56. De la inexcusable aventura que llevó a don Quijote a embarcarse en una galera y atravesar el mar
Arrojaba Sancho desde la borda cuanto acababa de zampar cuando, oyendo acercarse a su amo, masculló entre arcadas:
—Sepa vuestra merced que, de todas las desventuradas empresas que hemos acometido, esta será la más desastrosa, por lana vamos y trasquilados volveremos. Presto nos descubrirán bajo estos hábitos, pues no hay fraile tan seco como vuestra merced, ni ninguno tan falto de mollera como yo. Y más diré, que ni por pienso esos infieles piratas creerán ducados los puñados de bellotas que con sus embelecos transmutó en oro el mago Frestón. ¿Quién nos manda a nosotros rescatar a ese tal Miguel, un soldado muerto de hambre que han confundido con un gran señor? Mire vuestra merced que el hacer bien a villanos es echar agua en el mar.
—Dígote, Sancho, que esta aventura no puede tener más que un feliz desenlace, pues si así no fuera no habría Sansón, ni Dulcinea, ni mago Frestón; ni tampoco Sancho, ni Quijote, ni estaríamos aquí, disfrazados de trinitarios, arrostrando los peligros de liberar a un infeliz cautivo que, aunque mozo, bien podríamos llamar padre.
Desde la proa del bajel, que cabeceaba a merced de las olas, comenzaban a avistarse las costas de Berbería.
Pobres. Siempre metidos en fregados. Menos mal que le quedan solo 10 días de aventuras entecianas… Estarán a tales horas rogando a Dios que los vuelva a los molinos para descansar un poco.
Es inexcusable el .otivo que llevó a don Quijote y su escudero a embarcarse en un rescate marino. No tenían más remedio que salvar al creador, habida cuenta de que ellos, sin él, no son nada, lo mismo que Cervantes no hubiera sido el mismo sin sus personajes. Se necesitan, como nosotros también los necesitamos.
Un abrazo y suerte, Elisa, con esta aventura del ingenioso hidalgo, sin duda, la más difícil y comprometida.