79. Perdido en la razón
Amanecía de pie sobre la silla, incapaz de realizar ningún movimiento. Mientras, en la radio un tipo sostenía que el suicidio era la máxima expresión de libertad. Quizás fuera por la falta de oxígeno o de autoestima, pero en cualquier caso, he de admitir que, durante un tiempo, estuve de acuerdo con él; desechando aquella idea adolescente donde había simplificado este hecho a una dicotomía entre valentía y cobardía; pueril reducción ante el desconocimiento del verdadero alcance y fundamento de la expresión de libertad: poder elegir. Una situación a la que nunca podría retornar si cumplía con mi determinación.
Y ensimismado en estas cavilaciones me encontró el alba. Esta vez, aferrado a la barandilla del balcón: un quinto con unas vistas estupendas. Decidiendo, al fin, corregir la posición de las piernas, disponiéndolas dentro del suelo embaldosado en un amarillo que se me revelaba inclemente. Sin embargo, tanto el sol de julio como el destino escrito en la concentración de litio en el agua debieron estimarlo bastante luminoso para que siguiera mi camino.
Y, como nunca había sido un hombre razonable, concluí que, para poder ejercer ese arbitrio, requería, sin duda, de una condición indispensable: estar vivo.
Hola, Bea.
Me gusta cómo escribes, la forma en que juegas con las palabras para encarar este terrible tema, demasiado cotidiano, del cual solo se informa de una pequeña parte de los casos para no crear un efecto contagio.
Enhorabuena.
Un cálido saludo.
Qué te voy a decir, Jorge: que tu frase me ha sentado tan bien que me la voy a dejar puesta hasta que se desgasten las palabras y se desprendan a trocitos.
Gracias por pasarte , me has alegrado el día.
Recibe otro cálido saludo. (Recuerdos a Felipe)).
Has conseguido con el relato hablar de algo de lo que todavía en estos días no se habla. Elegante y tremendamente sensible. Un beso.
Muchas gracias por tus palabras, Maite, eres muy amable. Es cierto que apenas se habla de ello, sin embargo, los mismos especialistas que durante décadas mantuvieron el tema silenciado, convirtiéndolo en tabú, son ahora los que convienen que hablar sobre el tema resulta beneficioso. Bien. Hablemos, pues, de la escandalosa dejadez, de la inexistencia de estudios rigurosos y contrastados del suicidio en España, del altísimo y lamentable número de casos diarios, del lacerante golpeteo sobre una de las franjas de edad relativamente joven. Hablemos, pues, de esos programas destinados a paliar situaciones que nunca llevan a efecto. De uno de los mayores fracasos de cualquier sociedad-estado que se tenga por un sistema que cuide y proteja a sus ciudadanos y que invita a replantearse qué se está/están/estamos haciendo mal. De esa corresponsabilidad que todos eluden y nadie recoge…Sí, hablemos, pues.
Un beso Maite. Feliz verano.