56. UN MISÁNTROPO EN LA AZOTEA
He subido la tumbona de playa a la azotea para ver el espectáculo. La noche es preciosa: hasta aquí llega el aroma del jazmín que crece en el patio y, con la ciudad a oscuras y el cielo sin nubes, disfruto de una visibilidad fantástica. Tan solo los gritos de la gente en la calle turban mi paz. Hasta en un momento tan señalado como el que se avecina tienen que molestarme.
Fui un niño con vocación de misántropo, vocación acentuada por el paso de los años. Ya entonces las personas me resultaban insoportables: sus voces estridentes, sus miradas curiosas y taimadas, sus consejos impertinentes… Muñecos parlantes absolutamente prescindibles. Por suerte, al fin voy a perderlos de vista.
Abro la cajetilla que he cogido del estanco, saqueado desde que saltó la noticia, y hago rodar el cigarrillo entre mis dedos. Hace décadas que dejé de fumar, pero ésta es la noche perfecta para volver a hacerlo. Descorcho el mejor vino de mi bodega, reservado para una ocasión especial, y me sirvo una copa generosa.
En el firmamento se dibuja una aurora furiosa e incandescente. Doy una calada y sonrío complacido al calcular la trayectoria de la inmensa bola de fuego.
Desde luego, un momento de lo más único e irrepetible. Nadie dijo que, además, tuviera que ser agradable.
Muy buen micro, Rosalía, perfilando lo que parece ser una situación idílica para luego ir dejando caer alguna que otra pista antes de asestar el mazazo final.
Esperemos que la bola de fuego aún tarde unos años (o siglos) más en llegar. Un besazo.
Pues fíjate, sister, que a mí me parece que la bola esa está tardando en llegar… Quizás individualmente solo se lo «merecen» unas pocas personas, pero en conjunto somos la peor especie sobre la Tierra. O igual es que soy una mijita misántropa, que también podría ser…
Un besote y felices fiestas!
El mejor momento para alguien que rehúye toda socialización ha de ser justo antes de una gran catástrofe previamente anunciada. Hasta tal punto llega tu protagonista con su trastorno, que prefiere disfrutar de esa soledad tan deseada, que nadie le va a perturbar, en lugar de huir para intentar salvar su vida, como ha hecho el resto.
Un relato que muestra que hay gente para todo, y que cada uno es feliz a su manera.
Un abrazo y suerte, Rosalía