pensé que se habían vuelto locos y entré en la sinagoga para consultar al rabino, pero sin más le solté que sus últimas intervenciones habían sido penosas. Me cubrí la cara avergonzado por mis palabras, y él respondió que me hedía el aliento. Corrí hasta la casa del sanador, pero solo encontré un papiro en la puerta que decía: “Vuelvo en una hora que voy a yacer con mi siervo”.
Pronto entendimos que por más que intentábamos mentir, de nuestras bocas solo salían comentarios sinceros. No había escapatoria. Nos escondimos en casa, temerosos de meternos en líos con los soldados romanos. No tardamos en perder trabajos, parejas y amigos. Incluso, muchos terminaron presos.
Con los años, tanta verdad destruyó la sociedad y la economía. Por eso, cuando llegó aquel hombre diciendo que andaba sobre las aguas y resucitaba a los muertos, le seguimos seguros de que alguien capaz de mentir así era, sin duda, el salvador del pueblo.
Parece que alguna dosis de falsedad es necesaria para seguir tirando y que el mundo no se tambalee del todo. De esto saben mucho los políticos, y líderes en general, cuanto más gorda es la mentira, y más original, más posibilidades de fichar adeptos.
Un relato potente, con un planteamiento que hace pensar en eso que llamamos fe.
Un abrazo y suerte, Elena
Sí, hay mentiras que no lo parecen: Te queda genial el vestido; sí, estoy bien, no me pasa nada; claro que te sigo queriendo. Y luego están las otras, las que controlan países enteros, las que hacen creer y dar esperanza a la población, las que convierten a dictadores en líderes. Gracias, Ángel, por comentar.
La sinceridad a toda costa tiene un castigo.
Original interpretación de la historía en tiempos de Jesus. Curioso!
Gracias, Rosa. Si las relaciones sociales se sostuvieran sobre pilares de verdad, nos hubiéramos extinguido.
Brillante Elena. Enhorabuena.
Gracias, Fernando.
Aunque siento debilidad por los relatos irreverentes, no es por ello que el tuyo me ha encantado, así que doble placer en su lectura.
Suerte, Elena, y un beso.
Cuando tú me haces el honor de dejar tu opinión es como la señal esperada, jaja. Por cierto, me has dejado intrigada con los motivos por los que te gusta, pues dices que no solo es por ser irreverente.
Gracias por comentar
Me gusta este relato. La idea del Salvador aportando la mentira como solución me parece genial. A ver si va a ser cierto eso de que la verdad está muy sobrevalorada…
Gracias, Edita, por leer y comentar, quizás no es que la verdad esté sobrevalorada, que también. Una de las cosas que pasan es que la gente confunde decir la verdad con dar su opinión.
Y sí, tienes razón, muchos salvadores aportan la mentira, porque al fin y al cabo, la verdad es lo que el pueblo acepta como verdad. La mentira es un arma poderosa.
Gracias por tu comentario.
Me estaba gustando mucho el camino que iba tomando el relato, porque es cierto que hay cosas que no se pueden decir tal cual (muchas veces más por la forma que por el fondo en sí), pero el broche final me ha hecho soltar una carcajada y, a estas tempranas horas, eso se agradece.
Enhorabuena y un abrazo Elena.
Verdad, Ana, si todo se dijera tal cual lo pensamos, se extinguiría la humanidad :-). Abrazo y gracias por comentar.