86. Porque somos diferentes
De pronto perdió el compás en la guajira -el alumno más brillante del maestro Montoya acababa de equivocarse-. ¿Y qué? Solo podía fijarse en Lola. En sus brazos estilizados que agitaban el pericón amarillo como si fuera el aleteo de una cigüeña. Pensó en las cañas de después, en el pañuelo de seda que guardaba en la funda de la guitarra y en que la llevaría a un lado del bar para decírselo. Claro que se iba a atrever. ¡Qué se habían creído los colegas del barrio!
Cuando terminó la clase, bajaron todos juntos -las bailaoras y los chicos de Montoya-. La apartó del grupo y le entregó primero su regalo de cumpleaños. Sabía que le iba a gustar. Lo había elegido por el color. Porque el fondo amarillo del pañuelo hacía juego con su abanico.
—Los lirios de Van Gogh— dijo Lola nada más desempaquetarlo.
Él escondió la mirada entre las servilletas de papel que infestaban el suelo. Le dio la espalda y buscó un hueco al otro lado de la barra.
Un simpático relato, María, con música y baile incluido. Mucha suerte en tu debut.
Gracias Alberto. Y qué ilusión tu comentario.
Las hormonas no entienden de diferencias… 🙂
Bienvenida María. Mucha suerte con tu relato.
Besosss
Pero el orgullo herido se tiene que curar…
Muchas gracias Nuria?
María, bienvenida. Me gusta ese mundo que has creado que une y también separa a los dos protagonistas de tu relato. Un simple pañuelo pone de manifiesto las diferencias culturales. Casi escucho a ese pobre muchacho pensando: «Semos» diferentes.