74. Trapos sucios (montesinadas)
La fatiga del duelo se reflejaba en el rostro de todos, quizás en unos, más que en otros. La pérdida de nuestro padre me había provocado una pena que vagaba como un soplo adherida al pecho, como una desdicha incorpórea.
La casa conservaba su olor y su memoria reciente. El vaso del cepillo de dientes con la marca blanquecina de sus dedos aún en el lavabo. Los objetos que había tocado por última vez y que me parecieron impregnados de una extraña tristeza. El escritorio donde nos enseñó a escribir, donde también recibimos alguna que otra paliza y mis hermanas demasiado cariño. Cartas sin abrir, invitaciones a las que ya nunca asistiría…
La familia fuera no dejaba de discutir sobre lo que pudiera aparecer en el testamento. ¿Contaría historias, hasta entonces inconfesables, que oscureciera aún más aquella atmósfera de ira, odio y resentimiento? A mí lo que más me sorprendió fueron la palabras que escribió sobre el espejo antes de colgarse: “la penitencia del pecado durará tres generaciones”. ¿Será verdad lo que mis hermanas y mi madre han callado durante años? Y rompí a llorar al ver la soga que usó oscilando sobre la cabeza de mi hija.
Cualquier desaparición nos entristece, consigue recordarnos que no somos eternos. Saber que no volveremos a ver a un ser querido es difícil de asimilar, cuando su entorno parece permanecer como si tal cosa.
Cuando alguien muere le idealizamos. Sin embargo, en el caso del padre de tu relato, los motivos por los que ha dejado de existir espolean como una maldición duradera a sus descendientes. Dicen que la vida sigue para los que se quedan, que no se detiene, y es cierto, pero a veces hay rémoras de las que no es fácil zafarse.
Un relato no cerrado del todo, con sorpresa final, que deja a la imaginación del lector la incógnita sobre qué podrá ser esa herencia terrible que deja un padre suicida, con unas palabras quizá enigmáticas para el lector, no para sus parientes.
Un abrazo y suerte, Manuel
Manuel, bien contada tu historia y con un final muy bueno
Muy fan de las «montesinadas» y de su celebérrimo autor… Siempre, siempre, siempre, aparece tu toque. Gran historia y muy buen micro.
Suerte, amigo!