Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

01 MUNDOS IMAGINARIOS

—Mamá, se han escapado los cocodrilos.

—No digas tonterías, Daniel.

—Sí. De verdad. Han saltado la valla del jardín y se han ido por la acera. Calle abajo… Y hay un elefante en la plaza que es más grande que una farola… tan alto como, como, como… el rascacielos que está cerca del puerto, más alto que que que …las estrellas.

—Sí, Daniel, sí… lo que tu digas. Bendita imaginación…

—Y también hay una hipopotama y un hipopotamito que se están bañando en la piscina. ¿No te lo crees? Ven a verlo. Están chapoteando. Ven, ven, ven…

La madre cede a su insistencia y se acerca al crío pretendiendo que se calme y poder seguir trabajando. Se asoma por la ventana de la cabaña y observa, bajo un gigantesco baobab, un grupo de elefantes e hipopótamos que comparten la orilla del río Saseni. Sonríe mientras piensa que, por muchos tiempo que pasen en ese proyecto de investigación en Tanzania, Daniel seguirá evocando su vida en la Rambla del Raval.

92. Taller de floricultura (fuera de concurso)

De las cenizas de aquel libro brotaron los geranios. Necesité también humus de lombriz, el pedernal rodado del estuario de un río moribundo y la placenta feraz de una musaraña. Solo así conseguí en sus pétalos los rojos más audaces, los verdes más notables en sus tallos y en sus cálices. La sensualidad abrasadora de pistilos y carpelos atraían al taladro sin remedio. La suavidad del néctar, que contenían las anteras, embriagaba a las polillas hasta sumirlas en un sueño de atardeceres púrpuras, y lluvias de ambrosía, mientras duraban los vuelos del cortejo. Después la cópula, el aleteo prístino, la conjunción de abdómenes y la transfusión de esperma, intensa y acre, hasta quedar exhaustas. La puesta era la antesala de la muerte; los cadáveres de las hembras abonaban el jardín después de desovar y los machos, tal vez el del vecino si no conseguían seducir a tiempo a otra hembra. Cada primavera era lo mismo, el desconsuelo por la muerte de sus plantas favoritas y el abrigo de mis brazos, tramposos y solícitos, el milagroso purín de las ortigas, la delatora picazón en las manos y aquel manual de jardinería que utilizaba como el peor de los sicarios.

91. Visionario (Pablo Cavero)

Como cada viernes limpié la consulta cuando se habían marchado todos, pero ésta vez decidí cumplir mi disparatada ocurrencia. Me llevé la pistolita con láser y microscopio incorporados, con la que se revisan lunares y manchas de la piel. Superponer mi foto en su acreditación de dermatólogo, sería lo más sencillo.
Aquí a la sombra en el chiringuito de la playa llevo sábado y domingo sacándome un sobresueldo. Mi tarifa de consulta es asequible, cobro el precio de un mojito. Aconsejo productos de farmacia y herbolario, los más cercanos son de mi familia. Un amigo recluta clientes a la vez que vigila la posible aparición de policías, a cambio de su porcentaje. Ha sido un éxito. Mañana lunes muy temprano dejaré todo en su sitio. No descarto repetirlo cada finde del verano. Tengo que pensar algo para otoño.

90. Naturalmente viral

A las 7:35 a. m., la madre de Clara subió otra foto a Instagram, con un pijama muy viejuno y gastado, ojeras, taza de café en mano y el pie de foto: “Hoy amanecí humana. Y con ganas de tostadas”

Clara, desde su habitación, gritó horrorizada:

—¡Mamá, borra eso! ¿No tienes un pijama más sexy, moderno? ¡No puedes subirte así! ¡¡Ni siquiera has puesto filtro!!

—¿Y qué? Estoy divina —respondía ella, mientras respondía comentarios con emojis de gallinas y soles.

—¡Mamá, déjame tu móvil, ahora mismo! Al menos cambia tu nombre por uno más moderno y que nadie pueda relacionar conmigo.

—¿Qué le pasa a mi nombre? Luzdivina suena esotérico y así se llamaba tu abuela y tu bisabuela y no sé cuántas generaciones anteriores.

Clara rabiaba: su madre llevaba ya trescientos likes, mientras que su última historia con pose de yoga invertida, apenas veintidós.

—No lo entiendo —murmuraba Clara mientras revisaba su estética minimalista con tonos beige—. No tiene feed, no tiene branding, no tiene sentido.

La madre apareció en la puerta, otra vez con su taza:

—Quizá es que la gente ya está cansada de tanta pose. Yo solo soy yo.

—Demasiado tú. Ese es el problema.

 

89. El calor de un hogar

Mamá me da las buenas noches con un beso en la mejilla, como a sus otros hijos, los de verdad. Al rato aparece en mi cuarto, coloca una silla al borde de la cama y me pregunta si me gusta mi nueva casa, si estoy cómodo en mi cuarto o si el colchón es lo suficientemente blandito. Me acaricia los rizos para espantar miedos y dolores, dice. Continúa por los hombros, desliza sus dedos expertos por mis pectorales, juguetea con los incipientes pelillos que han empezado a cubrir mi abdomen. Entreabre la boca y humedece sus labios con la lengua mientras se abre de piernas. Observo palpitar su sexo sin bragas. Me revuelvo, le doy las gracias y confieso lo agotado que estoy. Me susurra que no sea tonto, que nadie mejor que una madre sabe lo que un hijo necesita.  

88. REGISTROS

Comienza a registrar la basura, la suya propia a pesar de ser muy joven. Ya ha empezado con el colesterol alto y la advertencia de no fumar, como la de moderarse con el alcohol y el uso del móvil. Se lo ha recordado su tutora en el reformatorio, en el que trata de salir del trauma que vivió y del que aun sigue en tratamiento, cuando supo que sus padres adoptivos lo habían abandonado pronto al descubrir su verdadero origen. El país lleva su propio registro de basura, como el de todavía no cerrar las heridas de una larga y cruenta guerra civil.

87. Pasatiempo destructivo

Desde que fue herida, Rebeca solo quiere hacer daño. Le da igual que su víctima sea inocente, pues ve al colectivo “hombres” como si se tratara de una plaga merecedora de las peores torturas. Y está segura de que, a la larga, la mujer afectada acabará agradeciendo su acción.

Busca el escenario propicio y aprovecha los semáforos para entretenerse con un juego escabroso. Requiere la ventanilla bajada en el vehículo que se detiene a su lado, frente a la luz roja, y que lo ocupe una pareja. El hombre suele girar la cabeza para admirar su reluciente descapotable. Entonces se dirige a él, que todas las ocasiones le parece un buen candidato a pringado del año, y le dice con voz sensual:
–¡Qué casualidad coincidir aquí contigo! Te he echado mucho de menos estos días que he estado fuera y el cuerpo me arde de deseo. Mañana quedamos donde siempre, guapo –Y le lanza un beso.

El semáforo cambia a verde y Rebeca arranca acelerando a tope sin dejar tiempo para réplica alguna. Con una sonrisa en los labios, observa por el retrovisor como el otro coche continua inmóvil mientras una discusión con mal pronóstico se desata en su interior.

86. Rocío nocturno (Blanca Oteiza)

A mi vecina del segundo le encantan las plantas, tanto que su balcón parece la jungla; un día de estos aparece Tarzán trepando por la barandilla.

A mí no es que me disguste tanto verde, ni que el polen me produzca estornudos, pero asomarme y verla canturrear regando sus macetas me hierve la sangre. Trata mejor a sus hojitas y flores que a los vecinos a los que no nos dedica ni una sonrisa cuando coincidimos en la escalera.

Estoy intentando concentrarme en un trabajo que tengo que entregar por la mañana, hace calor y no dejo de escuchar la voz que sube por la terraza. Pienso en salir al mirador y gritarla, pero decido acercarme al bazar de la esquina. Esta noche mientras duerma la calle, regaré desde el tercero esa selva con veneno.

85. ERRARE HUMANUM EST

Como no tenéis corazón, no os importa que yo haya entregado mis mejores años al proyecto Munchausen.
Vuestros androides me reclutaron en la barra del bar donde, cubata en mano, peroraba cada tarde. Me llevaron a una sala blanca llena de terminales. El trabajo consistía en contestar con nuestra primera ocurrencia a las preguntas que iban apareciendo en el monitor. Nos reímos mucho. Nos saltábamos toda norma, horario o sensatez. Nos rascábamos los huevos. A mis compañeros los fichasteis en taxis insomnes, cenas familiares o foros sobre coches. Nos necesitabais. Éramos la última resistencia a vuestro pensamiento algorítmico. Porque denunciábamos los chips en las vacunas, la conspiración de las mujeres contra nuestra masculinidad, o el borreguismo de aceptar la redondez de la Tierra. Necesitabais nuestra oposición a lo correcto y bienpensante. Éramos el ingrediente que os faltaba para que vuestra inteligencia pareciera natural. Porque éramos puro factor humano: erráticos, erróneos, imprevisibles.
Por eso, no perdonasteis el único error que no cometí. Lo motivó una de aquellas preguntas. La única que despertó mi interés. La escondí para más tarde. Visité —alguna existe todavía— una biblioteca. Me documenté. Medité la respuesta durante días. La redacté despacio. Y al escribirla, firmé mi sentencia.

84. Cuñados (Patricia Collazo)

Se despidieron con dos castos besos. Ella permaneció lánguidamente recostada sobre la maraña de sábanas que olían a sexo. Él cogió un taxi para desplomarse satisfecho y exhausto en el asiento trasero.

Cuatro horas después, durante la comida familiar, les tocó sentarse uno frente a otro.

Primera mirada por encima de los platos, los granos de arroz les supieron a culpa.

Segunda mirada, tras un choque de tenedores en la paellera, empezaron a saber a complicidad.

Tercera mirada silenciosa y supieron a deseo.

Él tuvo un estruendoso acceso de tos. Ella, la repentina necesidad de ir al servicio.

83 El ágape

Por primera vez asistía a un ágape de semejantes características. Quien me iba a decir que aquella papeleta que  encontré en el paseo de la playa, estaría premiada con un festín de este calibre, celebrado además junto al alcalde y los concejales del Ayuntamiento del pueblo, nada más y nada menos. Como había que ir acompañado, invité a mi amigo Rufino. Alquilamos un traje y hasta mi hija, cuando me vio, se despidió diciendo: «papá, estás hecho un pincel». Y allí que llegamos los dos, niquelados y con bastante apetito…

Nos sentaron en una mesa junto a unas señoras muy elegantes, con muy buena pinta. Había de todo: mejillones, gambas, langostinos, jamón, queso… Rufino, que era un tragón, no paraba de comer. Yo, más comedido, levanté un plato con unos langostinos. Lo ofrecí primero a las señoras, ambas cogieron uno pequeño, de manera que cuando llegué a mi amigo solo quedaba uno grande y otro diminuto. Rufino, sin dudarlo, se abalanzó sobre el grande y yo le susurré al oído: «yo hubiera cogido el más pequeño». A lo que me contestó: «ya, por eso yo he pillado el grande… Así los dos contentos».

82. SIN PERDÓN (Belén Mateos)

Pisó las baldosas negras evitando las blancas, pasó por debajo de una escalera que miraba instintivamente al cielo, rodeó el rosal y amortiguo sus pies en el césped, acarició el gato con pelaje desordenado y oscuro del vecino del piso trece, tiró la sal por toda la encimera de la cocina, abrió de manera impulsiva el paraguas amarillo abandonado hacia cinco años en el sofá del salón, arropó a los lobos que saltaban sobre su cama y cruzó los dedos delante del espejo que rompió tres años atrás.

 

Quería incumplir toda norma, dictaminar su veredicto de culpable, destrozar la cuadratura del círculo, envenenar a los doce dioses, repetir una y otra vez el ritual sin tocar aquella madera de su féretro descalzando el pie izquierdo, evitando mirar su foto vestida de novia que engalanaba la alacena del comedor desde hacía diez años.

 

Pero las cenizas reposan todavía entre sus manos y ya han pasado siete años sin condena.

 

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