LOS ERRORES MÁS COMUNES AL ESCRIBIR
Todos cometemos errores: es humano, como dice la famosa cita en latín. Y es importante que entendamos que, aún con mucha experiencia como bagaje, los seguiremos cometiendo. Unas veces distintos y otras los mismos. Alguien dijo que somos la única especie que es capaz de tropezar con la misma piedra dos y tres y hasta cuatro veces. He aquí unos cuantos errores comunes de una obra. Algunos se deslizan casi sin darnos cuenta y son difíciles de encontrar.
El personaje principal se vuelve pasivo
Eso ocurre, generalmente, porque al cabo de algún tiempo en que nos veamos sumergidos completamente en la elaboración de la obra, los personajes suelen cobrar «vida» en nuestro interior y alguno secundario toma mayor relevancia. Puede que sea porque el personaje principal ha dejado de gustarnos o porque alguno de los otros nos agrada más o encontramos que la trama mejora o da más juego con ese. Es fácil que suceda así; pensemos que los personajes que actúan de contrapunto del principal suelen ser los «malos de la película» y estos son, en la mayoría de los casos, mucho más atractivos.
En cualquier caso es un error. Desde luego seguimos siendo libres para hacer lo que nos venga en gana, pero seguirá siendo un error de planteamiento. Debemos entonces repasar el texto (las escenas) y ver dónde el personaje se vuelve pasivo y devolverle la fuerza perdida. Si eso no nos apetece, o es muy complicado y acabamos prefiriendo al personaje secundario, deberíamos reestructurar el texto para el intercambio de roles, o tener más de un personaje principal. Esta solución es un poco más complicada, pero la experiencia vale la pena.
No presentar al personaje principal en los primeros párrafos
El lector busca, tiene, quiere identificarse con el personaje principal, al menos quiere hallarlo rápidamente para saber cómo y a quién prestar mayor atención. Es vital que en la primera escena se le vea. El comienzo es un tiempo delicado, no solo porque debemos captar la atención del lector, sino porque tenemos que presentar al personaje. Hay muchas formas de hacerlo, pero si no aparece, el lector tiende a confundirse y creer que algún secundario es el principal (por desgracia somos de costumbres fijas) y cuando el principal coincide en la misma escena con otros, la confusión se hace mayor y puede llegar a molestar.
Hay que mostrar alguna emoción del personaje. Eso servirá para darle profundidad, para caracterizarlo, sin necesidad de describirlo completamente. Este es un punto importante; hacerlo de forma descarada, sensiblera o gratuita provocará que la inclusión no sea natural. Si ocurre esto, deberemos recomponer la escena hasta conseguirlo.
Derrochar ideas, argumentos, caracteres
Un error típico de principiante. Tenemos demasiadas ideas en la cabeza y las queremos meter todas para dar una sensación de complejidad de la trama, de riqueza. Pero esto no es necesario en absoluto. Servirá, como mucho, para que el lector avezado se dé cuenta de la falta de seguridad en nosotros mismos. A menudo utilizamos un personaje para explicar una cosa en el primer capítulo, otro en el segundo, otro en el tercero. Hay que aprovechar a los mismos, utilizarlos más intensamente; eso les dará mayor profundidad psicológica y con ello facilitaremos la labor del lector para seguir la trama. Al utilizar los mismos personajes secundarios, y aunque estos no puedan mostrar cambios importantes en su carácter, se debería escoger algunos: por ejemplo, el que dé la réplica al personaje principal para mostrar pequeños cambios.
¿Qué estoy haciendo yo aquí?
A todos nos pasa, hasta al más experimentado. Es simplemente falta de previsión, falta de un esquema general del relato o de la novela. Ocurre porque, a pesar de tener las cosas muy controladas, a todos nos gusta dejar correr la imaginación y ver hacia dónde nos lleva la escena en la que estamos metidos. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Es bueno que antes de empezar hayamos diseñado la obra en sus partes principales: personajes, conflictos, escenas. Solo así sabremos por dónde vamos; y, si nos desviamos, deberíamos tener una buena razón. Experimentar no es malo, pero cuanto más organizados estemos, mejor provecho sacaremos de esa experimentación. Un buen escritor no debería pasarse toda una vida escribiendo una sola obra.
Diálogos
Es una parte fundamental en el texto y cuanto más largo sea este, más importante se vuelve. Pero tampoco conviene obsesionarse con ello. Intentemos no dejar soliloquios, conferencias, largas parrafadas ni explicaciones. Un sistema sencillo de comprobar si vamos por buen camino es visualizar la hoja de papel como si fuera una imagen: si hay mucho texto quiere decir que hay una pobreza de diálogo; si hay mucho espacio en blanco pasa lo contrario, estamos abusando de él. Con todo, podemos evaluar si en una escena es necesario más o menos cantidad de diálogo.
Hay que tener cuidado con los dialectos y extranjerismos; si los utilizamos debemos intentar que el lector pueda interpretar correctamente sus significados. Debemos buscar la manera para que quede claro lo que se está intentando decir.
Y no temamos escribir «dijo»; en los diálogos; esta palabra se utiliza normalmente en el 90% de las ocasiones. Desde luego, debe intercalarse con otras palabras, sobre todo cuando el personaje hace algo o lo dice de cierta manera. Pero intentemos mostrar esas emociones, no señalarlas simplemente.
Parar demasiado pronto
Otro fallo de escritor novel. Estamos tan ansiosos por acabar una obra (llevamos tantas inacabadas…) que generalmente precipitamos el final. Las historias acaban demasiado abruptamente (sobre todo, por falta de un esquema). Forcémonos a continuar escribiendo cuando creamos que ya ha acabado; normalmente podemos encontrarnos con una sorpresa. Y en todo caso, si no conseguimos mejorarla, será un excelente ejercicio.
No dejar descansar la historia
Cuando acabamos una historia estamos demasiado metidos en ella. Somos incapaces de juzgarla con absoluta imparcialidad. Hay que darse un plazo para olvidarla y distanciarse, estar un tiempo alejados de ella (unas horas, días, semanas…), dejarla respirar. Una vez ha pasado ese tiempo, hace falta repasar la historia para una aceptación general, leerla como lector sin pretender ni pensar en corregir o cambiar algo.
No ensayar comienzos diferentes.
No valoramos nuestra capacidad en su justa medida, sea por arriba o por abajo. Quizá el principio escogido no sea el más adecuado, aunque lo parezca. Una vez se tiene la historia, se deberían ensayar varios comienzos alternativos, no muy complejos, escogiendo diferentes formas de presentar la información, diferentes puntos de entrada en la historia. Una vez que eso se ha hecho varias veces, se vuelve algo natural en nosotros y aprovecharemos mejor todo nuestro caudal creativo.
Planear el clímax desde el principio
Una cosa es la previsión, la organización, tener un esquema general del relato. Y otra llegar hasta el extremo de tener previsto hasta el clímax, algo que ocurre generalmente al final. No debemos atarnos las manos hasta ese extremo y olvidarnos de la posibilidad de cambios. Es evidente que deberíamos desarrollarla de acuerdo con la promesa original. Pero que eso no nos coarte como para que la obra se convierta en algo rígido.
Tomar demasiado tiempo para repasar
Más que error, vicio que hace falta erradicar. Corrijamos todo lo que sea necesario, pero definiendo un tiempo concreto para ello; si no, estaremos abocados a la necesidad ilógica de corregir un texto cada vez que lo leamos y eso, más que ralentizar su producción, acabará paralizándola. Aceptemos como artículo de fe que toda obra es susceptible de mejora, y que nosotros mismos evolucionamos y que con ello nuestra capacidad y experiencia aumenta. Tenemos que parar en algún momento o estaremos siempre dando vueltas al mismo molino.
Estructuras ilógicas
Un error del que hay que huir como del diablo. La obra se sustenta en una realidad (incluida la ciencia ficción y la fantasía más desbocada), que es la que el escritor desea y a la que tiene que aferrarse. Debe respetarse a sí mismo y sobre todo al lector. Construirla de forma inverosímil o fuera de contacto con la realidad hará que la gente no se crea lo que está leyendo. Pensarán con toda la razón que el escritor les está tomando el pelo, se molestarán y simplemente dejarán de leerla. La obra ha de ser consistente con todos sus planteamientos y honesta con ellos. Y sobre todo al final del relato o la novela, nada de sacarse un conejo de la chistera para solucionar sus fallos de estructura: así, solo conseguiríamos hacerlos más visibles.
(RICARD DE LA CASA)
Gracias Susana por traernos este catálogo de errores que seguramente todos cometemos. Siempre interesante tu sección para reflexionar y seguir aprendiendo.
Genial Susana! Muchas gracias por tan sabios consejos
Gracias Susana por comentar y ayudarnos a ver y corregir los errores y las dudas a la hora de escribir.
Buenos consejos que leo con gran interés.
Un beso.
Gracias, unos consejos estupendos. Alguno ni se me había ocurrido que pudiera pasar.
Quienes escribimos «de oído» necesitamos cualquier ayuda para centrarnos y hacerlo mejor.
Un abrazo
Muy buena la descripción de los errores, los reconozco todos. Viene bien tenerlos presentes a la hora de escribir, creo que ayuda mucho a mejorar y libera tensiones. A menudo, queremos hacerlo tan bien que podemos obsesionarnos hasta la parálisis.
Como siempre, gracias Susana.
Muchas gracias por estos consejos. Ahora mismo me apunto uno por uno. Gracias de nuevo.
Fabulosa recopilación. Me quedo con la parte de los diálogos y la de parar demasiado pronto.