99. Luz última -Calamanda Nevado Cerro-
Juntos, desde los dieciocho, salimos al extranjero; en aquel tiempo lo mismo estudiábamos, servíamos mesas que lavábamos escaparates como dos soñadores. A veces inventando alguna correría en encuentros casuales; un juego para probar nuestra llama. Esperaban horas en vano.
Después cambio, se dejó barba, se hizo escritor de mil historias escuchadas a su padre de niño; así lo recordaba. Le rogué que lo visitara alguna vez, su relación no debía desbaratarse. Asentía entre juegos pero ese viaje seguía pendiente.
-Se avergüenza de mis intentos de suicidio; lo sabe y no querrá cuentas. Me confesaba autocritico.
-No esperes más; nunca os enfadasteis aunque tu madre te convirtiera en su aliado. Respondía yo, sembrada.
Puse sobre su mesa una biblia abierta, casualmente, por la parábola del hijo prodigo. A pesar de ser ateo le llamó la atención e impulsó a escribirle; no pedía respuesta.
-Todos necesitamos el perdón de nuestros seres queridos. Le contestó, pronto, sorprendiéndolo.
Aunque no se sentía capaz, un repentino deseo de cruzar el continente para verlo se adueñó de él.
Ahora dormito feliz, día y noche, no sé cuántos ya; en un tren de segunda con mi pareja actual; cumpliendo su sueño: llevar sus cenizas a su padre.
Hola, Calamanda. Antes de nada, quisiera disculparme porque la última vez no correspondí a tu amable visita.
Es curioso, el fondo de tu historia es triste, y sin embargo logras encontrar una perspectiva positiva. No me parece nada fácil de conseguir. Buena historia, Calamanda.
Los deseos que se van dejando para más adelante, casi nunca llegan a cumplirse. Es triste pero muy real lo que tú expones, creemos saber cuáles son los pensamientos ajenos acerca de nosotros aunque no tengamos motivos para ello. Así vamos haciendo un vacío que con el tiempo es difícil de llenar.
Mucha suerte. Un abrazo.
Raúl, virtudes, gracias; me gustan vuestros comentarios. Saludos