14. LOS ACANTILADOS DE LANGRE (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Los acantilados de Langre, lugar espeluznante en días de galerna, fueron testigos junto a las gentes de la costa, un diciembre de hace 58 años, del ruido infernal del arrastre sobre las sierras de rocas de los tres trozos de barco en que el temporal rompió el “Elorrio” y vieron como aquellos veinte marineros náufragos eran bamboleados, ola arriba, ola abajo, luchando por llegar con bien a la costa o por alcanzar la soga que les lanzó el héroe Ismael Hoz, a quien también tragó la mar. Solo uno se salvó.
Esta Navidad de 2018 el cuerpo de ella apareció semihundido en una de las pozas que en ese lugar desnuda la luna. La espuma de una suave marea había desleído el rojo de su sangre sobre los cantos rodados.
Cuando de nuevo vaya a pasear por esas pozas no podré recordarme como joven mariscador, saltando ágil de roca en roca, con mi vara de gancho en mano, buscando los escondrijos refugio de los pulpos en la bajamar; ya no podré apartar de mi pensamiento el que ahora veintiún espíritus, uno de ellos de mi clan familiar, vivaquean en las sombras de ese cantil oculto a la trayectoria del sol.
San Google me ha confirmado que tu relato se basa en el hecho real de un naufragio, del que sin duda se habló mucho en su tierra y aún se recuerda. Los lugares en los que han sucedido tragedias conservan un halo maldito, de ahí esa nueva muerte, mucho más reciente, de una mujer en la misma zona. La vida sigue, siempre lo hace, pero es inevitable que ese joven mariscador no tenga presente los espíritus de los que allí mismo, donde él se gana la vida, dejaron de existir o, antes de tiempo y sin buscarlo, pasaron a su morada definitiva.
Una historia tan triste como bien contada, que merece recordarse.
Un abrazo, Jesús. Suerte y feliz 2019
Gracias Ángel. Cuando lo del Elorrio, así lo denominábamos, yo tenía 11 años y se me quedó grabado muy profundo en el recuerdo. Mi tía nos leía al anochecer en el ALERTA, con ese tono, de parsimonia y ritmo que las gentes de campo antes, no acostumbradas a las letras, utilizaban para leer. La tragedia de Ismael, que bajó del acantilado junto a su mujer y trató de salvar a alguno de los marineros, y el engrasador del vapor que antes de saltar a las olas se embadurnó de aceite y grasa y que se dijo que por ello pudo resistir más tiempo en el agua salvándose al fin, no se me olvidarán nunca. al igual que la trágica muerte de mi prima de esta navidad.
Hay recuerdos que marca para toda la vida. Buena apuesta. Felicidades y suerte.
Besicos muchos.
Gracias por pararte a leer estos recuerdos y comentarlos.
Duro, muy duro, pero nada distinto a lo que nos escupe la vida real. Y esa ampliación a la historia introduciendo el dato familiar aumenta esa proximidad humana a la historia del desastre del Elorrio. Duro pero bien escrito. En ese sentido te aplaudo pero ya me gustaría que me hubieses metido en la cabeza alguna sensación un poco más alegre, algo que me animase pronto a la mañana. Y lo espero para otra ocasión, aunque ya sé que hacer reír es mucho más complicado que hacer llorar. Tengo esperanza en esa tu maestría.
Gracias, Miguel. Fue una navidad muy dura en la casa de mis primos. El tiempo cura el ánimo aunque no oermite olvidar.